Si hay problemas financieros o presupuestarios, si hay que quitar algo porque no hay tiempo o porque se puede, siempre las sacrificadas son esas materias que entran en la categoría de “asignaturas cosméticas”.
El concepto de “asignaturas cosméticas” siempre me ha parecido irrespetuoso. Además, pedagógicamente no tiene fundamentos sólidos. Dentro de ese paquete cosmetológico meten a aquellas disciplinas que consideran blandas o que no son tan significativas o relevantes para el desarrollo académico. En nuestros países latinoamericano, eso es fortalecido por el interés de padres y madres porque sus hijos alcancen niveles idóneos para su vida universitaria o para el rendimiento laboral.
Por supuesto, la lista de estas asignaturas incluye las Ciencias Sociales (¿imaginemos una educación sin la comprensión de la realidad histórica y contextual?), la actividad física y deportiva, la espiritualidad y las artes.
Si lanzamos una mirada profunda y seria a los esfuerzos que requiere la pospandemia (estemos o no en esta fase de la pesadilla global), podríamos llegar a reflexiones pedagógicas que nos permitan el reconocimiento de la importancia y la utilidad de estas asignaturas en cuanto a la recuperación integral de las comunidades educativas.
En un país como Guatemala, el proceso de vacunación va muy lento. La recuperación socioeconómica de igual manera. Y será hasta en enero o febrero del 2022, cuando se reinicia el ciclo educativo, que se verá la calidad y la efectividad de las estrategias para recuperar la vida integral y la vida académica específica. En esa vuelta a ciertos niveles de normalidad (todo marcado por la incertidumbre), se precisa que valoremos y apreciemos de manera seria todo aquello que se realice para recuperar condiciones de salud emocional, de sana relacionalidad, de gusto por el aprender, de recuperación de hábitos y ritmos para el aprendizaje.
Las y los artistas, de cualquier especialidad, son cruciales en estos momentos difíciles, pero también como estrategia de expresión, de recuperación de hábitos y habilidades motrices y emocionales para el uso del tiempo académico. Nuestras niñas y niños, asustados todavía por la noche que les ha tocado vivir, acomodándose a la ausencia de ritmos de exigencia escolar, con la pérdida de relaciones y de hábitos de intercambio, con tiempos enormes sin ser exigidos o sin ser fortalecidos en sus habilidades diversas (porque así es el drama en países como los latinoamericanos), van a necesitar retomar sus conexiones o vínculos con el aprendizaje formal.
En esos retornos, la expresión -en todas sus formas- puede ser un factor de resiliencia generativa que ayude a establecer un clima emocionalmente sano en las aulas y en los establecimientos educativos. En esos momentos para tocar instrumentos musicales, para cantar, para dibujar y pintar, para crear pequeñas esculturas, para tocar materiales, para crear obras teatrales, etcétera, puede que se ubique la potencial reconexión con los demás esfuerzos académicos.
No se trata de que la actividad artística solo rellene espacios, o que sirva de distractor, o que sirva para alivianar los ritmos de exigencia que se abren con suma fuerza (para recuperar lo perdido). Se trata de que sea una actividad central en la recuperación socioafectiva y académica de las comunidades educativas. Se trata de que sea el medio para la expresión emocional, para volver a encontrar sentidos y significados a la vida, al aprendizaje, a las relaciones con los demás.
No puede ser que las escuelas vuelvan a la vida, como si nada pasó en las sociedades, en las comunidades y en las familias. Como si esos niños y niñas no tuvieron miedos enormes, o no fueran testigos de dolor y drama. Como que si aquello solo fue una vacación larga y forzada.
La expresión para la reconstrucción de relaciones y del sentido de comunidad, dependerá de esos momentos y recursos artísticos que podamos facilitar en la recuperación de la escuela.
Por eso, esta es la hora de los artistas en la educación.