Tras la desgarradora e incisiva Las invisibles (Les invisibles, 2018), una película donde trabajadoras sociales deben hacer frente a la decisión política de cerrar el centro municipal para mujeres sin hogar, el director Louis-Julien Petit apuesta esta vez por la comedia para hablar de un tema extremadamente peliagudo como es el de la gestión de los menores inmigrantes no acompañados. Y lo hace de forma ingenua, evitando meterse en problemas, mostrando una historia de superación personal y colectiva, que invita al espectador a empatizar con los protagonistas, conmoviéndonos por sus historias y, a la vez, contagiándonos por su entusiasmo y por sus sueños.
La semilla de la película La brigada de la cocina (La brigade, 2022) surge en realidad con el documental Les cuisiniers de Treignac (2018), guionizado y dirigido por Sophie Bensadoun (que aparece en los créditos de la película como inductora de la idea original). En el documental se descubre la labor de la chef Catherine Grosjean, que desde 2004 dirige una escuela ocupacional orientada justamente a jóvenes inmigrantes, para capacitarles para el mundo laboral, en este caso, en el mundo de la cocina.
Petit emplea la comedia para facilitar al espectador entrar en la historia sin pensar en el drama implícito que hay detrás de cada menor. Decidió contratar a menores inmigrantes aficionados al teatro para dar verosimilitud al relato, haciéndoles debutar en el cine acompañados de dos protagonistas bien conocidos. Unos actores debutantes con historias personales que no se alejan demasiado de las que acabamos viendo en el relato, y que se caracterizan por su dificultad para expresarse en francés, por sus procedencias diversas, los desarraigos dolorosos, la inquietud por un futuro incierto y la preocupación por una cuenta atrás asociada con el paso del tiempo… y la llegada a la maldita mayoría de edad. Una mayoría de edad que, por cierto, la marca un médico, quién es el que debe decir qué edad tienes realmente.
Como en su anterior película, la protagonista es de nuevo la actriz Audrey Lamy, interpretando esta vez a una experimentada chef, criada en un orfanato, donde empezó a introducirse en el mundo de la cocina. La vemos al inicio del largometraje como cocinera en un restaurante de lujo, trabajando con una chef muy mediática, especialmente por un programa de televisión. Percibimos a la protagonista como una persona de carácter y con criterio, y que no tiene problema en cambiar la receta de la chef cuando cree que no es acertada la combinación de sabores propuesta. Y que es capaz de defenderlo y enfrentarse a la todopoderosa chef, que le acaba diciendo lo que dicen un tipo de líderes muy particulares: «aquí hay que hacer lo que yo diga y si no te gusta allí tienes la puerta»… que es lo que decide hacer, harta de soportar a esta imbécil.
Después de un inesperado periplo donde no es capaz de encontrar trabajo a pesar de su currículum, acaba haciendo una entrevista para una oferta engañosa. La realidad es que no se trataba de un restaurante de lujo, sino de un albergue de jóvenes inmigrantes no acompañados (se vislumbra que nadie quiere trabajar en este lugar, de ahí el engaño). La necesidad económica y las condiciones (sueldo, comida y alojamiento), le hacen aceptar el trabajo y, a partir de ese instante, es cuando hace el camino de la chef real en la que se inspira su personaje.
El director del albergue está interpretado por François Cluzet, que se rompió de verdad el tendón de Aquiles en una escena donde jugaba al fútbol con sus alumnos, así que le veremos con muletas el resto de la película. Como director y trabajador social entendemos su comportamiento en todo momento: intentar ayudar a los jóvenes en lo que pueda, gestionar los recursos limitados disponibles, buscar soluciones a los diferentes problemas que van surgiendo, acompañar en lo posible al personal y los menores, atender a la burocracia con la administración, etc.
La chef, a su llegada al albergue, piensa por un lado en que ya estaba harta de trabajar para otros y, sobre todo, que no se le reconociera su trabajo y, por otro lado, que ahora tiene mucha libertad de organizarse gracias a la confianza del director, que la empodera en su territorio: la cocina. Sólo hay un problema: demasiados clientes para dos manos solamente. La petición de ayuda a los jóvenes es respuesta de forma inesperada con la predisposición por parte de todos, pero habrá que orientarlos para evitar malentendidos: “¡En mi cocina no hay religión ni etnia y, sobre todo, no hay misoginia!”» será su lema.
Su carácter decidido y autoritario le permite convertir a un grupo de jóvenes totalmente heterogéneos, en todos los sentidos, en una verdadera brigada trabajando al unísono. Y lo hace empleando símiles organizativos del fútbol (la portería, la defensa, el ataque, etc.), y contagiándose del propio entusiasmo de los aprendices, ansiosos por participar. La táctica de la chef reconvertida en profesora no es original, está captándoles por la emoción, y la cocina es una explosión de emociones: olores, texturas, combinaciones, descubrimientos, belleza… y mucho trabajo. La cocina es sinónimo de compartir, de valores, de respeto a los demás, quedando patente especialmente en la forma en que comparten y muestran las recetas y tradiciones de sus países de origen. Se destaca la curiosidad por las historias de los demás, de otros que vienen de muy lejos después de un largo viaje, después de muchas penurias y sabiendo que si migras es que seguramente no tenías muchas otras opciones.
Los jóvenes aprenderán a planificar y elaborar los distintos platos y a venderlos a sus clientes. Aprenderán a comprar los alimentos de proximidad y sus características, a prepararlos de diferentes formas y a repartir las tareas dentro de la cocina. Desarrollarán las habilidades de trabajar en equipo mientras que los responsables de cada grupo pondrán en práctica su capacidad de liderazgo frente a los demás y de resolver los distintos retos que vayan surgiendo. Sabrán gestionar el tiempo (fundamental en una cocina), programar las actividades y realizar las tareas administrativas. Serán inquietos para interpretar las tendencias, las técnicas gastronómicas y las cualidades nutricionales de los alimentos y poder reinterpretarlas con su propia inventiva. Y, sobre todo, sabrán mantener y seguir las estrictas normas de salud, higiene y seguridad alimenticia.
Aprenderán un oficio y, con ello, una oportunidad, una solución para detener la cuenta atrás de la expulsión del país. La película es profundamente conmovedora y optimista, pero también realista… no todos lo consiguen. Al final de la película, los espectadores nos quedamos con la sensación de que, hoy en día, los verdaderos superhéroes en el mundo real son esos menores inmigrantes no acompañados.