Según quienes intentan estudiar los efectos, sean positivos o negativos, de las tecnologías, todavía queda mucho por hacer. Mientras que parece que algunas cosas pueden ser perjudiciales, otras pueden ser positivas. Ayer mismo se publicaba en la revista Nature un metanálisis de 2.400 estudios previos con una población total de casi dos millones de jóvenes. Entre los muchos resultados cabría destacar el escaso impacto, en un sentido u otro, de buena parte de los estudios.
La revisión, firmada por una veintena de académicos y académicas, ha repasado decenas de efectos de las pantallas en la educación para llegar a determinar cosas como que el uso generalizado de pantallas puede tener un efecto negativo en el aprendizaje, también ver la televisión o los videojuegos. Eso sí, «si el uso de pantalla involucraba la visualización conjunta (por ejemplo, ver con un padre), o si el contenido de los programas de televisión era educativo, la asociación con la alfabetización era positiva y significativa al nivel de confianza del 95%».
En cualquier caso, explican las y los autores de esta revisión, «todos los efectos creíbles relacionados con los resultados educativos fueron de pequeños a moderados. Las intervenciones basadas en pantalla diseñadas para influir en un resultado (por ejemplo, un programa informático diseñado para mejorar el aprendizaje) tendían a tener tamaños de efecto más grandes que las exposiciones que no estaban específicamente destinadas a influir en ninguno de los resultados medidos (por ejemplo, la asociación entre ver televisión y aprender)».
Para el biólogo e investigador en psicología cognitiva de la memoria y el aprendizaje, Héctor Ruiz, la evidencia que tenemos hasta ahora en relación al efecto de las pantallas en el aprendizaje o en la salud mental da niñas, niños y adolescentes tiene todo que ver con el uso que se hace de los dispositivos, y no con estos en sí mismos. Para este experto, en los últimos tiempos se están confundiendo, en no pocos momentos, causas con efectos.
Correlación no es causalidad
Este es, para Ruiz, uno de los problemas fundamentales cuanto se oyen voces críticas en relación al uso de dispositivos y pantallas en los centros educativos y, en general, cuando su uso lo protagonizan niñas, niños y adolescentes (NNA).
Por ejemplo, cuando se dice que provocan desórdenes en el sueño o sedentarismo y obesidad entre las personas jóvenes. «La investigación dice que puede haber causalidad entre el sueño y las pantallas cuando las utilizas antes de ir a dormir, sobre todo, cuando se trata de redes sociales y videojuegos, que pueden provocar activación emocional».
Dentro de estas situaciones, Ruiz asegura que no debe confundirse qué pasa dentro de la escuela y fuera de ella y llama a las familias a que piensen en los centros educativos como aliados a la hora de educar a NNA en usos apropiados de las tecnologías, no simplemente basados en el ocio y la distracción. La escuela «es el mejor aliado de las familias para enseñar a los niños a gestionar este tema, a desarrollar la competencia digital. Decirle a la escuela que deje de usar la tecnología y de educar en ella es tirar piedras sobre el propio tejado. Es en la escuela donde se hace esta labor».
Otra de las confusiones entre correlación y causalidad estaría la idea de la pérdida de la atención. «Nuestra arquitectura cognitiva no cambia por dedicar mucho tiempo a una actividad -asegura Ruiz. Para que pasara eso necesitamos un proceso evolutivo». Lo que sí ha cambiado es, dice este investigador, es la cantidad de estímulos a los que nos vemos expuestos, principalmente, por las redes sociales.
En este sentido, la psicóloga especialista en infancia Silvia Álava asegura que «si un adulto coge el móvil y no puede parar de utilizar las redes sociales por culpa del scroll infinito, imagínate un niño con cerebro no maduro, más ávido a estímulos novedosos» que, además no tienen descanso y sí mucha velocidad.
En este sentido, Ruiz comenta que uno de los mayores problemas en este sentido es que nuestro cerebro da mucha importancia a la información social, entre otras cosas por sentirnos parte de un grupo, sentirnos aprobados. Y las redes sociales, sobre todo, no dejan tiempo entre un estímulo y otro.
Familia
En las últimas semanas se han publicado diferentes informaciones sobre la petición de familias, muchas de ellas en Cataluña, para que de alguna manera se regule el uso de los móviles antes de cierta edad. La presión social que se ejerce sobre ellas y sobre sus hijas e hijos para que ya en los primeros años de la secundaria tengan acceso a la telefonía móvil, pone contra las cuerdas a muchas personas que no quieren tener que lidiar con estas cuestiones tan pronto y que entienden que hasta ciertas edades no es positivo que NNA tengan un móvil en las manos.
Silvia Álava tiene claro que no puede recaer toda la responsabilidad de estas cuestiones en las familias, que van ya sobrepasadas de muchas cuestiones. Por eso mira hacia las empresas multinacionales que desarrollan las redes sociales e incluso los videojuegos. «Necesitamos transparencia», asegura. Una transparencia que pasa por algo parecido a lo ocurrido con los paquetes de tabaco. Debería avisarse de que los algoritmos que utilizan las compañías en muchos casos están basados en el «refuerzo intermitente», muy similar, asegura esta psicóloga infantil, al que se utiliza en las máquinas tragaperras.
Además de esta transparencia, aboga por que las familias acompañen a sus hijos e hijas en su alfabetización digital. Que vayan mostrando cómo se utilizan, que aclaren que el teléfono es de la persona adulta y que, por lo tanto, se acompañe al menor durante su uso. «La tecnología no es mala, pero hay que aprender a utilizarla» y, para ello, Álava no solo mira hacia las familias, sino que, como Héctor Ruiz, ve en los centros educativos un aliado importante.
Álava también reclama que se haga caso de los códigos PEGI a la hora de decidir sobre el consumo de pantallas que hacen NNA. Recuerda que estos códigos no tienen relación, por ejemplo, con la dificultad de utilizar, por ejemplo, un juego, sino con el contenido al que se exponen. «Con el consumo de ocio digital somos permisivos y nos saltamos el código».
En este sentido, también recuerda las recomendaciones de la Asociación Americana de Pediatría que establece que antes de los dos años de edad no debería haber contacto con las pantallas y entre los 3 y los 5 no debería llegar a la media hora diaria.
Educación
Para Ruiz una de las cuestiones clave es que la tecnología se use dentro del sistema educativo pero no como una sustitución del libro de texto, convertido en un PDF y proyectado en una pizarra digital o emitido por una televisión inteligente.
«Digitalizar un aula no es poner libros en pantallas», asegura, sino tener la posibilidad de utilizar, cuando sea pertinente, dichas tecnologías. Tecnología que, además, no tienen porqué ser pasivas. «Entiendo a las familias que se quejan si llega el caso en el que se usa el ordenador en clase como si fuera un libro. «Si es así, bienvenida sea la queja, tenemos que exigir un uso más productivo» de los dispositivos.
Ruiz señala que las tecnologías al servicio de la educación pueden suponer tener al alcance de la mano la posibilidad de dar un feedback personalizado al estudiante o que el profesorado tenga información clave para poder tomar las mejores decisiones posibles.
Este experto entiende que la tecnología en educación debe tener un sentido, haber pensado en qué uso se le quiere dar y hacerlo de la manera más adecuada. «Forzar su uso no tiene sentido», dice, «cuando no hace falta o cuando no tienes las herramientas adecuadas».
Como recuerda, además, la escuela es el mejor aliado para que las familias puedan desarrollar una alfabetización para sus hijas e hijos. «Los profesionales de la educación se dedican a eso, a apoyar en uso responsable y productivo. A apreciar las TIC como herramienta de aprendizaje, no solo de ocio».
Como señala Ruiz, (y quienes firman el estudio en la revista Nature), ya hace 5.000 años Platón ponía en boca de Sócrates la queja por el hecho de que la escritura, como tecnología, podría suponer una merma en la capacidad de memoria de los aprendizaje. «En el siglo XVI, publican en Nature, reinaba la histeria en torno a una nueva tecnología que amenazaba con ser ‘confusa y perjudicial’ para la mente. ¿La causa de tanta preocupación? La amplia disponibilidad de libros derivada de la invención de la imprenta».
«Con la comida, recuerda Ruiz, hemos aprendido a autorregularnos, a elegir la ensalada en vez del azúcar o la grasa (en otros tiempos, tan importantes para la supervivencia). Vamos a tener que autorregularnos» en lo relativo al uso de las pantallas también.