El juego es una realidad cotidiana en nuestro país. Bien asentada con el paso de los años. De generación en generación. Basta con acercarse a cualquier bar de barrio para percatarse de la gran cantidad de parroquianos que, cada jornada, entre cafés y chatos de vino, dejan parte de su salario o de sus ahorros en la tan llamativa como adictiva máquina tragaperras. Día tras día. Ya está normalizado.
La lotería, la quiniela o el bingo son otros ejemplos actuales y, al mismo tiempo, ya tradicionales, en cuanto al entretenimiento de azar se refiere. Sobre todo, entre la población de mayor edad. Ya a nadie parece sorprenderle que media pensión de jubilación vuele entre cartones y líneas, que un pueblo entero siga pegado al televisor, incluso con cierto hormigueo en el estómago, la jornada futbolística o que en un solo núcleo familiar se lleguen a gastar cientos de euros en Navidad, cuando “vuelve la ilusión”, para ver “si toca algo, que ya es hora” o “si salimos de pobres”.
Los rostros de la adicción al juego
Antonio Sánchez, de 33 años y residente en Cáceres no teme dar la cara y reconocer su adicción a “la traga”. “Prefiero que la gente lo sepa”, apunta. Desde que era pequeño veía jugar a su abuelo. Entraba al bar y se quedaba fascinado. Observando atentamente durante horas. Cautivado por la sinfonía de colores y sonidos que aquella dichosa maquinita emitía sin descanso. “Desde entonces decidí que cuando fuese mayor y tuviese algo de dinero jugaría también”, asegura.
Dicho y hecho. Con 18 años abandonó los estudios, se incorporó al mercado laboral y comenzó a invertir todo su sueldo, moneda a moneda, en la máquina tragaperras. “Ganaba unos 500 euros y en apenas unos días ya no me quedaba nada. En verano podía ganar algo más y, de todas maneras, lo fundía en solo un mes. Luego vinieron el póker y las apuestas. Actualmente tengo una deuda de unos 30.000 euros. Ni siquiera sé cómo voy a afrontarlo”, concluye.
Idéntico sendero es el que siguieron Pablo y Manuel (nombres falsos a petición de los entrevistados para preservar su verdadera identidad) hasta desarrollar una ludopatía que ellos mismos no dudan en definir como “crónica”. Ahora tienen 36 y 31 años respectivamente y llevan más de uno sin jugar gracias a la terapia psicológica y las reuniones grupales con otros exjugadores en su misma situación. No obstante, reconocen, “nadie está exento de volver a caer en cualquier momento. Es cuestión de un instante”.
En el caso de Manuel, todo empezó cuando tenía solo 16 años. Todavía iba al instituto. “Nos buscábamos la vida, pero no teníamos, ni de lejos, las mismas facilidades para jugar que tienen ahora los chavales. De hecho, cada vez empiezan antes y, además, se juegan grandes cantidades de dinero”, afirma.
Pablo, por su parte, no duda en responsabilizar de la adicción al juego, cada vez más y más precoz, a la “inacción” de unos gobiernos a los que “no les interesa comprender la gravedad del asunto porque se embolsan mucho dinero con esto”. Aunque, parece, empiezan a tomar cartas en el asunto, como, por ejemplo, la supresión de los bonos de bienvenida, el clásico anzuelo para jugadores noveles, señala que “los anuncios en radio y televisión siguen siendo totalmente destructivos. Además, se aprovechan de las horas de máxima audiencia en eventos deportivos, sobre todo en partidos de fútbol, para promocionarlo. Y lo que es peor, cada vez hay más casas de apuestas. En barrios humildes e incluso al lado de los colegios. Saben de sobra que los chicos más jóvenes son presa fácil…”.
La normativa vigente establece, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, una distancia mínima de 100 metros (ampliable hasta 500 en caso de salir adelante la Proposición No de Ley planteada el pasado año) entre casas de apuestas y centros educativos. Sin embargo, en torno a una veintena de estos locales no la estaría cumpliendo en la actualidad. Andalucía, por su parte, amplió en los últimos días el margen entre colegios y casas de apuestas hasta los 150 metros. Eso sí, sin obligar a cerrar a aquellos salones que ya estuvieran establecidos con anterioridad. Con mayor contundencia se mostró el pleno de la ciudad de Pamplona al establecer, por unanimidad, una distancia mínima de 400 metros el pasado 6 de mayo.
El juego cambia en apariencia, que no en esencia, para dar aún más facilidades a sus adeptos. Tanto es así que ni siquiera hace ya falta salir de casa para jugarte unos eurillos en el casino o hacer algunas apuestas en directo. Con un DNI y una cuenta bancaria es suficiente para jugar sin más limitación que la que establezca la propia imaginación o, en su defecto, el volumen de la cartera.
De generación en generación
Mediante la transformación de las fórmulas tradicionales de la mano de las nuevas tecnologías, el juego está logrando, en los últimos años, atraer a sus redes, cual canto de sirena, a un espectro de la población cada vez más joven. Seducidos por las mieles del supuesto dinero fácil, pues todo el mundo cree conocer “al primo de un amigo que se gana la vida con esto”, jóvenes e incluso menores de edad reconocen sin pudor una notable atracción por modalidades como las apuestas deportivas o la famosa ruleta.
De acuerdo con FEJAR, la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados, el juego online supone ya la mayoría de los casos atendidos entre los menores de 26 años. Un dato revelador y que choca frontalmente con el 0% anterior a la legalización del juego online.
Todo ello a pesar de que, en pleno 2021, los riesgos que los juegos de azar entrañan son, en teoría, de sobra conocidos por todos. Aparentemente, nos encontramos ante una sociedad moderna y concienciada del peligro silencioso que entraña la ludopatía. Aparentemente, una sociedad que ya no necesita campañas de prevención y que puede perfectamente lidiar con un bombardeo publicitario indiscriminado. Aparentemente pues, como es posible comprender tan solo rascando la superficie de la problemática vigente, más aún en un contexto de crisis económica y desencanto vital como el actual, no siempre es así… Menos si cabe entre la juventud.
“Si cada fin de semana ves a los jugadores de tu equipo, a tus ídolos, saltar al campo con publicidad de una casa de apuestas en la camiseta, piensas que no tiene nada de malo”, expone Jorge, de solo 24 años y quien también prefiere emplear un nombre falso para evitar “que me cuelguen etiquetas de las que luego cuesta mucho desprenderse”. Comenzó a jugar cuando aún era menor de edad. Lo hizo, como suele ocurrir, a través de un amigo “algo mayor y que ya sabía cómo funcionaba esto”.
“Todo empezó con una apuesta tonta. Gané. Tuve la mala suerte de ganar aquel día. Lo ves fácil y te enganchas. En solo unos meses ves como tus apuestas aumentan una barbaridad. Es una rueda, un agujero que vas cavando y en el que te vas enterrando poco a poco. Pasas de hacerlo con amigos a hacerlo solo, le dedicas muchas horas, dejas de lado tus obligaciones… Seguía estudiando, pero lo hacía a medio gas. Con la cabeza en otra parte. Maquinando la próxima apuesta. En ese momento no te das cuenta de nada, claro. No ves el peligro, pero, al mismo tiempo, haces lo que sea por seguir jugando: mientes, robas… Lo que haga falta. Yo llegué incluso a robarle dinero a un familiar, aun sabiendo que tarde o temprano me iban a pillar. Estaba desesperado”, admite.
Por fortuna, el apoyo de su familia y su propia determinación lograron sacarle del pozo en apenas dos años. Ahora lleva casi cinco sin pisar un salón de juego ni apostar online. Lamenta, eso sí, el tiempo perdido, “algo que no se recupera”, pero, a la vez, se muestra agradecido porque “esta adicción es muy jodida y puede provocar que acabes por perderlo todo: familia, amigos, pareja…”.
Jorge ejerce en la actualidad como voluntario en ARALAR, una asociación navarra de ayuda a jóvenes (y no tan jóvenes) que, como él, desarrollan una adicción precoz al juego. Los recibe, habla con ellos y con sus familias, los invita a acudir a terapia… Pero, “al final todo depende de cada uno. Contar con apoyos es fundamental, sí. Sin embargo, la mochila la llevamos nosotros. Nosotros y nadie más”.
¿A quién acudir?
Si tienes problemas con el juego o conoces a alguien que esté atravesando esta situación, no dudes en contactar con las distintas asociaciones integradas en FEJAR y repartidas por todo el territorio nacional: ABAJ (Burgos), ACOJER (Córdoba), ACAJER (Cáceres, AEXJER (Badajoz), AGAJA (Vigo), AGALURE (A Coruña), AJER (Cáceres), AJUPAREVA (Valladolid), ALEJER (Madrid), APAL (Madrid), APREJA (Huelva), APREXS (Extremadura), ARALAR (Pamplona), ASEJER (Sevilla), EKINTZA ALUVIZ (Bizkaia), LAR (Córdoba), LARCAMA (Toledo y Ciudad Real), LARPA (Asturias), Nueva Esperanza (Murcia), Nueva Vida (Alicante), PATIM (Castellón) y Vida Libre (Alicante). Los datos de contacto pueden consultarse a través de sus respectivas páginas web.