Siempre es buena idea recordar, a la hora de celebrar el Día Mundial de los Docentes que promueve la Unesco desde 1994, esa máxima tan acertada de que ningún sistema educativo tiene más calidad de la que tengan sus profesoras y profesores. Pero, por si hubiese alguna duda, la pandemia de la Covid-19 nos ha permitido constatarlo en un escenario trágico, inesperado y generador de un estrés social inimaginable. Porque han sido los docentes, acompañados del esfuerzo y del compromiso de los alumnos, las familias y el resto del personal de los centros educativos, los que han conseguido una de las pocas victorias que se han logrado frente al coronavirus.
La Unesco va un paso más allá y, para la celebración de esta jornada, ha preferido ya no mirar al pasado inmediato, sino al futuro más próximo al elegir como lema para hoy el de “Los docentes en el centro de la recuperación de la educación”. Es un planteamiento apropiado en la medida en que toda la comunidad educativa está llamada a sacar conclusiones y lecciones aprendidas de lo que ha pasado para intentar mejorar la situación en las aulas en los días que han de venir. Y nadie mejor que los docentes para evaluar lo sucedido, señalar lo que debemos tener en cuenta a partir de ahora y empezar a ponerlo en práctica.
Pero, en todo caso, antes de dar cualquier paso hacia adelante, lo que estamos obligados a hacer como administraciones públicas y como sociedad en su conjunto es el reconocimiento y agradecimiento a la labor que los docentes hacen todos los días del año, haya o no pandemia. No hablo de un reconocimiento retórico, apropiado para cumplir con la obligación de la fecha, sino de una mejora real en el aprecio social por el trabajo docente: en el prestigio y atractivo de la profesión, en la autoridad intelectual y moral que tienen en el aula, en facilitar e incentivar la formación durante toda su carrera profesional.
Como ministra de Educación, soy muy consciente de lo que realmente importa a profesoras y profesores, que no es el ruido de los debates entre políticos que tantos y tan crispados titulares ocasionan. Lo que importa es su trabajo cotidiano y las condiciones en que se desarrolla. Lo que les importa es su futuro profesional, su formación y sus oportunidades de mejora. Y, sobre todo, lo que más les importa, por lo implicados que están en su trabajo, es cómo mejorar el progreso de sus alumnos y alumnas y que la sociedad sepamos reconocer su dedicación.
Creo que muchas de las conclusiones del reciente informe TALIS sobre el profesorado son muy acertadas: mejorar la función docente es mejorar su formación inicial, dar más apoyo a los profesores noveles, ofrecer más formación basada en el aprendizaje entre iguales, revertir la escasez de profesorado de apoyo pedagógico, mejorar las competencias digitales, estimular el trabajo cooperativo en las aulas o reducir el número de alumnos por clase. Pero hay un reto crucial para la próxima década y es el de ir renovando nuestros cuerpos docentes, y diseñar la nueva carrera y Estatuto Docente.
Por eso, como anuncié recientemente en el Congreso de los Diputados, a comienzos del próximo año presentaré una propuesta relativa, entre otros aspectos, a la formación inicial y permanente, al acceso y al desarrollo profesional docente, en línea con el compromiso incluido en la nueva Ley de Educación aprobada en diciembre de 2020.
Revisaremos también el acceso y la incorporación a la profesión, impulsando, a través de diferentes normas y acuerdos, el carácter práctico de la formación, la colaboración con profesorado experto, el trabajo en equipo y el conocimiento de proyectos educativos de éxito. Aspecto esencial, por su incidencia en la calidad de la enseñanza pública, es la revisión de los criterios, procedimientos y contenidos asociados al acceso a los cuerpos docentes, que nos proponemos revisar.
La carrera profesional de los docentes deberá profundizar en el reconocimiento de su experiencia, de su formación, de los puestos desempeñados (docentes y directivos) y de su trabajo en proyectos, así como ordenar los múltiples puestos de desarrollo profesional a los que ya se puede acceder en la actualidad.
Todas estas propuestas serán negociadas con las organizaciones sindicales y las comunidades autónomas, lo que se producirá en este curso que ahora comienza.
Somos conscientes de que esta reforma que queremos abordar es compleja, con múltiples intereses que conciliar y, por lo tanto, exigirá de mucho diálogo y trabajo para llegar a puntos de encuentro. Sin embargo, por mi parte tengo claros dos objetivos centrales que espero que nos ayuden a recorrer ese camino sin desvíos ni demoras innecesarias.
El primero es que la reforma debe redundar en el aumento del prestigio y el reconocimiento social del profesorado, a la altura de la dificultad de la misión que desarrolla y la responsabilidad que entraña. El segundo principio es la convicción de que ningún cambio será útil ni eficaz si no va acompañado de estabilidad normativa, si no logra ser una reforma duradera, lo que exige que sea aprobada por una amplia mayoría parlamentaria y con el mayor consenso posible con las comunidades autónomas y las organizaciones profesionales y sindicales.
Estas exigencias no deben ni pueden ralentizar o demorar la reforma que vamos a proponer. Están emergiendo hoy nuevas formas de enseñar, nuevas metodologías, en correspondencia con los nuevos y difíciles retos que se plantean en las aulas. La soledad del maestro o del profesor en la clase tradicional debe formar parte del pasado. El futuro pasa por el trabajo cooperativo (de los alumnos y de los docentes), la formación y la práctica en equipo y el flujo continuo de las buenas prácticas de éxito.
Si a estos desafíos añadimos la necesidad del refuerzo educativo especializado para afrontar problemas históricos de nuestro sistema educativo como la alta tasa de repetición de curso y de abandono escolar, o la jubilación en los próximos años de un importante porcentaje de las plantillas actuales, se hace evidente que la tarea hay que abordarla de inmediato con determinación. Ese es nuestro compromiso y nuestra intención.