Las palabras no son herramientas, pero a los niños se les da lenguaje, plumas y cuadernos, como se dan palas y picos a los obreros. G. Deleuze y F. Guattari.
El aprendizaje no es importante, sobre todo ahora que tenemos tantos medios de conocimiento e información; lo importante es crear libertad intelectual y capacidad de pensar. Emilio Lledó.
Hace pocos días, el Capítulo Español del Club de Roma y la Institución Libre de Enseñanza (ILE) organizaron un Ciclo de Debates bajo el título: ¿Qué aprender en un mundo complejo y en cambio? Yo tuve el privilegio de participar en una sesión en la que se nos interpelaba con la pregunta ¿Con qué bagaje debe salir el ciudadano de nuestros días del sistema educativo? Mi respuesta, en un esforzado intento de síntesis, fue: habiendo aprendido a leer, aprendido a escribir y aprendido a pensar para poder aprender a vivir. Apunto a continuación algunos de los argumentos que pude proponer.
Vivimos en un mundo complejo, contradictorio, con múltiples intereses humanos enfrentados entre si y algunos de esos múltiples intereses están claramente enfrentados con la sostenibilidad del planeta. Es un tiempo ambiguo, paradójico, en el que teniendo lo mejor también nos pasa lo peor. Potencialmente aumentan nuestras capacidades y condiciones de vida, y eso es de celebrar. Pero, al mismo tiempo, vivimos una época en la que se han intensificado las posibilidades de explotación y dominación de los seres humanos, en la que un número creciente de personas ven disminuidas cada vez más sus posibilidades de constituirse como sujetos de sus propias vidas. Una época en que la identidad hegemónica del ciudadano la construye el discurso neoliberal, la racionalidad tecnocrática del mercado.
En ese contexto, cada día se generan situaciones controvertidas que cruzan nuestras vidas y necesitan ser pensadas. Situaciones que nos ponen frente a un dilema moral, ético. Y para poder enfrentarnos a los dilemas del mundo necesitamos herramientas. Aprendizajes. Educación.
¿Cuáles son, a mi modo de ver, las herramientas que nos pueden ayudar a entender este mundo y poder intervenir sobre él? Señalaré tres en estrecha relación: aprender a leer, aprender a escribir aprender a pensar.
Aprender a leer
Paulo Freire, del que este año se cumple el centenario, nos ayudó a entender que la lectura es un ejercicio de interpretación crítico y creativo, que esa interpretación nos facilita entender lo que pasa y lo que nos pasa, y que esa lectura del texto es inseparable de la lectura comprensiva y crítica del contexto. El texto en el contexto. Y el dramaturgo y poeta Bertolt Brecht propuso una forma teatral basada en lo que llamó teoría del distanciamiento. Al generar un distanciamiento (entre personaje y espectador) se permite que el espectador reciba el mensaje, que piense, que razone y que interrogue de tal manera que no pueda ser manipulado. Básicamente la idea era que el espectador (el lector, digo aquí) se haga preguntas, que la obra teatral, que la lectura le provoque, le facilite hacerse preguntas. Leer con distanciamiento, como el teatro de Brecht, para objetivar la mirada. Aprender a leer es ir a la parte de detrás del texto, interpretar lo que hay más allá de él, preguntarnos por quién lo escribe y desde dónde lo escribe.
A mi modo de ver el aprendizaje de las lectura requiere del análisis del discurso. El concepto de discurso, en el sentido que le atribuye Foucault, pone en relación las prácticas institucionales con las formas de hablar, de decir. El poder genera significados con los que acabamos conformando un modo de comprensión de la realidad que tiene que ver con el modo en que se nos dicen, se nos nombran, las cosas pero también del modo en que otras se nos ocultan, se silencian. Y a la vez según lo que nombramos y cómo lo nombramos acabamos conformando nuestras prácticas. (Veo la ilustración con la que se inicia en el libro de texto escolar el tema 7 que trata de la ciudad. Hombres y mujeres sonrientes entran o salen del banco, la peluquería, la tienda de comestibles, o viajan en un taxi, pasa un autobús o cruzan la calle. Todas y todos son de raza blanca y trabajan. Sin embargo, en el momento en que hicimos el análisis de este recurso didáctico el índice de paro era altísimo y hacía ya mucho tiempo que la ciudades se habían enriquecido con la presencia migrante llegada desde muchos y diferentes lugares del mundo. El libro de texto no es, entonces, solo un recurso didáctico. Es también y fundamentalmente una construcción discursiva, un discurso de poder que nos explica el mundo en una determinada dirección desde una determinada ideología).
Aprender a escribir
Escribir es un acto de compromiso y reivindicación que nos proyecta como sujetos, nos hace presentes y nos otorga voz propia. Escribir es dejar constancia de la voz que nace de la voluntad de ejercer la palabra, la voluntad de decirnos cosas, de escribir con voz propia, con lengua propia, con nombre propio.
No me refiero, por tanto, a la escritura mecánica, estandarizada, no me refiero a la escritura de la copia y el dictado, la escritura del examen. No me refiero a esa escritura adormecedora. Escribir es aprender a elegir, a tomar la palabra como un momento y un espacio de creación y de libertad, en el que entran en tensión el conocimiento como regulación y el conocimiento como emancipación.
Con la escritura sembramos la memoria, abrimos la reflexión, cultivamos el pensamiento. Dice Emilio Lledó: «La voz sin eco no habría inventado nunca el tiempo de la historia, o sea, el tiempo humano. Cada época sucesiva habría quedado clausurada en su propio opaco tiempo». En efecto, escribir es también un compromiso con la historia.
Aprender a pensar
El tercer aprendizaje que propongo, en estrechas relación con los dos anteriores, es aprender a pensar. Si conseguimos con la lectura un ejercicio de interpretación crítico y la escritura nos compromete y proyecta frente al mundo, pensar nos involucra en una relación con los demás, nos pone frente al otro, nos provee de herramientas para tomar distancia, analizar, imaginar otro mundo posible y transformar el mundo en el que nos hemos ido haciendo, el mundo que nos ha ido haciendo, el mundo que nos ha conferido identidad impuesta. Pensar es poder decir nosotros y nosotras y hacerlo con autonomía frente al poder, sugiere Marina Garcés. Pensar es pensar juntos, no para pensar igual, pero sí para conocer opciones diferentes y tomar decisiones. Pensar nos proyecta en el espacio público a través de las palabras, del lenguaje. Hay una expresión que dice “detenerse a pensar”. En efecto, pensar requiere un tiempo reñido con la prisa, para poder tomar una distancia y a la vez un desplazamiento respecto a eso que normalmente damos por hecho. Aprender a pensar y aprender a convivir, pensarnos críticamente es aquí no solo lo que nos dicen los libros, lo vertido por el conocimiento experto, es también lo que está presente en los discursos cotidianos de la gente y en sus acciones cotidianas. Pensar es también pensar para ordenar nuestra experiencia humana y dotarla de sentido.
Escribir, leer y desde el pensar juntos, aprender a vivir, a vivir en comunidad, en una democracia de verdad, una comunidad de iguales en la que se respeta la diversidad, se reconozca la diferencia se combatan la desigualdad, se viva en paz, se construya polis, se ejerza el poder de forma solidaria, igualitaria, amiga, cooperativa, atenta, sensible, democrática.
Obviamente, les acabo de formular un deseo. La pregunta inicial era ¿Con qué bagaje debe salir el ciudadano de nuestros días del sistema educativo? Hay un mandato constitucional y un derecho: el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales (art. 27 de la Constitución). Creo que la formulación que les acabo de proponer se acerca bastante a ese derecho educativo. Y tiene, claro que sí, diferentes concreciones para el aprendizaje escolar. A eso se le llama currículum y es otro el momento de su debate, pero convendría, al menos, dejar aquí formulada una primera cuestión: esto que estamos planteando es el inicio del debate sobre el curriculum, que requiere de un amplio debate público que desborde claramente la discusión sobre más de esto o menos de aquello, más de esta asignatura o menos de esta otra. No puedo imaginar la posibilidad de reflexión y la capacidad para pensar de modo crítico y creativo sin el concurso de las disciplinas académicas, de las Humanidades, las Ciencias y las Artes, pero eso no necesariamente tiene por qué traducirse para el aprendizaje escolar en un formato que fragmenta y separa saberes, los distancia de la vida cotidiana y les niega una condición fundamental de cualquier pedagogía que valga la pena y es la necesidad de aprender a hacerse preguntas.