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La repetición de curso vuelve a la palestra. Cada ciertos meses se vuelve a hablar sobre uno de los más controvertidos recursos «educativos» en manos del profesorado. Las opiniones son divergentes, a pesar de que la abrumadora mayoría de las evidencias estadísticas aseguran que es un recurso que no ayuda en absoluto al alumnado que tiene que repetir.
Es un recurso que se utiliza, esencialmente, para que chicos y chicas tengan la oportunidad de mejorar una serie de aprendizajes que no han podido adquirir durante el curso. Pero como ya hemos publicado en otras ocasiones, las evidencias recogidas por quienes han estudiado sus efectos, la repetición o no afecta a los resultados académicos o lo hace negativamente.
Al mismo tiempo, se ceba principalmente en quienes tienen peor situación socioeconómica y cultura, incluso en igualdad de condiciones si se comparan los resultados con las y los compañeros más aventajados en este sentido. No es nada nuevo, lo vienen diciendo incansablemente todas las ediciones del informe PISA.
Hay quienes se preguntan si, más allá del efecto que la repetición pueda o no tener sobre quienes, principalmente en secundaria, han de volver a sentarse en las mismas mesas, tendrá efecto sobre el resto de compañeros que ven en esta herramienta un castigo al que no quieren enfrentarse.
Ratios y repetición
Una de las dudas que surgen cuando se habla de repetición es el efecto que podría tener en ella si las ratios en las aulas fueran inferiores y, de esta manera, el profesorado pudiera tener mayor capacidad para atender al estudiantado con dificultades de una manera más individualizada.
Javier Rujas, sociólogo y profesor en la Autónoma de Madrid, cree que podría hacer una cierta relación, efectivamente, entre ambas cuestiones, pero pone sobre la mesa también que el descenso de la ratio, aun siendo importante, no es la solución a todos los problemas. Hace hincapié en que un docente puede tener una ratio menor pero sin una voluntad de realizar una atención más individualizada, sin formación ni recursos en el aula, el número de repeticiones no tendría porqué variar.
Un ejemplo, aunque esto seguramente haya que tomarlo con ciertas precauciones, son precisamente las cifras de repetición de las últimas estadísticas del Ministerio.
Tras el descenso en esta tasa que se da en el curso del confinamiento, cuando saltaban alarmar sobre aprobados generales y la exministra Isabel Celaá solicitaba al profesorado cierta manga ancha y recordaba la obligatoriedad (vigente también en la nueva norma) de que la repetición fuera una eventualidad excepcional, el curso siguiente, con una vuelta a las aulas en todo el país con decenas de docentes de apoyo y ratios reducidas precisamente para evitar contactos innecesarios, la tasa ascendió casi hasta cifras previas a la pandemia. Menor ratio no varió, en este sentido, las prácticas.
Rujas explica, además, que en el caso de la bajada de ratios con vistas a la mejora de la atención y descenso de la repetición, es un efecto que no tiene por qué ocurrir dado que el profesorado evalúa a sus grupos-clase en función del nivel de cada uno, de manera que «ajusta su percepción en función de cada grupo». Esto podría suponer que, aunque el número de chicas y chicos en el grupo fuera menor, podría mantener una cierta visión de suspender a un cierto porcentaje.
Composición de las aulas
Rujas señala que en la repetición, entre muchos de los factores y efectos que se le pueden presuponer, habría que tener en cuenta, más allá de la ratio, la composición de las propias aulas. Habla de que si los centros optan por concentrar al alumnado repetidor en determinadas aulas mientras en otras se va destilando al alumnado con mejores resultados, el efecto de la actuación seguirá siendo negativo para quien la sufre.
Hay que recordar lo que señalan infinidad de estudios sobre la repetición, que esta recae principalmente sobre quienes tienen más dificultades. Según los datos de PISA, el 20 % del alumnado con dificultades socioeconómicas repite, mientras que quienes no tienen estas dificultades lo hacen en un 7 % de los casos. El informe de la OCDE también señala que a igualdad de resultados en las pruebas, quienes tienen menos índice socioeconómico tienen peores tasas de idoneidad.
Rujas opina que si los centros educativos reparten de manera homogénea al alumnado repetidor conseguirían que los esfuerzos que tuvieran que hacer los docentes por atenderlos fueran menores, al no tener concentración de dificultades.
Esta misma idea la expresaba Save the Children en ‘Repetir no es aprender’, informe en el que defendía la necesidad de evitar la homogeneidad en las clases.
Desde el punto de vista de este sociólogo, existe cierto miedo a que el alumnado repetidor sea un problema en el aula en la que esté, pero «esto no siempre ocurre mientras, por ejemplo, se mantenga el ritmo» de aprendizaje por parte del profesorado. Eso sí, si la concentración de alumnado con mayores problemas es elevada, esto afectará al ritmo en el aula.
De una manera u otra, la repetición se relaciona con la cultura del esfuerzo. Si te esfuerzas lo suficiente (por miedo a repetir) conseguirás pasar de curso. Para Rujas esto es falaz y prefiere hablar de ideología de la meritocracia en el sistema escolar. Y lo dice porque los resultados académicos no dependen exclusivamente del esfuerzo del alumno.
Al mismo tiempo, ve que estas cuestiones se relacionan también con un miedo de toda la comunidad educativa (profesorado, sí, pero también familias e, incluso, estudiantes), a una bajada de nivel si pasa de curso cualquiera, que es síntoma de menor exigencia y que, en realidad, «la escuela debería exigir». Se trata de unas ideas que «están ancladas en la cultura escolar; en el alumnado, las familias y el profesorado», insiste Rujas.
1.441 millones de euros
Esta es la cifra que hace varios meses publicó Save the Children como el coste que le suponía al Estado el volumen de repeticiones del curso 2019-2020. Hizo público el dato en su informe Repetir no es aprender, en el que ponía sobre la mesa algunos de los mitos existentes alrededor de la repetición de curso y sus efectos supuestamente positivos.
La ONG señalaba que con esos más de 1.400 millones de euros podrían hacerse inversiones para actuaciones de atención a la diversidad, por ejemplo, con las que evitar la repetición de tanto alumnado. Una repetición que, recuerda Rujas, está relacionada con el fracaso escolar.
Con el presupuesto destinado a la repetición se podrían pagar, según los cálculos de la oenegé, clases extraescolares para la mitad del alumnado de primaria y ESO de los centros públicos y concertados de todo el país; contratar 44.700 docentes extra que podrían realizar estrategias de acompañamiento en agrupamientos flexibles o 44.200 orientadores y trabajadores sociales que pudieran realizar las labores necesarias para la identificación de niñas y niños en situación de vulnerabilidad y así poder tomar medidas.
2 comentarios
Siempre se destaca que repetir, por sí solo, no soluciona el problema del alumnado repetidor, lo cual es obvio.
Sería de agradecer que alguna vez se dijera que pasar automáticamente de curso, que es lo que en la práctica parece fomentarse como alternativa, tampoco soluciona por sí solo el problema del alumnado, e incluso lo agrava, encontrándose en un curso superior sin haber asimilado el anterior y además reforzando su actitud previa aun cuando esta haya sido inadecuada.
Mientras no se aborden en serio las causas socio-económico-culturales y se destinen recursos específicos y suficientes (como parece apuntar la propuesta de Save the Children según el artículo), la insistencia en que debe reducirse la tasa de repetición es una insistencia vacía y, además, bastante hipócrita.
Totalmente de acuerdo.