Hace días que hemos terminado con las elecciones municipales que tocaban este año, y con las autonómicas donde era obligado que se realizaran. Ahora nos llegan adelantadas las generales. En todas ellas se supone que nos llaman a elegir entre los diferentes modelos de ver la vida, aunque pueda no gustarnos el que resulte mayoritariamente apoyado. Sin embargo, tengo serias dudas de que realmente se vote en base a esto.
Hace muchos años, conversando con una persona que votaba a la derecha pero pertenecía a organizaciones laicas que defendían la salida de la religión de la escuela y se movilizaba en defensa de la educación pública, le expresé mi perplejidad por lo que parecía un sinsentido: votar en contra de sus ideales. Me contestó que les votaba por la suma de varias cosas, aunque en materia educativa y religiosa estaba en posición completamente contraria del partido cuya papeleta elegía. Aquello me hizo reflexionar y aún hoy recuerdo la conversación, cómo se puede observar. Cuando hay elecciones, me sigo preguntando cuántas personas votarán en contra de sus intereses en algo tan sustancial como la educación, porque otras cosas puedan compensarles. Y, lo más desconcertante para mí, sobre cuáles son para que les compense.
¿La gente está loca? No, la gente está manipulada
A José Luis Sampedro debemos esta sentencia. Fue un ejemplo de lucidez ante la vivencia humana y describía como nadie la incoherencia de pertenecer a la mayoría de la sociedad, la que depende de su propio trabajo y de nada más, pero votar a esa minoría que vive a costa del esfuerzo de los demás. Esa gran parte de la población que vota a quienes toman medidas que les hacen la vida más difícil y que interioriza y repite sus mensajes quizás para autoconvencerse de que hace lo correcto. Para Sampedro esto no era locura, sino fruto de la manipulación. Solo así puede entenderse que las personas tiren piedras contra su propio tejado.
No es que yo sea de los sectarios que piensan que todos los demás están equivocados. Es parte de la democracia que cada quien vote al partido que quiera, y asumo que tendrán sus razones, o eso creen tener, para ejercer el voto que quieran. No existe una única posición buena y la mía no tiene que ser necesariamente la mejor. Pero, sin entrar en otras consideraciones, convendrán conmigo que las personas que nos levantamos todos los días para “sacar nuestra casa adelante”, como se ha dicho siempre, necesitamos servicios públicos fuertes que nos garanticen los derechos que nuestro dinero no puede comprar de forma ilimitada en el mercado al postor de turno. Determinadas formaciones políticas, servidoras fieles de quienes dictan las directrices para que los privilegios que ya disfrutan no desaparezcan, toman medidas políticas pensadas para seguir beneficiando a esa minoría privilegiada, pero, si la sociedad despertara y dejara de estar manipulada, no tendría posibilidad alguna de mantenerlos.
En esa manipulación cada vez juegan papeles más destacados una buena parte de los medios de comunicación, que han cambiado su actividad por la de creadores de opinión partidista, inventando noticias, encuestas, bulos y denuncias falsas. Su forma de ejercer la tan cacareada como falsa excusa de la “libertad de expresión”, no pasa el más mínimo examen ético y democrático. Pero quienes lo sufrimos debemos dejar de observar cómo se llora por las esquinas ante tanta manipulación de la realidad y actuar. Existen medios que tratan de seguir siendo dignos diariamente, y se debe apostar por apoyarlos con el seguimiento y difusión que merecen. Claro que, si solo queremos que difundan noticias que nos gusten siempre, entonces no buscamos periodismo sino manipulación. Así que lo primero debe ser que nos decidamos: manipulación o libertad; pero libertad de verdad, no el libertinaje sin medida que nos intenta vender la derecha de este país, con espectáculos de entretenimientos varios para que no se hable nunca de lo importante.
Pasan las elecciones y las mentiras se descubren, pero tarde
Me puedo imaginar la cara de estupefacción de quienes votaron, pensando que acertaban, a quienes obtuvieron una mayoría absoluta en Madrid, y horas después de conocerse el resultado se enteraron de que se quedaban fuera de la escuela infantil que habían solicitado; dato que les ocultaron deliberadamente para que el enfado con la realidad no les hiciera cambiar el sentido de su voto o se quedaran en casa sin votar. También de quienes tienen dificultades para pagar el comedor escolar y se enteraron, de nuevo después de depositar el voto en la urna, que le subían de golpe un porcentaje que parece desmedido. Y todas aquellas personas que ejercen la profesión docente y creyeron, hasta que la realidad posterior a las votaciones les sacó del engaño, que bajarían las ratios en las aulas. Igualmente muchas familias debieron creerlo y ahora pensarán que nada cambiará a mejor. Cambiarán mucho más las cosas durante los próximos cuatro años, pero a peor, como muy bien explica Julio Rogero en su reciente y magnífico artículo La educación madrileña después del 28M.
De todas formas, nadie puede decir que le sorprenda realmente lo sucedido, porque no será por falta de información previa. Por ejemplo, muchos de los centros educativos cuyas obras e inauguraciones se contaron en campaña, ya habían sido prometidos en otras anteriores. Que ahora tampoco estén para el próximo curso, no debería ser una noticia inesperada. Es decir, que la gente está engañada porque se deja engañar. Prefieren que les señalen culpables en los que acordarse de mal forma de vez en cuando, que las causas reales de sus males. En gran parte es “comodidad”, porque prefieren vivir engañados y no hacer nada por cambiar las cosas, que enterarse de que está en sus manos cambiarlas porque eso supone que tendrán que implicarse en intentar lograr el cambio. Con decir “habrá que aguantar como sea porque todos son iguales”, asunto arreglado. La teoría de la culpabilidad ajena es muy efectiva y calma conciencias. Total, como siempre habrá alguien que sufra más, consuelo asegurado.
Todo va en la misma dirección, y la educación no es una excepción
Cualquier medida que pone en marcha la derecha de este país camina siempre en la misma dirección: privatizar los servicios públicos, entregándoselos siempre al peor postor. Buena prueba de ello es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con el periplo histórico de la construcción por fases de los centros educativos públicos: empresas que abandonan las obras porque las cuentas no les salen, después de haber presupuestado a la baja para cogerlas, porque los gestores políticos de la Administración buscan el menor gasto posible cuando se trata de invertir en la escuela pública.
Y si la ciudadanía supiera cuantas normas aprueba la derecha en las Administraciones autonómicas cuyas memorias adjuntas tienen un impacto económico nulo, es decir, que no llevan presupuesto económico alguno asignado, se quedaría perpleja. Después, el círculo vicioso se cierra: primero hacen que lo público funcione mal porque lo deterioran de forma deliberada, y luego aparece la solución milagrosa, que siempre consiste en decir que pasarlo a la gestión privada mejorará el servicio prestado. Falso, pero cuando está privatizado y llegan las pruebas de que la gestión privada es mucho peor que la pública por muchos y diversos motivos, ya es tarde, porque revertir las privatizaciones no es tan sencillo como algunas personas, e incluso partidos populistas, llegan a decir. Eso sí, es difícil, no imposible.
No hay espacio para lo publico cuya privatización no haya sido ya estudiada; podemos tener la seguridad de que ello es así. Cuestión distinta es que les haya merecido la pena hacerlo, o que se les haya plantado cara y no pudieran empezar en algún caso, o se les parara a las primeras de cambio. Por ejemplo, hace unos cuantos años la derecha madrileña intentó empezar a pasar a manos privadas los centros públicos de educación obligatoria, porque ceder parcelas era un camino que no aseguraba la extinción de la red pública tan rápido y barato como querían. Lo iniciaron con un centro público en el municipio de El Álamo, al pasarlo recién construido y con alumnado ya escolarizado a manos privadas, a las que le dieron también el concierto por si el regalo no era suficiente. Varias normas anuladas por el TSJM al Gobierno de la entonces presidenta Esperanza Aguirre, no evitaron que ese centro permaneciera como privado concertado, pero detrás no llegaron otros. Hay quien piensa que solo se gana cuando se consigue aquello que se lucha, pero muchas veces la victoria viene por lo que se evita a futuro. Ese fue un ejemplo perfecto para entenderlo, porque esa vía de privatización se cerró, aunque se perdiera ese centro concreto.
Toca volver a elegir entre dos modelos de sociedad: ciudadanos o súbditos
No se despisten, que a finales de julio nos jugamos mucho; en educación también, por supuesto. Que las ideas de quienes privatizan sin parar en la Comunidad de Madrid sean las que se impongan en el Estado, no solo supondrá volver a tener enfrentamientos porque se intente derogar de nuevo la LOE, sino que las medidas serán regresivas y dañinas para la mayoría de la sociedad. Tenemos que decantarnos por apostar por quienes nos tratan como ciudadanos con derechos o por quienes nos tratan como súbditos. Esto último significa que tendremos que soportar sus privilegios y conformarnos con buscar la manera de pagar facturas por todos los servicios públicos privatizados y gestionados de la forma más rácana posible, para que tengamos que poner siempre más dinero y que ello suponga nuestro empobrecimiento constante y creciente.
Sí, parece cierto que en la comunidad donde resido la mayoría prefiere evadirse con las “cervezas en libertad”, o cuando menos votan mayoritariamente a quienes les venden ese presente sin futuro que necesita mantener a las personas en ocupaciones que les eviten pensar en situaciones diarias y reales que les superan. Que el número de éstas que necesitan ayuda psicológica no pare de aumentar, y que en la adolescencia se estén disparando los casos de autolisis, no son situaciones temporales con fecha cercana de remisión prevista, desgraciadamente. Los centros educativos ya hace tiempo que pasaron del estado de preocupación a estar sobrepasados por la realidad. Pero las nuevas figuras que deberían afrontarla con mínimas garantías de éxito, ya saben: impacto económico cero.
Así que, si quieren que sus hijas e hijos tengan presente y puedan encontrar un futuro mejor del que se adivina, piénsenlo muy bien. La educación no es una cosa más de nuestras vidas; es la base de todo, la que abre o cierra puertas, esto último normalmente de forma definitiva. No hay cerveza que pueda ocultar haber mirado para otro lado cuando quienes les quieren súbditos consigan su propósito. No creo que haya nada peor en vida que tener que ponerse delante de una hija o un hijo cuando se hacen mayores y tener que pedirles perdón por no haber sabido defender sus derechos. Yo, desde luego, no jugaré nunca a ese escenario. Ustedes elijan qué escenario les gusta más. Privatizarán el aire el día que descubran cómo.