Nunca dar notas a los estudiantes cuando aún están aprendiendo
Alfie Kohn
No se me ocurre nada mejor para odiar el cole o el instituto que volver de tu verano y que, durante las primeras semanas, esas en la que aún te estás acostumbrando a levantarte temprano, te atiborren a un montón de exámenes escritos debidamente enmascarados como “pruebas iniciales”.
Así empieza el curso nuestro alumnado desde que, con la mejor de las intenciones pero la peor de las disposiciones, un recurso pedagógico elemental acabó normalizándose como un quehacer obligatorio para el profesorado. Lo cual podría haber sido bueno si buena parte de ese profesorado tuviese claro que no se trata de un simple trámite burocrático más; que es, de hecho, algo mucho más importante. Pero es verdad que entonces no habría hecho falta plantearse como algo obligatorio.
La evaluación inicial no va de notas numéricas, ni de calificaciones de ningún tipo, y está lejos de ser cualquier tontería: va de conocer a tu alumnado y de elaborar un diagnóstico de sus necesidades para, así, comenzar a diseñar la mejor de las programaciones; esto es, acorde precisamente a esas necesidades. Por eso, también se suele conocer como “evaluación de diagnóstico”, aunque, en realidad, diagnósticas son todas las evaluaciones con sentido que hagamos a lo largo del curso, coincidentes o no con las épocas de boletines de notas.
El asunto, las llamemos como las llamemos, es que tales evaluaciones son a menudo y en exceso reducidas a simples y puntuales exámenes escritos durante los primeros días del calendario escolar. La única particularidad, vistos estos superficialmente, es que, además de llevarse a cabo a principios de curso, no influyen en la nota final. O no deberían, que algunos docentes no dudan en recordar a sus alumnos y alumnas que ya se les está teniendo en cuenta, de cara a su calificación, la actitud y el esfuerzo mostrados durante la ejecución de las pruebas de marras.
La evaluación inicial no va de notas numéricas, ni de calificaciones de ningún tipo, y está lejos de ser cualquier tontería: va de conocer a tu alumnado y de elaborar un diagnóstico de sus necesidades
Cuando llega la reunión de equipo educativo correspondiente, es normal que escuchemos, de tal alumno o alumna, que “ha sacado un tal en la prueba inicial de tal”, pero sin más información que esa. Sí, ponemos notas hasta cuando no cuentan para nota. Y si de esa reunión sacamos conclusiones muy interesantes no será por una cantidad de números, que en realidad no nos dicen nada sobre cómo actuar con ese alumno alumna: será a pesar de los prejuicios y predisposiciones a los que nos sometan como consecuencia del fervor examinístico.
La evaluación inicial debe ser diseñada acorde a los objetivos que se pretenden conseguir, aunque también a las competencias trabajadas durante cursos anteriores. Esto último es un problema en las asignaturas nuevas que nunca se han dado, pero desde un punto de vista transversal siempre se pueden esperar algunos puntos de partida que deben ser analizados. Lo importante es no basarse meramente en los saberes básicos, sino en los mismos criterios con los que vamos a evaluarles el resto del año. Y tener claro que nos corresponde a nosotros ayudarles en su adquisición, partan de donde partan. Empezando por introducirles bien esos criterios, por lograr que los comprendan y los hagan suyos. Pero sin quedarnos ahí.
Esto último lo digo por otro error que cometemos habitualmente: enunciar los criterios durante la presentación de la asignatura, pero olvidarlos luego para siempre. Ahí está la información, la subo a la plataforma, la tenéis en la programación. Ni que decir tiene que eso tampoco sirve de mucho.
Que el alumnado tenga claro no solo cómo se le va a calificar, sino también qué se le está evaluando en todo momento
Aparte de la labor de explicarlos traducidos a su discurso lo mejor que podamos, pues tristemente se han ocupado de redactarlos bien farragosos, y dado que la evaluación formativa también debe ser necesariamente continua, lo importante es tenerlos presentes como un horizonte visible durante todo el curso, apelando al certero adjetivo de John Hattie. En cada situación de aprendizaje que promovamos, en cada actividad de clase, en cada feedback. Que el alumnado tenga claro no solo cómo se le va a calificar, sino también qué se le está evaluando en todo momento, y para ello, traer a colación esos criterios las veces que haga falta. Mantener claras qué habilidades va consiguiendo y cuáles se espera que siga desarrollando. Y siempre, con nuestra guía, cómo irlas interiorizando.
La evaluación inicial también forma parte de la evaluación trimestral y de la final, pues traer al recuerdo los puntos de partida analizados a principios de curso es una estupenda forma de evaluar los niveles de desempeño de cada cual. De evaluar y de autoevaluar, y de autoevaluarnos también. Hay que pensarla no como un examen exento de todo, a palo seco tras las vacaciones escolares, sino como una herramienta que unirá el comienzo de curso con su final, pero también, el curso anterior con el siguiente. No debe ser una cápsula del tiempo enterrada, sino permanecer presente y transparente en todo momento.
Sabedores somos de los estragos de la memoria académica tras el periodo estival. Por eso hay que elaborar nuestras actividades de diagnóstico inicial detenidamente y con delicadeza, potenciando entre el alumnado la evocación antes que las respuestas irreflexivas, aquellas que se aciertan por obvias. Porque, precisamente, el aprendizaje es algo que va más allá de la memoria a corto plazo.
Desde luego, no tienen por qué ser respuestas escritas o, al menos, no en parte, ni siquiera tienen que anunciarse como preguntas directas. Por ejemplo, Bárbara Menéndez daba algunas muy buenas pistas para diseñar alternativas al examen al uso en este hilo de Twitter. De hecho, si solo les evaluamos inicialmente por escrito, estaremos acaso obviando las potencialidades de buena parte de nuestro alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo. Y, por supuesto, estaremos olvidando que la mayoría de los criterios de la mayoría de nuestras asignaturas ni siquiera tienen nada que ver con la escritura, por importante que esta sea.
La evaluación inicial debería pues ser un motor, no un freno. Una oportunidad, no solo un papeleo. Una aliada para las primeras semanas de clase y para el resto del curso,
Tampoco hay que hacer tales “pruebas” en un solo día, aprisa y corriendo, que aun teniendo varias semanas de plazo, queremos empezar el temario cuanto antes porque luego no nos da tiempo a llegar al final. Sí, de nuevo la culpa es de la normativa y de sus extensos currículos, pero… ¿de qué sirve emprender un camino y esperar que nos sigan sin mapas, sin brújulas, sin tener claro dónde estamos, a dónde queremos llegar y de dónde hemos partido?
La evaluación inicial debería pues ser un motor, no un freno. Una oportunidad, no solo un papeleo. Una aliada para las primeras semanas de clase y para el resto del curso, no un palo entre las ruedas que nadie se ocupe luego de quitar. Unas primeras semanas que son, precisamente, las de los días en los que más nos tendríamos que esforzar por que colegios e institutos sean percibidos como lugares en los que sentirse bien, sin añadir más nerviosismo al que todos ya traemos, sin quemar tan pronto las pilas cargadas. Lugares donde cuidar la autoestima y la motivación, no donde alentar las profecías autocumplidas.
Que luego nos extrañaremos de nuestro alto grado de absentismo, aquel en el que intervienen más factores, por supuesto, pero también este tan frío recibimiento, que ensombrece todo lo positivo que sí hacemos bien los primeros días de clase. Porque somos mucho más que apresurados clasificadores de niños y niñas.