Isaac Heredia es promotor escolar en cuatro centros educativos de Barcelona, mayoritariamente en el barrio del Bon Pastor y Baró de Viver. Padre de dos hijas, es todo un referente por buena parte de la comunidad gitana de la ciudad. Está terminando segundo de Educación Primaria en la UB, con una nota media de 7,6. “Todo aprobado, salvo el inglés. Pero vamos, éste es otro tema”, ironiza. Cursó todos sus estudios básicos en centros segregados: “O gitanos o extranjeros, éramos los que estábamos en clase”. La situación, desde entonces, no ha variado mucho: “Ahora que se han hecho las puertas abiertas, te das cuenta de que las familias blancas occidentales ni vienen a ver la escuela. Tanto les hace el proyecto que los presenten, no vienen porque ya saben las familias que hay en el centro. Ni nos dan la opción de demostrar cómo trabajamos”.
Tanto la existencia de actitudes racistas en el ámbito escolar señaladas en verano por el Síndic de Greuges así como la constante denuncia contra la segregación escolar que formula la institución, son constatadas a diario por Heredia. “Veo cómo hay familias que no quieren que sus hijos vayan a la escuela con gitanos”, asevera. “En Bon Pastor, por ejemplo, hay un centro público y uno concertado que están prácticamente muy cerca, a 200 metros el uno del otro. En la pública hay gran parte de alumnado extranjero, un 30% de gitanos y otra parte de alumnado blanco. Esto en la concertada no ocurre: el gran grosor es alumnado blanco de clase media”, detalla. «Ya no se trata de la imagen de la escuela, sino de los propios prejuicios que tengamos cada uno», sentencia.
La lucha contra el efecto Pigmalión
Heredia fue el único alumno gitano que terminó la ESO en su instituto – Cristòfol Colom, actualmente desmantelado–, conjuntamente con quien acabaría siendo su esposa, Encarna Amaya. “La tutora de 4º de ESO, Maria, fue la primera que empezó a creer en nosotros. Hasta entonces nadie nos había hablado de la educación postobligatoria, de la posibilidad de graduarte, de formarte, incluso de cursar bachillerato… ¡Tenían pocas expectativas hacia nosotros! ¡Y nosotros mismos nos creemos que no valíamos! –se exclama–. Nos creíamos que no teníamos la capacidad de seguir estudiando. Es lo que se conoce como efecto Pigmalión”.
En este sentido, considera que la situación ha ido mejorando. “Ahora, las bajas expectativas hacia el alumnado gitano ya no están de forma tan abierta, pero es cierto que estas expectativas todavía no son tan altas como con el resto de alumnos”, considera. “Esa mirada todavía está, pero por suerte no es tan generalizada, no hay lo que podríamos llamar una ideología de centro , pero sí sigue estando en algunas personas”, apunta. «Como promotor veo muchas cosas: escuelas e institutos que se implican en la actividad académica diaria, tutores que se implican como lo hacía Maria, y también veo actitudes como las que yo sufrí», expone.
De hecho, el Institut Cristòfol Colom y la Escola Bernat de Boïles acabaron cerrando y se refundaron en el actual Institut Escola El Til·ler, con una mirada mucho más positiva hacia el conjunto del alumnado. Tanto, que como padres decidieron matricular a su hija mayor: “Estamos muy contentos. Hay mucha cohesión de clase, se trabaja mucho la parte social y emocional, el proyecto educativo está en grande… Siempre hay cosas que mejorar, cierto, pero como padre se me ha escuchado”. Y expone: “Antes la escuela tenía unos 150 alumnos, y el instituto unos 60-70. Entre ambos centros, debemos estar hablando de unos 220-240 alumnos. Ahora, después de cuatro años del Instituto Escuela El Til·ler, ¡estamos a los 350 alumnos!”
«Los profesores venían y se iban pitando»
Heredia también había ido a la Escola Bernat de Boïl. “Siempre fui un niño muy cabido, y ya en primaria decidí que de mayor sería maestro de la Escola Bernat de Boïl. El problema es todas las barreras con las que me he encontrado. Al profesor de educación física le dije que un día sería profesor de educación física allí en la escuela, y él me animó mucho. Pero era la única persona que lo hacía”, expone. En el instituto, tres cuartos del mismo: los grupos-clase eran el grupo rojo, el grupo amarillo y el grupo verde, recuerda. “El centro acabó cerrándose. Éramos 10-12 alumnos por aula. Los profesores venían al instituto y se marchaban pitando, con quejas referentes a este tipo de alumnado y tal. Aguantaban un curso, hacían puntos y se iban”, retrata.
A pesar de las dificultades del entorno, y gracias a los ánimos de la tutora de 4º de ESO (“ella creyó más en mí que yo mismo, y eso me marcó”, dice), Heredia se decidió a cursar un grado medio de FP de comercio. “Lo hice por ella y por mi madre. Puesto que mi familia trabaja en la venta ambulante, creía que una FP comercial podría contribuir, con la idea de que algún día sería dependiente, aunque mi deseo era ser profesor”, expone. Fue el primer gitano del instituto en alcanzar el grado medio y se matriculó para cursar el grado superior, “pero por causas de la vida y económicas tuve que dejarlo”, expone.
Pero Heredia estaba convencido de que era necesario concienciar al conjunto de la población gitana de la importancia de la formación. “Entendí que debía apoyarse a la comunidad gitana, y conjuntamente con un compañero que también cursaba el grado medio creamos la Asociación Gitana RromaneSiklǒvne-Asociación de Jóvenes Estudiantes Gitanos del Bon Pastor”, expone. A través de la entidad empezó a colaborar con varios centros educativos, y fue entonces cuando se abrió una plaza para que una persona gitana fuera promotora escolar del distrito de Sant Andreu, una figura específica (PDF) contemplada por la Fundación Privada Pere Closa. Y la ganó. «¡Y sólo tenía un CFGM de Comercio!», se exclama. «El domingo iba al mercadillo y el lunes era un perfil más del servicio educativo del EAP», enfatiza.
“Por esa posición en concreto, más que una formación específica, se buscaba a alguien que pudiera ser un referente, un gitano o gitana que hubiera conseguido el graduado escolar. Y la tarea que debía llevar a cabo encajaba perfectamente. Una vez fui promotor escolar, entonces me formé leyendo libros de pedagogía y educación intercultural, informes sobre absentismo… ¡De hecho, la gente se creía que tenía una carrera!”, se exclama. Todo ello le supuso un refuerzo de la autoestima: “Creí más en mí, que podía ser profesor. Hice el examen de ingreso en la universidad para mayores de 25 y aprobé, y luego las PAP. Estuve todo el verano preparándolas mientras trabajaba y tenía la familia. Aprobé y accedí a la UB, donde con 27 años estoy terminando 2º de Educación Primaria”.
Una evolución positiva
El ejemplo formativo de Heredia y Amaya inspiró a otros alumnos de Cristóbal Colón. “Después de nosotros, cuatro alumnos gitanos se graduaron y tres pasaron a realizar un grado medio. Se había abierto una brecha. ‘Si ellos lo han hecho, nosotros también’, pensaban”, expone. Y lo mismo está ocurriendo en el ámbito universitario. «Cada vez se traspasa más la barrera hacia la educación no obligatoria: está subiendo una juventud muy potente y muchos llegan a tener un grado universitario», recalca.
“Hace 10 años, alumnado gitano en P3 prácticamente no había, en el paso de primaria a secundaria se perdía el 50%, sobre todo las chicas… Actualmente, en cambio, no hay ningún alumno gitano desescolarizado en P3 y no se pierde prácticamente nadie en el paso a secundaria. Y cada año se gradúan más gitanos y gitanas en ESO”, asevera. «Los datos son de lo más positivos», reivindica con orgullo.