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De repente nos hemos encontrado en un espacio cerrado, acotado y con una pantalla enfrente. Cada uno y cada una lo ha resuelto de diferente forma y en esas diferencias encontramos una riqueza infinita, para plantear, pensar y volver a dialogar con un referente en el campo de la educación, de las humanidades, de las ciencias sociales en gran parte del mundo: Paulo Freire.
Su perspectiva dialógica cobra una gran relevancia en estos momentos para pensar los sentidos de la formación en el Siglo XXI al ponerse en jaque el diálogo como necesidad vital para construir relaciones, para construir conocimiento, en una palabra, para construirnos como sujetos. En este diálogo me gustaría introducir a otra referente, descubierta hace poco tiempo y que ha provocado un gran impacto, por sus ideas, su lucha y su diálogo con Freire. Activista negra, escritora, profesora y mujer: bell hooks. En su sugerente libro, Enseñar a transgredir (Hooks, 2021) la autora recupera, en un diálogo con ella misma, su experiencia con el pensamiento de Paulo Freire.
Leerla, me acercó, desde su mirada, interpretación crítica y reconocimiento, a otra visión de Freire y, desde allí, me gustaría plantear por qué creo necesario volver al tema de la dialogicidad. Nos cuenta hooks que al leer a Freire por primera vez se encontraba en un momento de cuestionamiento personal sobre las políticas de dominación, el impacto del racismo, del sexismo y la explotación de clase. Su lectura la llevó a reconocerse, a retomar fuerzas y encontrar otros sentidos a su vida, para seguir otros caminos. Una revelación importante es conocer el mantra revolucionario que la acompañó desde ese momento, al leer las palabras de Freire: “No podemos entrar en la lucha como objetos para convertirnos luego en sujetos”. Esta frase fue como una llave en su lucha contra el proceso colonizador y contra la mentalidad colonizadora (Hooks, 68) vivida durante su infancia y en la que, como profesoras universitarias, nos encontramos inmersas.
El diálogo que establece consigo misma a partir de la influencia de la obra de Freire nos lleva conocer algunas ideas sobre cómo se lo lee en otros contextos sociales, políticos y culturales. En estas otras lecturas resalta un matiz interesante: se mira más al que escribe o lo que se escribe, que a los grupos oprimidos/marginados sobre los que se habla o de quienes se habla y desde donde sus ideas cobran sentido. Es aquí donde encuentro una clave para pensar la formación. Nos centramos en la formación como ente, como mandato, independientemente de los sujetos con los que la compartimos, con sus saberes, conocimientos, sentimientos y experiencias. La formación se aleja del encuentro, se aleja del diálogo, se aleja de la palabra de los otros y otras, aunque tiene que dar cuenta de esa palabra o tiene que instaurar otras. Esto me mueve y me descubre otras visiones sobre la complejidad del diálogo que se establece en la lectura que hacemos de Freire, así como la que hacemos del mundo, de la formación y del alumnado.
Desde la visión de hooks, las ideas de Freire, le ayudan a pensar y dar argumentos a su lucha por la educación como mujer negra en Estados Unidos. Sin dejar de reconocer el lenguaje sexista de la obra de Freire, tal como ella lo manifiesta. El propio modelo de pedagogía crítica de Freire invita a la interrogación crítica de este defecto de su obra, pero la interrogación crítica no es lo mismo que el rechazo (71). Ella cuenta cómo, desde la lectura de Pedagogía del Oprimido, se sintió incluida como nunca lo había sentido en su experiencia como persona negra del campo. Otra clave para repensar la formación desde el diálogo que generamos: ¿Cómo incluimos al otro y a la otra?, ¿desde qué lugar, desde qué posición?. Dialogicidad como reconocimiento, lucha y resistencia por una educación diferente. Freire desde un sitio, hooks desde otro, el diálogo con ambos como forma de actuación y de poner en movimiento los sentidos de la formación en y desde el diálogo. Esto nos lleva a algunas preguntas: ¿Qué implica dialogar en el mundo de hoy? ¿La dialogicidad es un valor en la formación actual? ¿Cómo nos representamos e imaginamos la dialogicidad en el trabajo docente? ¿Es posible reconstruir los procesos formativos desde el diálogo, no como una mera estrategia sino como parte de la existencia humana? No como una mera técnica, no como una negociación necesaria y conveniente sino como un compromiso de escucha, respeto y esperanza de transformación.
La pandemia y las pantallas de la formación, entre otras muchas cuestiones que revisar, pegaron fuerte a los procesos dialógicos, a veces confundidos con una gran participación, verborragia o interrogatorio al profesor, profesora o ponentes. El diálogo como encuentro, el diálogo como inicio, como comienzo, se ha diluido en acciones estructuradas, en presentaciones variadas y en una vuelta a la tecnocratización, a la presencia de la palabra pero sin mucha seguridad en que esa palabra pueda dar lugar a un diálogo fecundo o caer en un palabrerío vacío.
En la idea de la educación como práctica de la libertad, planteada por Freire y retomada por hooks, el soporte fundamental del diálogo, como encuentro, como reconocimiento de diferencias, como lucha contra las jerarquías y las palabras verdaderas, palabras validadas en desmedro de otras palabras, tal vez menos validadas o de menor valor, requiere de una reivindicación seria y responsable.
El diálogo necesita tiempo, conocimiento, escucha honesta y humilde. Si la participación se convierte en un fin en sí mismo, como un criterio obligado en la evaluación y donde lo que vale es hablar, comentar y llenar chats de opiniones personales sin leer a los y las demás, el diálogo se rompe, se resquebraja y va perdiendo sentido para la formación. Genera desconfianza y mala prensa en cuanto a para qué y por qué no seguir con lo previsto, con lo estructurado o con lo que siempre se ha hecho. Los procesos formativos se convierten en instancias acumulativas, con visos de participación y democracia. Los chats se llenan, los foros se encienden, pero, ¿qué construimos?, ¿cómo incluimos?, ¿qué conocimiento generamos?
Como nos recuerda Freire, somos seres de diálogo, pero vamos perdiendo nuestra palabra y asumiendo la de otros, de otras. En este nuevo espacio de la llamada “pospandemia” es donde podemos ir trabajando para recuperar la palabra de todos y todas, que es también la posibilidad de recuperar el diálogo y las relaciones en diálogo. No podemos luchar como objetos para luego ser sujetos. Somos sujetos de diálogo y es justamente desde este principio donde cobra sentido la perspectiva dialógica para otra formación. Un diálogo que reconozca los conocimientos y saberes de todos y todas; un diálogo que no ponga por encima unos conocimientos como más valiosos o importantes que otros; un diálogo que genere encuentro, empatía, complicidad y comprensión del otro y la otra; un diálogo que no niegue las diferencias de opiniones, aún las aparentemente irreconciliables.
La posibilidad de dar lugar y crear espacios para que puedan emerger palabras diferentes, para que otras puertas se puedan abrir y dar lugar a un diálogo que interpele y mire al mundo de todas y todos. Un mundo de clases, de diferencias, de injusticias, de niños y niñas que tienen palabra, un mundo donde los y las jóvenes tienen proyectos, sueños y sufrimientos, un mundo donde estamos todos y todas pero donde parece que no hay lugar para todos y todas. La educación y la formación desde y para el diálogo sigue siendo la herramienta de lucha más poderosa en la medida en que no perdamos de vista que encarnamos la propia ideología que queremos combatir y transformar.
Aprender a dialogar desde unos modelos educativos y formativos donde el diálogo juega un papel más instrumental que esencial, es el gran desafío que tenemos por delante.
Referencias
Freire, P. (2002). Pedagogía del oprimido. Madrid: Siglo XXI de España Editores.
Hooks, B. (2021). Enseñar a transgredir. Madrid: Capitán Swing Libros.