En la sociedad actual, muchas cosas ocurren por “arte de magia” o así, al menos, lo parece.
Al igual que en los juegos de magia, lo importante es que lo parezca y, sobre todo, que no lleguemos a descifrar los mecanismos que lo hacen posible: trucos, trampas y habilidades personales. De este modo entramos en la perplejidad que, como bien sabemos, nos paraliza mentalmente. Las sociedades actuales, basadas en culturas de las verdades como mentiras y las mentiras como verdades, están asentándose todo el tiempo sobre ceremonias de la confusión, recordadas y reforzadas mediática y virtualmente sin tregua y tan diversas que unas no conectan con otras. Esto nos aboca a continuos espejismos indescifrables: “Yo me creía que….”, “yo pensaba que…”.
Crecer y desarrollarse en un mundo líquido (que se esfuma por los sumideros), intercepta enormemente las capacidades humanas para la reflexión, la adquisición de conocimientos y los procesos de aprendizaje. Para las y los estudiantes de cualquier nivel y condición, esto supone una dificultad añadida y una montaña de obstáculos que hay que salvar para poder dilucidar avanzando y no estar siempre en el modo “principiante”. Las certezas científicas se ponen en cuestión como inexistentes, las normas mutan y mutan y las fórmulas didácticas son tan diversas e incluso divergentes, que nunca llegan a interseccionar de manera clara y comprensible.
Para las mentes que están madurando y para las personas que están creciendo, todo se manifiesta como milagroso, espontáneo o sin cultivo y de usar y tirar. ¿Quién sabe si prevalece o debe prevalecer lo que me dicen los youtubers o influencers, lo que me estudié y examiné el año pasado o lo que oigo en una tertulia? Las certezas no han desaparecido, pero no llegan hasta todo el mundo sin distinción. Las certezas vienen detrás de procesos de duda, curiosidad, observación, experimentación, contraste y resolución de problemas. No salen de la noche a la mañana de un cajón mágico que todo lo contiene.
Si esto ya es un obstáculo cognitivo para personas adultas y maduras, podemos imaginar, cómo dificulta en extremo o impide aprendizajes intelectuales, emocionales o cotidianos que la población joven necesita adquirir para seguir formando parte de una comunidad cultural, lingüística y de formas de vida que le rodean y donde pueda reconocerse e insertarse con solvencia y reconocimiento.
Parte de los conflictos intergeneracionales vienen de esta dificultad para entender procesos y reconocerse en una línea humana que le precedió y que le sucederá.
Difícil tarea para un profesorado que no ha recibido apenas formación didáctica puesta al día, que procede de titulaciones que ha conseguido con métodos obsoletos e incuestionables (exámenes memorísticos generalmente) y que también padece el bombardeo de la postverdad.
La oportunidad universal que la escuela ofrece a nuestra gente pequeña y joven tendría que remar contra las corrientes impostoras, que aleccionan sin ser acreditadas para ello. Difícil tarea también, pero impresciendible si queremos que el período escolar sirva para elevar la condición personal desde la ignorancia al conocimiento y la condición colectiva de avance hacia una sociedad más formada y razonable.
No podemos pasar de lo que pasa fuera de las aulas, porque entra cada día en cada mochila y las mochilas son bastante desiguales y bastante coincidentes. Coincidentes en todo lo que se refiere a modas, modos, tendencias, mensajes, imágenes, quimeras, deseos. Desiguales en las características personales de capacidades, aspecto y características físicas, sexo, clase, origen, formas de vida familiares, etc.
En estas mochilas ha de intervenir la escuela y no tolerar que falsas creencias, prejuicios, mentiras pseudocientíficas, estereotipos inmutables y todo aquello que banaliza y detiene como en una foto fija la condición humana y ciudadana sea tratado con la misma categoría que las opiniones informadas y formadas. “No todo vale”, y menos en la escuela.
Antes se iba a la escuela para alfabetizarse, aprender datos mínimos básicos sobre humanidades, ciencias o cálculo y en las familias y el entorno se “educaba para la vida”. Pero ahora, hay que aprender, en la complejidad y el cambio continuo, a reflexionar, asimilar y adquirir capacidades creativas para comprender y transformar, formar opiniones fundadas y argumentadas, desarrollar habilidades emocionales y de relación, aprender valores democráticos y de convivencia pacífica, etc… Este será el gran atractivo y la positiva utilidad de la escuela actual y futura, considerada como un derecho y un deber universal, que revierta en la mejora ética, social y personal.
Ahora, el analfabetismo no consiste sólo en no saber leer, escribir y hacer cuentas, sino no saber ejercer la ciudadanía de pleno derecho y conformarse con ser un número más del rebaño y volver a descansar al redil cuando alguien con una vara invisible nos conduzca a ello.
Los conocimientos y saberes compartidos gracias a nuestro sistema educativo nos harán libres e iguales. Pero hay que considerarlo bien común y tomarlo en serio.