Alfabetizar es más que la enseñanza y aprendizaje de la lectura, la escritura y las operaciones matemáticas. Alfabetizar hace referencia a todo tipo de capacidades, competencias, habilidades, destrezas e incluso actitudes para participar en una sociedad democrática, en la medida que nos exige que evaluemos críticamente nuestras narraciones, juicios e incluso asunciones. Así, podemos considerar que la persona alfabetizada se hace en el mundo a través de las experiencias, relaciones, vivencias…, mientras que la persona analfabeta refleja una forma de estar en el mundo, una persona que asume acríticamente las ideas, los pensamientos, el modelo de sociedad; es un simple receptor y un consumidor de las redes sociales, de todo aquello que nos inunda desde las tecnologías, pero también de los medios de comunicación social. Desde un punto de vista administrativo, la palabra “alfabetización” desaparece y queda relegada por la educación básica de la escuela. La alfabetización deja de ocupar un lugar en el escenario social y cultural y se ha convertido en un “residuo” educativo.
La indagación de una formación de personas adultas (FPA) transformadora pasa por recuperar la alfabetización pública, “política” (en su sentido etimológico de polis, de ciudadanía), para leer y escribir no solo las palabras sino fundamentalmente para desarrollar las habilidades de comprensión y de expresión de nuestras realidades, de todo lo que nos rodea, para activarse personalmente y comunitariamente. En este sentido, la alfabetización equivale a pensar, a leer la realidad, en la medida en que todos somos filósofos “que elaboramos la propia concepción del mundo” [1]. Solo desde la posibilidad de decidir, de hacer cosas con las palabras, con los hechos y las acciones, de hacer preguntas, podremos transformar nuestras vidas y transformar lo que tenemos en común. Entendemos los procesos de alfabetización públicos como una forma de vida, para la incorporación de los derechos, los deberes y las responsabilidades colectivas, públicas, políticas. Como sostienen Francisco Beltrán y José Beltrán [2]: “La noción de política no queda aquí reducida a su acepción más restringida y formal, política partidista o de partidos, sino que se utiliza en su sentido más noble (…), como ejercicio cívico de la ciudadanía en la participación y en la toma de decisiones sobre las propias condiciones de vida”. Al igual que el concepto de democracia, el de alfabetización no es un derecho que se nos concede personalmente o socialmente, sino que es un trabajo permanente, una educación para la ciudadanía, una educación para la libertad.
El derecho a la alfabetización no es un derecho que se nos concede personalmente o socialmente, sino que es un trabajo permanente
Los procesos de alfabetización públicos los incluimos en una formación de personas adultas liberadora, y como hemos expuesto en otras ocasiones, esta formación se convierte en un escenario de participación ciudadana abierta a la interculturalidad; un ámbito educativo de compromiso cívico que atiende a las necesidades, intereses y motivaciones de las personas, de los colectivos y de las comunidades y un contexto de vida que aporta sentido a la experiencia histórica y política de la vida, a nuestra experiencia vital como ciudadanos. Los procesos se identifican pues con una formación a lo largo y ancho de la vida, que está arraigada en la plasticidad de nuestras mentes y en lo que constituye el bien común, el buen sentido. Desde esta perspectiva estamos en un proceso continuo, en un proceso de aprendizaje y enseñanza inherente a nuestras historias de vida, a la narrativa que forma parte de los pilares que dan sentido a la vida [3].
Podríamos convenir que todos somos educadores, a lo largo de la vida, pero también somos analfabetos en algún aspecto de nuestra cotidianidad. Si reconocemos que todos tenemos inteligencias ¿por qué no reconocemos que podemos tener diferentes aptitudes y talentos sin necesidad de juzgarnos?
Los procesos de alfabetización públicos nos introducen en el descubrimiento de las dimensiones de los conocimientos, de la codificación y de la descodificación de los lenguajes, en la comprensión de las relaciones interiores y exteriores, en definitiva, en pensar dialécticamente, para profundizar en el mundo natural y en el mundo social, en la conciencia contradictoria que aporta la complejidad de las hegemonías.
El paso de la información al conocimiento supone un proceso intelectual que va más allá de la simple reproducción
Vivir en una sociedad de la información no significa que estemos en una sociedad del conocimiento. El paso de la información al conocimiento supone un proceso intelectual que va más allá de la simple reproducción. Es por eso que desde la educación se insiste en la necesidad de saber reflexionar, analizar, indagar, discernir, averiguar, criticar… para poder hacer que el pensamiento sea un elemento activo de la mente. Saber quién y qué soy y quiénes y qué somos nos aproxima al gran reto de la globalización: el desarrollo intelectual y cultural. Al hecho de aprender a leer se le ha de unir la estima y la sensibilidad por los lenguajes. El diálogo con los autores nos hará conocedores de la propia memoria y, en consecuencia, nos aportará sentido a las propias experiencias. De aquí la importancia de profundizar en la lectura de la palabra y la lectura de la realidad como decía Paulo Freire, pero no desde una educación bancaria, sino desde aquello más importante educativamente, el acceso a la libertad e igualdad intelectual y a la capacidad de pensar [4].
El deseo de aprender, el desarrollo de la sensibilidad, de las emociones hacia lo que somos mediante el afecto, la estima, la cordialidad, la alegría… y a través de los espacios de sentimientos, de amor, de filiación nos aproxima al ser humano como ciudadano y hace que la alfabetización sea más un proceso que un estado. Un proceso que se asemejaría a la comunicación, al vínculo verbal entre común, comunidad y comunicación. La comunicación es a través de la comunidad y la comunidad es comunicación. Y es que formamos sociedad no solo porque nos comunicamos, sino que existimos como seres sociales en la comunicación misma.
Las nuevas realidades surgidas de la globalización nos dirigen hacia formas de vida y de identidad cosmopolitas. Las comunidades que estaban centradas en unidades lingüísticas, culturales, e incluso religiosas, están en plena transformación. Hemos de pensar en formas plurilingües, en formas multiculturales, interculturales y visiones religiosas diversas, lo que significa que tendremos que transformar la alfabetización y la formación básica, ya que no podemos quedar recluidos dentro de espacios escolares, sino que tendremos que abrirnos y buscar fórmulas para la creación de aquellas nuevas formas de vida en común, de nuevas formas de recoger y transformar los conocimientos. En este sentido apostamos más por la tecnología social, es decir, por los diferentes movimientos sociales, por formas de democracia directa de la ciudadanía, que por respuestas desde la inteligencia artificial. Los entornos de enseñanza y aprendizaje comportarán otro paradigma de la educación en el cual las inteligencias múltiples y colaborativas conformarán una comunicación, y en consecuencia comunidades diferentes [5].
Los procesos de alfabetización públicos los incluimos dentro de la pedagogía crítica en la cual se rompen los esquemas academicistas de la escuela tradicional y las relaciones pasan a ser de colaboración, de diálogo, para alcanzar un proceso reflexivo de pensar el mundo, de pensar la acción a través de una conciencia crítica. Es, por tanto, una acción cultural transformadora que nos adentra en la reflexión, el análisis y la discusión de los contextos sociales y culturales.
Estar alfabetizado supone mucho más que simplemente saber operar en el sistema del lenguaje y del cálculo
Los contextos de vida han de ser los componentes para comprender y trabajar los procesos como un instrumento para el desarrollo de la formación básica y la educación a lo largo de la vida. Y es que estar alfabetizado supone mucho más que simplemente saber operar en el sistema del lenguaje y del cálculo. Es dominar los usos de los lenguajes dentro de los discursos, de las narraciones de estar y de relacionarnos con el mundo, de sentirse incluido. En este sentido la “eudaimonia” exige, como decía Aristóteles [6], cultivar en tu interior las mejores cualidades morales e intelectuales y vivir de acuerdo con tu potencial. Es la “vita activa” que planteaba Arendt [7], en la cual contribuyes y te implicas en tu comunidad, una vida de desarrollo de los talentos, de las inteligencias como potencial que todos tenemos. Se trata, como venía a decir Gramsci, de ejercer frente “al pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad” [8]. Voluntad para participar y colaborar en los procesos de alfabetización públicos; voluntad de compartir de forma vital la realidad, las relaciones, las comunicaciones; voluntad de transformar y de transformar-nos de manera solidaria, sencilla y humilde; en definitiva, voluntad de reconstruir juntos el sentido de nuestras vidas y de nuestras comunidades.
Referencias
[1] Gramsci, A. (1998). Para la reforma moral e intelectual. Madrid: Los libros de la catarata. Pp. 113 y ss.
[2] Beltrán, F. y Beltrán, J. (1996). Política y prácticas de la educación de personas adultas. València: Universitat de València. Página 158.
[3] Esfahani Smith, Emily (2017). El arte de cultivar una vida con sentido. Barcelona: Ediciones Urano.
[4] Rancière, J. (2003). El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Barcelona: Laertes.
[5] Si como afirmaba Byung-Chul Han desde su tesis de la desaparición de los rituales, éstos generan una comunidad sin comunicación, mientras que lo que hoy predomina es una comunicación sin comunidad.
[6] Aristóteles (2016). Ética Nicomáquea. Ética Eudemia. Biblioteca Clásica Gredos -089. Titivillos.
[7] Arendt, H. (1993). La condición humana. Barcelona: Ediciones Paidós. Páginas 215 y ss. y 277 y ss.
[8] Gramsci, A. (1984). Cuadernos de la cárcel. México: Ediciones Era. Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana. Tomo 3. Página 74.