El otro día, un amigo me propuso dar una vuelta en bici por l’Albufera. Le respondí que haría lo que estuviera en mi mano para intentar ir, aunque en realidad no tenía mucho interés.
Para quien no lo conozca, el sur de València presenta una geografía singular, donde el parque natural de l’Albufera se alza como protagonista. En medio de esta laguna, se halla el pueblo de El Palmar y a unos pocos kilómetros, entre la laguna y el mar, se encuentra El Perellonet. Estas localidades alguna vez albergaron sus propios colegios, pero, en la actualidad, los niños y niñas dependen del autobús escolar para llegar a la escuela de El Saler, su centro.
Sin embargo, el inicio del presente año escolar ha estado marcado por la incertidumbre. Cada mañana se levantan sin saber si el autobús escolar pasará a su hora o llegará tarde, o si no aparecerá y habrá que llevar a los niños y niñas al colegio. Incluso cuando el autobús pasa puede ser que venga sin aire acondicionado o llegue con la calefacción a tope, porque una avería impide apagarla. Tampoco saben si vendrá el autobús en condiciones, con todos los asientos necesarios para transportarlos.
Parece ser que nos hemos visto inmersos en la batalla de empresas concesionarias del servicio de autobús y los daños colaterales de esta guerra han sido los menores. La crisis está remitiendo, y creo que es momento de hacer valoraciones.
Las familias de estas pedanías, que dependen del Ayuntamiento de València, han tenido que unir fuerzas para coordinarse y llegar a la escuela. Este es un testimonio ejemplar del poder del apoyo mutuo y la solidaridad. Lo único que faltó fue ir al colegio en barca, un medio de transporte emblemático de la zona.
En esta situación, todos han contribuido de alguna manera. Las familias han llevado a los niños y niñas al colegio en sus coches, la Asociación de Familias ha ofrecido un servicio de guardería temprana para ayudar a conciliar las responsabilidades parentales y laborales, las monitoras de autobús han hecho un esfuerzo sobrehumano para conseguir autobuses y la dirección del centro ha dedicado mucho tiempo y energía a gestionar la crisis de la mejor manera posible. La comunidad educativa se ha unido como un todo para superar esta adversidad. Tengo la sensación de que esta unidad seguirá siendo esencial en el futuro.
En contraste, la respuesta de las administraciones ha sido insuficiente y poco convincente.
El responsable de movilidad de la ciudad de València se comprometió a aumentar la frecuencia de autobuses urbanos a las horas de entrada y salida de clase, eso sí, previo pago del billete. Las familias tenían que continuar sufragando esta crisis de su propio bolsillo. Vale.
Otro cargo del ayuntamiento me llamó, personalmente, para decirme que la culpa era del anterior gobierno, pretendía que desmovilizáramos las protestas. Vale.
En una de las movilizaciones frente a la Conselleria de Educación, el propio conseller se acercó para hablar con las familias afectadas. En ese encuentro, se nos informó sobre las complicaciones para sancionar a la empresa y se nos explicó que el proceso administrativo para revocar la licitación es un procedimiento lento. En ese momento, planteé una pregunta directa: “Vale pero… ¿qué medidas concretas se están implementando para abordar esta situación? ¿Cuál es el plan alternativo?”. La respuesta que recibí me hizo recordar a mi amigo: «Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano». En definitiva… no tienen mucho interés.