Son jóvenes, van a la universidad y hace años que se involucraron en el activismo. Se trata de Salma Luiki, Izhan Alcántara y Allan Contreras, que conciben la vida universitaria como una etapa que va más allá de los conocimientos técnicos, y es que, si nos remontamos al origen latino de la palabra ‘universitas’, tiene un sentido de ‘colectividad’ y ‘comunidad’.
“Todo empieza a partir de mi experiencia y conciencia de mi identidad como mujer, racializada, hija de inmigrantes, musulmana y de clase baja en un sistema que no acompaña a ninguno de estos rasgos identitarios”, explica Salma, que estudia Educación Social en la Universitat de Barcelona. “Yo no era consciente de mis opresiones hasta que empecé a ir al instituto; esto no tiene nada que ver con la edad, sino con la segregación que tenemos actualmente en el sistema educativo”.
Salma sufrió una crisis de identidad. Sentía que no encajaba en ninguna parte y se avergonzaba de su cultura, pero su entorno jugó un papel esencial y positivo en su proceso de empoderamiento. Así, en el servicio socioeducativo al que iba al finalizar la ESO, al ver que tenía un espíritu muy participativo, la animaron a ser voluntaria del centro. “A partir de ahí, empecé a ser consciente de mi derecho a participar y, poco a poco, fui conociendo a más personas que me invitaron y me fueron abriendo puertas en todo este proceso del activismo”.
Salma también trabaja, hecho que le resta tiempo de ocio y convivencia fuera del aula. “Creo que hay una imagen de la universidad muy sobrevalorada y suele decepcionar, más en estudiantes como yo que tenemos que trabajar mientras estudiamos por necesidades económicas”. A pesar de ello, en su paso por Educación Social vive un ambiente de ayuda mutua lejos de la competición del que está agradecida.
Para fomentar la participación del alumnado, tiene claro qué es necesario: “Más personal y recursos para poder ofrecer un trato más personalizado y poder orientar más y mejor al alumnado”. Hay un elemento que considera fundamental: que haya asignaturas obligatorias que promuevan valores antirracistas, feministas, contra la homofobia y el clasismo, sobre todo en las carreras del mundo social.
Respetar la diversidad
Izhan estudia animación 2D y 3D en LCI Barcelona, donde comparte con profesorado y alumnado la pasión por estos estudios artísticos. “Me involucré en el activismo de pura casualidad. Yo había salido del armario hacía poco y, para poder gestionarlo junto con mi familia, buscamos ayuda”. Encontró la Asociación Tras Andalucía-Sylvia Rivera, que defiende los derechos de las personas trans, y tiempo después de recibir su ayuda, acabó trabajando allí.
Ahora se dedica más a su faceta como artista y está disfrutando de la experiencia. “He conocido a gente fantástica y siento que por fin estoy desarrollando lo que siempre he querido. Es mi experiencia como una persona que ya ha pasado por dos cursos de estudios artísticos más y estoy con la mentalidad de intentar exprimirlo al máximo, tanto educativamente como socialmente”.
Izhan disfruta dentro y fuera de clase, si bien es cierto que se ha encontrado con prejuicios y con informaciones erróneas sobre su identidad que atribuye más a la ignorancia que a la maldad. “Desde mi perspectiva como persona trans, no he tenido demasiados problemas, más allá de comentarios de personas que ignoraban el tema y no han querido o sabido profundizar en él para informarse mejor”.
Partiendo de la base de que la universidad tendría que impulsar conceptos como la paz positiva, entendida como un proceso colectivo para intentar erradicar las raíces de la violencia y las desigualdades, Izhan afirma que a menudo no hay espacios ni tiempo ni contexto para erradicar la desinformación y aumentar la empatía. “Muchas veces, el problema está en la personalización de los conceptos, pero en el momento en el que le pones cara y nombre, la cosa cambia. Por ejemplo, algunas compañeras me han comentado que han aprendido muchos conceptos sobre identidades trans al conocerme a mí”.
Una de las herramientas más transformadoras, señala, es combatir el individualismo, compartir luchas y confiar más en las personas. “Desconocemos a muchas personas que nos rodean y que están en nuestro día a día. Conocernos mutuamente nos haría crecer en empatía, conocer la diversidad real y que nos rodea, y aprender a procesar este respeto tan necesario, desde el afecto y el aprecio”.
Más allá de un título y un trabajo
Allan estudia Pedagogía en la Universitat Autònoma de Barcelona y en su currículum activista forma parte del Centro Social La Obrera y de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), además de ser voluntario de la Escuela Popular la Madrasseta de Sabadell. Llegó de pequeño a Catalunya y, con el tiempo, le movió la necesidad de ser parte de alguna entidad en la que poder participar y compartir.
Para Allan, “la universidad tiene que ser un espacio en el que se pueda aplicar aquello aprendido en clase, pero también las cosas aprendidas en la vida. No puede ser únicamente una pasarela para obtener un título con ilusión que tu vida mejore”. “La universidad tiene que ser capaz de trabajar de manera integral todas las competencias educativas, ponerlas en práctica y generar nuevos conocimientos, pero también tiene que generar espacios de deconstrucción de saberes aprendidos en la vida que quizás no estaban bastante debatidos con otras personas”.
Recuerda, sin embargo, que esta experiencia universitaria no es igual para todo el mundo, puesto que hay personas que compaginan los estudios con uno o dos trabajos para poder pagar el alquiler de la vivienda u habitación y otros gastos. “El sistema capitalista promete una vida mejor cuando acabemos de estudiar, pero de momento esta mejor vida de futuro se paga a expensas de nuestra nula vida actual”.
Así, la igualdad y la paz en positivo quedan “diluidas en un contexto de competición constante y dificultades de acceso y proceso en la vida educativa universitaria”. No hay igualdad, remarca, si los hijos y las hijas de las personas migradas tienen más dificultades para acceder a un grado, o si las familias trabajadoras tienen que realizar más esfuerzos para pagar los estudios.
Por eso, cree que “la única construcción por la paz y la fraternidad que encontraremos es aquella que se realiza desde la solidaridad de los estudiantes”. Y esto es para él la academia, no tanto el lugar que te permitirá ser parte del mercado laboral, sino el que te proporcionará un proceso integrador para mejorar la vinculación con la comunidad.
Como ejemplos concretos a seguir, cita el caso de algunos institutos que imparten asignaturas fuera del aula. Y se pregunta: “¿De qué me sirven los principios antropológicos de la educación si soy incapaz de poder identificarlos en mi contexto? Poder realizar los trabajos y prácticas en la vida “real” ayuda a sentir que aquello que estoy haciendo es útil”.
Sus propuestas para mejorar el paso por la universidad se centran en la inclusión del alumnado en las reuniones del claustro, en encuestas cualitativas con estudiantes elegidos al azar, en la cesión de espacios creativos para que los alumnos puedan organizar jornadas, y en establecer convenios y vínculos con entidades cercanas para trabajar de manera interdisciplinar el contenido de clase.
La utópica participación del alumnado
Los tres coinciden en el hecho de que los intentos de hacer que el alumnado participe en la universidad quedan en poca cosa. A pesar de que hay asambleas de estudiantes, formularios y encuestas de evaluación, no ven cambios reales ni se sienten partícipes.
Salma habla de los grupos de WhatsApp autogestionados por los mismos estudiantes para organizarse cuando lo ven necesario, así como del acompañamiento de una parte del profesorado para proyectos como la creación de revistas o una radio en el campus. Se trata, no obstante, de actuaciones que no fomenta la propia universidad.
Para Izhan, las encuestas periódicas y otros tipos de consultas normalmente no son ni efectivas ni útiles porque no se trasladan a la realidad y suelen quedarse en el papel.
Lo mismo explica Allan: “A pesar de que haya buenas intenciones a la hora de involucrar al estudiantado, nunca se acaba de hacer posible aquello que los alumnos expresamos en las encuestas y valoraciones semestrales. Si aquello que nosotros decimos que tiene que mejorar continúa pasando durante generaciones posteriores y sigue igual, se produce un efecto de que no importa lo que aportemos porque continuará igual”.
Artículo publicado originalmente en el blog Educa.Barcelona del Diari de l’Educació.