El 11 de febrero se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. La proporción de mujeres investigadoras en España ronda casi el 41 % aunque tienen muchas más dificultades que los hombres para acceder a puestos de poder en la ciencia. ¿Se refieren al hablar del 41 % de mujeres investigadoras, a científicas STEM (Ciencia, Tecnología Ingeniería y Matemáticas) o, ¿además se incluye a científicas STEAM (añadiendo el Arte) y SSH (Ciencias Humanas y Sociales)?
Además de científicas STEM, las disciplinas dominantes, también existen el resto de las científicas. Y ya se ha demostrado, por ejemplo, que desde las SSH existe impacto científico, social y político. Porque como defienden Reale et al.( 2017), el impacto social se materializa cuando los resultados publicados, difundidos y transferidos conducen a una mejora en relación con los objetivos priorizados por la sociedad. En el caso de Europa, se relacionan con los objetivos de la estrategia UE2030 y, globalmente, con los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas.
Si además consideramos la comunicación inclusiva de la ciencia impulsada por la Fundación Española para la Ciencia y la tecnología (FECYT) (2022), no debemos olvidar que la comunicación de la ciencia es política y que la investigación ha demostrado que la ciencia y la sociedad se constituyen mutuamente. La comunicación de la ciencia, como defiende Emily Dawson, opera como un campo que excluye, destacando: “preguntar exactamente qué es lo que hace que algo sea inclusivo es inevitablemente una cuestión específica y contextual que siempre está enmarcada por las cambiantes geometrías del poder en el espacio y el tiempo”. Y Milagros Sáinz especifica: “Para favorecer que los modelos femeninos sean inspiradores de vocaciones científicas para las chicas jóvenes es importante que no solo se presenten referentes de mujeres destacadas, sino también que se planteen ejemplos de mujeres con las que sea fácil identificarse porque poseen sus mismas características sociales y personales”. Pone el ejemplo de mujeres del ámbito rural. Podemos pensar otros ejemplos como mujeres racializadas.
Si lo trasladamos a la práctica Ana López Navajas en Aprender con referentes femeninos (2021) incide en que el 93% de los referentes nombrados en los libros de texto en la ESO son masculinos. Solamente un 7% son femeninos. Y destaca las implicaciones que tiene esta ausencia, que nos concierne de igual manera a mujeres y a hombres, porque supone una gran pérdida cultural y la exclusión de la memoria cultural colectiva.
Ana López Navajas sobre Women’s Legacy: “Hemos bajado a las mujeres a las aulas”
Marian López, en Para qué el arte (2015), evidencia un aspecto importante para entender la invisibilización del Arte frente a las disciplinas STEM : “El silenciamiento, la falta de genealogía y memoria de la creación de los grupos excluidos y de las mujeres obliga pues a la reflexión […] de las causas, los procesos, los actores y los fines[…] aquellas personas que, desafiando al orden impuesto por la cultura androcéntrica y hegemónica, iniciaron y desarrollaron labores y trabajos creadores, han sido también silenciadas y no existen ni en los manuales que hoy se utilizan en las escuelas y universidades”. Contamos con aportaciones como, por ejemplo, La mirada inquieta (2022) de Eugenia Tenenbaum que abre muchos interrogantes. Tenenbaum plantea: “los sesgos aplicados a una narrativa histórica pueden modificar profundamente nuestra comprensión sobre ella.(…) se nos acusa de presentismo. Lo que estos sectores reaccionarios suelen obviar es que fue- y es- el propio discurso tradicional el que, valiéndose del paradigma dominante, volcó en el pasado estereotipos y prejuicios que pertenecían al presente. Las metodologías revisionistas no buscan reinventar el pasado: lo que buscan es acercarse a él haciendo uso del menor número de sesgos posibles”. O Ni musas ni sumisas (2022) de Helena Sotoca en el que, en relación a la Venus de Willendorft por ejemplo, señala: “Lo que en un principio parecen distorsiones anatómicas pasan a ser representaciones aptas si consideramos el cuerpo como si fuese visto por una mujer que se mira desde arriba. […] El hallazgo de estas dos investigadoras [McCoid y McDermott] parece demostrar que no solo no nos hemos acercado a estas estatuillas desde un discurso equivocado, sino también desde un punto de vista limitado”. Desde dónde interpretamos es importante, cambiar el punto de vista y comparar con el cuerpo de una mujer preñada que se ve a si misma desde arriba, proporciona otro marco de interpretación de la figura. Nos abre puertas.
Un ejemplo SSH lo tenemos, entre otros muchos, en la invisibilización sufrida por María Moliner (1900-1981), bibliotecaria por oposición al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos ( así, en masculino genérico, contextualicemos). Tras otros destinos llegó a València a principios de los años treinta. Tras una brillante trayectoria profesional, había sufrido la depuración franquista descendiendo dieciocho niveles en el escalafón del Cuerpo. Hacía 1952 comenzó su Diccionario de uso del español, que concluyó más de quince años después, trabajando en la mesa del comedor de su casa, tras acabar su horario laboral. La primera edición se publicó en 1966-1967. La propusieron para entrar como académica de la Real Academia Española (RAE), pero no la eligieron a pesar de su obra colosal. Inmaculada de la Fuente, una de sus biógrafas, evidenció que era mujer y, además, su diccionario cuestionaba el de la RAE. En 1973 la RAE le otorgó por unanimidad el premio Lorenzo Nieto. Lo rechazó. En 2021, tras cuarenta años de su muerte, el director de la RAE reconoció el trabajo de María Moliner, dijo que le apenaba que no fuera académica y expresó: “No es la RAE la culpable de un machismo recalcitrante que existía desde hace mucho y que se podía haber paliado, cuando apareció María Moliner”. Es decir, no había ganas.
En 2021 la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas quiso recuperar en los libros de texto a científicas ninguneadas en la historia dentro de la campaña «No more Matildas«, lanzando tres libros en los que se recrea cómo habrían sido las vidas de tres científicos STEM, Einstein, Fleming y Schrödinger si hubieran nacido mujeres, planteando: ¿Qué hubiera sucedido? ¿Su genio científico habría podido llegar tan lejos? ¿Sería tan universalmente conocidas? El caso de Moliner, en el campo SSH nos muestra lo que ha sucedido, posiblemente no lo serían.
Recordemos que en 2017 Lin Bian, Sarah-Jane Leslie y Andrei Cimpian publicaron en Science una investigación que demostraba que las niñas aprenden a subestimar las capacidades de su propio género a los seis años. La edad en la que comienza la formación obligatoria en muchos países.
Si realizamos una aproximación interseccional uniendo sexo y clase, por otra parte, también está demostrado que tener éxito escolar no depende del nivel socioeconómico, del contexto, sino de las actuaciones que llevamos a cabo en la escuela. Si ya sabemos que existen acciones educativas de éxito, no podemos seguir implementando actuaciones que han demostrado que no transforman absolutamente nada. Ni haciendo variaciones sobre la marcha que transforman las actuaciones educativas de éxito en otra cosa que nada tiene que ver con la propuesta original, son imposturas intelectuales. Porque una cosa es la paella y otra muy diferente, como dice la canción, arroz con cosas, cosas con arroz.
Existen evidencias científicas del impacto de las acciones educativas de éxito en los resultados del estudiantado (Morlà et al.,2022).También plataformas de evidencias científicas en educación como Adhyayana, y sobre género como Sappho, para consultar, tenemos la consulta a un clik. Ignorarlo es acientífico. Como defiende la FECYT: “La equidad requiere la sustitución de edumitos por prácticas guiadas por evidencias científicas de impacto social”.
Cuando abordamos la ciencia (STEM, STEAM, SSH) debemos mostrar las distorsiones evidenciadas al analizar el efecto Matilda, concepto acuñado por la historiadora de las ciencias Margaret W. Rossiter. Es decir, la falta de reconocimiento del trabajo de muchas científicas, o para entenderlo mejor, la atribución por parte de algunos científicos del trabajo de las científicas que trabajaban/trabajan con ellos nunca es justificable, porque no es ética. Por ejemplo, Otto Hahn, compañero de Lise Meitner recibió en Nobel de Química en 1944 por el trabajo que ella había desarrollado. Meitner además de mujer era judía en la Alemania nazi. Hay muchas más científicas ignoradas, con su trabajo premiado, pero dando el premio a otras personas que no lo llevaron a cabo.
El Estudio sobre la situación de las jóvenes investigadoras, realizado por la Unidad de Mujeres y Ciencia (2021) muestra, como recoge Mónica Zas,“la metáfora de la “tubería rota” o que gotea (leaky pipeline) evidenciando que, a pesar de que las mujeres tienen una representación mayor o igual que los hombres en las primeras etapas de la carrera investigadora, esta proporción desciende a medida que sube el rango. Esta metáfora explica el “gráfico de tijera” o el “gráfico de pinza”, que se ha convertido en una constante dentro del análisis científico en clave de género”. Zas resume: “las científicas también tienen carreras más cortas que sus compañeros: 9,3 años de media ellas y 11 años ellos. Esto, según el informe, se traduce en que las ellas sufren un 19,5% más el riesgo de abandono de la carrera investigadora, “lo que les da a los científicos varones una gran ventaja acumulativa a lo largo del tiempo” (…) Por otro lado, el acoso sexual en los lugares de trabajo es algo a destacar como potencial elemento disruptor de las carreras de las profesionales, provocando el desencanto con la labor que desarrollan e incluso el abandono. En esta encuesta, un 10,8% de mujeres reconoce haber presenciado estas situaciones en el trabajo (frente a un 12,2% de hombres) y al 14% de les ha ocurrido en primera persona. El informe hace alusión a otros estudios al respecto, como uno realizado desde la Unión Europea en 2012, donde se estimó que al menos el 54% de las científicas en España había sufrido algún tipo de acoso sexual.” Ya se había demostrado esta situación de acoso en la ciencia en EE. UU. en 2018. Hay más casos.
Tenemos mucho en lo que profundizar al hablar de ciencia y mujeres. Mucho que construir para generar referentes adecuados para las niñas (y también para los niños) mostrando mujeres científicas en todas las disciplinas. Y debemos hacerlo, para que resulte efectivo, más allá de cada 11 de febrero.