El día de la marmota. Así cabe definir cada inicio de curso el momento de su arranque. Sin pandemia o con ella -aunque en este último caso también por cuestiones sanitarias-, cada vez que se inicia un curso escolar vuelve el debate sobre las ratios en las aulas. Y es que muchas administraciones educativas tienen que lidiar siempre por estas fechas con el número de docentes que contratarán -ya que despiden cuando acaba el curso a un número cada vez mayor- y, en muchos casos, con las críticas por los que se perderán con relación al curso anterior. En el fondo se lo merecen en gran medida, puesto que si las plantillas fueran más estables, este tema se enfocaría seguramente de otra forma y sus quebraderos de cabeza, y los que nos ocasionan a los demás, serían menores.
Cierto es que en esta ocasión venimos de una situación excepcional, que no ha desaparecido aunque a veces se actúe como si así fuera, y que conviene reflexionar si el mensaje de repetir la jugada del año anterior es lo adecuado o no. Voy a ser claro, como siempre: para mí no. Por eso planteo una disyuntiva que merece ser explicada, porque solo es tal en parte. Vamos por partes.
Empecemos por las razones que me llevan a no apoyar el discurso de que se debe hacer lo mismo que el curso pasado porque “fue muy bien”. Rechazo frontalmente dicha afirmación. Es verdad que las cifras de “aprobados” fueron mejores que en cursos anteriores, y esto sirve de argumento a quienes defienden repetir sin más lo hecho el curso pasado. Pero no nos engañemos. No se pueden comparar los resultados porque los procesos de evaluación no fueron los mismos y me atrevo a decir, aunque haya a quien no le guste lo siguiente, que el tipo de exigencia tampoco. ¡Ojo!, era justo que no se evaluara igual y con los mismos parámetros de exigencia. El esfuerzo del alumnado fue infinitamente mayor -como también lo fue el descuelgue de una parte de este-, y la toma en consideración de otros factores por parte de quienes evaluaban es lógico que estuviera presente. Yo lo apoyo y lo agradezco. Repito, para mí era justo que se evaluara de otra forma por las dificultades añadidas a un proceso educativo siempre complicado de afrontar, incluso en condiciones “normales”.
No puedo apoyar que se repita el guión porque pasaron muchas cosas que no pueden volver a suceder: alumnado que no pudo seguir su proceso educativo con suficientes garantías por problemas graves de conectividad; meses enteros sin impartición de materias para las que no había docentes contratados; temarios -considerados esenciales- que no se pudieron abordar porque el tiempo dio para lo que dio; alumnado que no tuvo casi clases presenciales porque estaba en los grupos sujetos al eufemismo de la semipresencialidad; demasiados momentos en los que los equipos directivos y quienes ejercen la docencia se vieron desbordados y sintieron soledad a efectos del apoyo de sus administraciones educativas -generalizo, pero esto se visibilizó mucho en unas comunidades autónomas mientras que en otras no, o no tanto-; puertas cerradas para la actuación de las asociaciones de madres y padres, y de alumnado; decisiones basadas en criterios sanitarios que iban contra la lógica educativa y que podían haberse tomado de otra forma, en mi opinión; otras basadas en criterios educativos que iban en contra de recomendaciones sanitarias que era prioritario asumir para salvaguardar la salud; el eufemismo de los grupos burbuja con docentes y otros profesionales que, por lógica, actuaban de conexión entre los distintos grupos, que además dejaban también de estar estancos de puertas para afuera de los centros; instalación de barracones en muchos centros educativos, y un innumerable listado de otras cosas que pasaron y que no se pueden volver a repetir.
La disyuntiva: enfoque uno, menos alumnado por aula
Establecido lo anterior, me centro en la disyuntiva que, como he avanzado, lo es solo en parte. Y es parcial porque existen dos posibles enfoques y en uno no se produce pero en el otro sí: para tener menos alumnado por aula se necesitan más docentes, pero tener más docentes no lleva necesariamente a tener menos alumnado en cada aula. Y, para mí, debemos elegir en muchos centros entre estos dos caminos, que llevan a escenarios diferentes y suponen tomar medidas distintas.
La opción de reducir sustancialmente el número de alumnado por aula sería la deseable, si se pudiera hacer bien, pero en muchos centros no es ni planteable, salvo desde el desconocimiento de la realidad o desde la posición de exigir algo que no se puede hacer para luego poder criticar que no se haga. Por ejemplo, hablar de la generalización inmediata de ratios de 15 alumnos/as por aula con presencialidad total solo puede estar soportada en una de las dos razones anteriores: desconocimiento o maldad encubierta.
Claro que existen muchas aulas con este número de alumnado e incluso menos, sobre todo en la escuela pública rural o en centros urbanos con poca demanda de plazas -sin entrar ahora en los motivos de que ello suceda-, pero cuando se lanzan determinadas reivindicaciones, habitualmente no se piensa en estos centros sino en los urbanos masificados, donde existen aulas con ratios que incluso exceden las cifras permitidas legalmente y que deberían desdoblarse o redistribuirse generando nuevos grupos. Pero vamos a ser sinceros, no es viable hablar de cifras similares, para implantar de la noche a la mañana, porque no existen los espacios para que estos grupos puedan ubicarse y esto, quienes lo piden, lo saben, o deberían saberlo. Y la mayoría de las familias y de los docentes lo tienen claro, por eso no secundarán esa reivindicación.
De hecho, el cambio del mínimo de 1,5 metros de separación entre el alumnado para dejarlo en 1,2 y garantizar la presencialidad con los espacios actuales, ya hay muchos directores de centros educativos, sobre todo en una comunidad autónoma como en la que yo resido -Madrid-, que han dicho que es imposible. Son muy hábiles, pero la cuadratura del círculo aún no la pueden aplicar porque primero tendrían que descubrirla. No les salen las cuentas, y no les pueden salir. Llevamos muchos años -en la educación pública- viendo cómo se eliminan aulas donde las ratios eran bajas y se podían fusionar dos grupos en uno, o donde se les decía a las familias que probaran en otros centros porque no “había suficiente demanda” para mantener los grupos del año anterior. Ya hablaremos en otra ocasión de lo que hay detrás de esta forma de proceder bajo el falso mensaje de “libertad de elección de centro”, pero hoy no toca entrar en ello.
Es decir, que las ratios se pueden mantener bajas en algunos centros, hacerlas un poco más reducidas en otros, pero difícilmente en la mayoría se pueden hacer descender -si queremos garantizar la presencialidad de todo el alumnado, y no es aceptable pensar en no hacerlo-, para llevarlas a la mitad y dejarlas en el entorno de las 15. Es una alucinación irrealizable para este curso escolar. Incluso si para intentar lograrlo se contrataran todos los docentes que tengan título para ejercer, seguiría sin ser viable.
Como objetivo a largo plazo -que ahora no me detendré a analizar-, es planteable una reducción muy significativa de las ratios y yo la apoyaré. Dejo la cifra mágica que alcanzar sin fijar, porque soy de los que piensa que, en función de las necesidades individuales de cada alumno o alumna que esté en un aula, una cifra de 15 puede ser incluso excesiva, pero en otros podría ser mayor y no generar problemas. No me gustan las tablas rasas porque no hay nada más injusto que tratar igual a lo que es diferente. Pero, bajar las ratios significativamente lo comparto, obviamente. Y contratar más profesorado, llegando a no perder ni uno solo de los docentes que teníamos el curso pasado, también; pero esto se puede defender sin unirlo a propuestas irreales por no ser realizables de forma inmediata, porque entonces no se conseguirá.
La disyuntiva: enfoque dos, más profesorado
Me parece que debemos abandonar de una vez por todas la idea de que la educación es un proceso que se desarrolla en aulas con filas de mesas orientadas hacia el encerado -ahora pizarra digital en la mayoría de ellas- y mirando al docente. Cuando se habla de separaciones de 1,2m ¿dónde quedan las demás distribuciones del aula?, ¿cómo se puede prescindir sin más del trabajo colaborativo que necesita cercanía?
Se ha trasladado insistentemente que se ha funcionado exitosamente con grupos burbuja y que, por ello, los contagios y la transmisión en las aulas han brillado por su ausencia. Podemos hacer dos cosas, suponer que ello es cierto o no.
Como sociedad, estamos dispuestos a creer todo; forma parte de la condición humana rechazar lo que consideramos malas noticias y tendemos a dar validez a las que nos gustan incluso cuando no tenemos pruebas de que sean ciertas. Por ejemplo, se ha afirmado que en el transporte público no se han producido contagios porque no se ha transmitido el virus en ellos. Esto va contra toda lógica, pero se ha querido aceptar como mal menor que permite no paralizar completamente la vida, sobre todo laboral, de la inmensa mayoría de la sociedad. Es más, mientras que se afirmaba esto, en una comunidad autónoma como la mía, más de la mitad de los contagios no se sabe dónde se han producido, y aún así se afirma sin rubor y rotundidad dónde “no ha ocurrido”. No existen datos para poder descartar espacios como los transportes públicos, pero conviene creer que allí no sucede. Con las aulas pasa lo mismo, porque, nos guste o no, la escuela también tiene una función de custodia que, si no se hace, paraliza la sociedad.
En todo caso, si suponemos que es cierto, y el proceso de vacunación sigue tan exitoso como hasta ahora en el conjunto del país -los territorios retrasados tarde o temprano se igualarán-, podría ser pronto cuestionable hablar de separaciones distintas a las previas a la pandemia en el interno de las aulas. Y las mascarillas parece que hacen más que la distancia. Estas si deberán tardar mucho en desaparecer en los espacios cerrados.
Es más, si se hubiera invertido en adaptar los centros, en cuanto a la renovación del aire, tanto de cara a esta pandemia como, por ejemplo, a los periodos de alergias, así como para mejorar con carácter general la calidad del aire que respiran quienes pasan muchas horas diariamente en los centros, un año después se podría estar en condiciones de que no se necesitara la separación física. Eso es lo que se dice que ocurre en los transportes públicos, la renovación del aire con alta frecuencia, que es lo que ha conseguido, si lo creemos, el milagro de evitar completamente los contagios en su interno. En lugar de ello, tendremos ventanas abiertas y, antes de lo que parece, de nuevo frío en las aulas.
Pues bien, en centros saturados que han tenido incluso que perder espacios que tenían otras funciones para ocuparlos con grupos de alumnado, hablar de rebajar las ratios por aula es, cuando menos, una frivolidad. Sí se puede hablar de contratar más profesorado, pero para mejorar la atención al alumnado. Se trata prioritariamente siempre de esto último ¿no?
Más profesorado para qué y cómo
Dividir las aulas a la mitad pero seguir haciendo lo mismo que si se tuviera el doble de alumnado no servirá para lograr los objetivos de éxito escolar que se persiguen. Por supuesto que bajar las ratios ayudará a muchos docentes a tener una dedicación individual mejor y más cercana, pero no siempre será así. Además de tener menos alumnado, habrá que cambiar las formas de enseñar. De eso va también mucho del cambio curricular que se está preparando en el Ministerio de Educación y Formación Profesional.
Y es que, por ejemplo, si el enfoque de un docente es acudir al aula, trasladar una clase magistral basada exclusivamente en yo os cuento lo que dice el temario y algún comentario propio, y me hacéis los ejercicios de las páginas del libro de ese tema, ¿qué diferencia hay entre hacer eso con 30 o con 20 alumnos y alumnas dentro del aula? Hay quien dirá que entonces se tendrá más tiempo para poder revisar sus trabajos (deberes), ¿seguro? Yo afirmo que no porque se seguirá dedicando el mismo tiempo también a esto. Y otras personas dirán que se tarda menos tiempo en “hacer callar” al grupo para empezar la clase si se tiene menos alumnado en el aula ¿seguro? Y, de todas formas, ¿eso ocurre por el número que tenga un grupo o por una deficiente gestión del grupo? Afirmo que normalmente es por lo segundo. Aún así, ¿se ahorrará un tiempo sensiblemente importante por ello? No.
Así que, en mi opinión, se debe contratar mucho más profesorado del que se tiene previsto contratar, al menos el mismo que teníamos el curso pasado, pero para hacer cosas distintas a las que se hicieron, para cambiar las formas de enseñar y de gestionar los grupos, para mejorar la calidad de atención al alumnado y recuperar rápidamente al que el pasado año se dejó por el camino o estuvo a punto de quedarse. No me hablen de contratar profesorado solo para rebajar las listas del paro o para no incrementarlas, porque eso es deseable pero no es la prioridad del sistema educativo. La prioridad es el alumnado, que a nadie se le olvide.
Tampoco me hablen de volver a la normalidad, aborrezco ese enfoque. Volver a lo que muchos denominan normalidad es mantener cifras de abandono educativo inaceptables para nuestro país. Es asumir como tolerable que un menor cuya familia tenga unas difíciles condiciones socioeconómicas de partida esté abocado a sufrir seis veces más posibilidades de fracasar en el ámbito educativo que uno cuya familia esté en otra posición mucho más favorable. Más profesorado, sí, pero para cambiar nuestro sistema educativo ya. No para mantener sus defectos con o sin pandemia. No para utilizar la pandemia como excusa para lograr otros fines que siempre deberán defenderse con o sin pandemia. Y, por supuesto, no para lograr objetivos ocultos que nada tengan que ver con la mejora de la educación.