«Recuerdo a Paulo como alguien que siempre hablaba bien de la escuela. Partiendo de mi lectura de Paulo Freire, en particular de su libro Pedagogía de la autonomía, me gustaría hablar de la escuela del siglo xxi como de un lugar especial, un lugar de esperanza y lucha. Hemos hablado muy mal de la escuela. Tendemos a quejarnos de nuestros estros como si fueran responsables de todos los males de la humanidad. Pero es en la escuela donde pasamos los
mejores años de nuestra vida, como niños y como jóvenes. La escuela es un lugar hermoso, un lugar lleno de vida, ya sea una escuela con todas las condiciones de trabajo o una escuela donde falta de todo, y aunque así sea, lo esencial está ahí: en las personas. Docentes, estudiantes, empleados y directores. Todos intentan hacerlo lo mejor que saben, o que pueden. No siempre tienen éxito, pero siempre lo intentan. Por eso necesitamos hablar más y mejor sobre nuestras escuelas, sobre nuestra educación.
La escuela es un espacio de relaciones. En este sentido, cada escuela es única, fruto de su historia particular, de su
proyecto y de sus agentes. Como lugar de personas y relaciones, es también un lugar de representaciones sociales.
Como institución social, ha contribuido tanto al mantenimiento como a la transformación social. En una visión
transformadora, desempeña un papel fundamentalmente crítico y creativo.
La escuela no es solo un lugar para estudiar, sino también para reunirse, conversar, confrontarnos, discutir,
hacer política. Debe generar insatisfacción con lo que ya se dijo, lo que ya se sabe, lo que ya está establecido. Solo
la escuela autoritaria es armoniosa. La escuela es más que un espacio físico. Es, ante todo, una forma de ser, de
ver. Se define por las relaciones sociales que desarrolla. Y, si quiere sobrevivir como institución, en el siglo xxi, necesita buscar lo que le es específico en una sociedad de redes y movimientos como es la sociedad actual. La escuela no puede cambiarlo todo ni puede cambiarse a sí misma. Está estrechamente vinculada a la sociedad que
la mantiene. Es, al mismo tiempo, factor y producto de la sociedad. Como institución social depende de la sociedad
y, para moverse, depende también de la relación que mantenga con otras escuelas, con las familias, aprendiendo
en red con ellas, estableciendo alianzas con la sociedad, con la población.
No somos seres determinados, pero, como seres inacabados, inacabados e incompletos, somos seres condicionados. Lo que aprendemos depende de las condiciones del aprendizaje. Estamos programados para aprender, pero lo que aprendemos depende del tipo de comunidad de aprendizaje a la que pertenecemos. La primera de ellas es la familia, el grupo social de la infancia. De ahí la importancia de esta condición en el desarrollo futuro del niño. La escuela, como la segunda comunidad de aprendizaje del niño, ha de tener en cuenta la comunidad de estudiantes no escolar.
Cuando los padres, las madres u otros cuidadores acompañan la vida escolar de sus hijos, las posibilidades de aprendizaje del niño aumentan. Los padres también tienen que seguir aprendiendo. Si la calidad docente es un
aprendizaje del alumno, es preciso que él lo sepa: es necesario «estar de acuerdo» con él, para involucrarlo como protagonista de cualquier cambio educativo. El fracaso de muchos proyectos educativos radica en el desconocimiento de la participación de los estudiantes. El alumno aprende cuando el maestro aprende; ambos aprenden cuando investigan. Como dice Paulo Freire en su Pedagogía de la autonomía:
No hay enseñanza sin investigación ni investigación sin enseñanza. Esos quehaceres se encuentran cada uno en el cuerpo del otro. Mientras enseño, continúo buscando, indagando. Enseño porque busco, porque indagué, porque indago y me indago. Investigo para comprobar, comprobando intervengo, interviniendo educo y me educo. Investigo para conocer lo que aún no conozco y comunicar o anunciar la novedad.
Vivimos hoy en una sociedad en la que las oportunidades de aprendizaje para la escuela, para el docente, y para la educación en general, son múltiples. Es crucial aprender a pensar de forma autónoma, saber comunicar, saber investigar, saber hacer, tener un razonamiento lógico, aprender a trabajar colaborativamente, hacer síntesis y elaboraciones teóricas, ser capaz de organizar el propio trabajo, tener disciplina, ser sujeto de la construcción del
conocimiento, estar abierto a nuevos aprendizajes, conocer las fuentes de información, saber articular el onocimiento con la práctica y con otros conocimientos.
En este contexto de impregnación de información, el docente es más bien un mediador del conocimiento, un problematizador. El estudiante necesita construir y reconstruir conocimientos a partir de lo que hace. Para ello, el docente también necesita ser curioso, buscar el significado de cuanto hace y señalar nuevos significados de lo que debe hacer con sus alumnos. Dejará de ser conferenciante para ser organizador de conocimientos y aprendizajes.
Podríamos decir que el docente se ha convertido en aprendiz permanente, constructor de significados, cooperador
y, sobre todo, organizador de aprendizajes. No hay enseñanza-aprendizaje sin «exigencia, belleza y alegría», nos dijo Paulo Freire. La estética no está separada de la ética. Y estarán presentes cuando haya placer y significado en el conocimiento que hemos construido. Por lo tanto, también necesitamos saber qué, por qué y para qué estamos
aprendiendo».