Se una persona trans significa muchas cosas. Entre otras, encontrarse en los márgenes en muchas situaciones. O fuera de ellos. Más en los últimos años, cuando las campañas desde la extrema derecha y algunos sectores de los feminismos se han hecho más habituales.
La educación no formal es uno de esos ámbitos que habitualmente pasan desaparcibidos. Se da por hecho que está ahí: deportes, actividades extraescolares, visitas, etc. Son varios los estudios que hablan, ya desde hace tiempo, de cómo se pueden convertir estas actividades en fuente de discriminación al dejar a fuera a porcentajes elevados de población que, en principio, no pueden permitirse acceder a ellas.
Entre esta población, en un porcentaje elevado, se encuentran las personas transexuales. La Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) acaba de publicar los resultados de una encuesta que ha realizado a 27 familias y 70 jóvenes trans para conocer la realidad que viven a diario en relación a la educación no formal. Los resultados no son halagüeños, pero sí dan pistas de hacia dónde se deben encaminar determinadas políticas.
De las y los jóvenes que han participado en la encuesta, el 25,7% no ha acudido nunca a alguna actividad de educación no formal. Entre los motivos, no describen los económicos. El 34,3% no lo ha hecho por el miedo a sentir el rechazo de sus compañeras y compañeros por su identidad de género. El 24,3% por sentirlo por parte de monitores y docentes de la actividad. A estos se unen algo más del 31% que no lo ha hecho porque les daba vergüenza participar por su identidad de género.
Se trata de unos motivos que no están fuera de la realidad. Del porcentaje de jóvenes que sí habían participado en este tipo de actividades, más de la mitad (51,9%) había vivido situaciones transfóbicas. Como ha explicado Mané Fernández, vicepresidente de FELGTB, en el 67% de los casos, había sido por parte de las y los compañeros de actividad; en el 11%, por parte de las familias de estas personas y, en el 22% restante la transfobia había venido por parte de las personas adultas que organizaban o dinamizaban la actividad. En muchos casos, esta transfobia la reciben cuando las personas no se dirigen a las y los jóvenes trans teniendo en cuenta su identidad, por ejemplo, utilizando los nombres que recibieron al nacer. O, en otros casos, cuando les hacen preguntas inadecuadas en relación a su genitalidad o su corporalidad.
Este es el motivo por el cual Fernández ha demandado la necesidad de una legislación estatal con la que las y los monitores de las actividades de educación no formal tengan acceso a la formación necesaria sobre diversidad sexual y de género, de manera que no se conviertan en agentes de la transfobia. Una legislación que dé un marco unitario en todo el país. Pero la legislación no es suficiente. En muchas comunidades autónomas ya hay legislación contra la discriminación por razón de orientación sexual o de identidad de género. Además de la existencia de estos textos, Fernández ve como clave que se implementen y cumplan estos textos.
De la encuesta también se desprenden otros datos que deberían servir como voz de alarma ante determinadas situaciones. El 91% de las y los chicos trans aseguran sentir malestar por su identidad de género; el 88%, miedo o tristeza; un 61% ha tenido ideaciones suicidas; la mitad (50%) se ha autolesionado, y en el peor de los casos, el 17% ha llevado a cabo intentos autolíticos.
Desde la Federación insisten en que en el 35% de los casos, no se informó a los centros de la situación de transfobia, y en los momentos en que sí, en palabras de Mané Fernaéndez, «no se hizo nada, se miró para otro lado». Este es el motivo, insitió, para que la Lomloe se aplique y que la formación sobre estas cuestiones llegue no solo al personal docente, sino a quienes trabajan en la educación no formal.