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Sinopsis
Diario de un profesor que escribe la realidad de sus aulas en institutos de Secundaria. En Había del verbo a ver Fernández cuenta, con pesar, humor y tremenda honestidad, el día a día en las aulas, su particular trato con el alumnado y su postura ante el oficio docente. Jornada a jornada, desmenuza las distintas complicaciones a las que se va enfrentando y las contradicciones que la profesión le provoca dentro y fuera del centro escolar.
Hay en este relato cotidiano violentas discusiones con el alumnado, conflictos que el profesor no llega a resolver, desencuentros, expulsiones, conversaciones disparatadas, diálogos intensos, a veces divertidos, amor y odio por su oficio docente y las personas que lo conforman.
En palabras de Fernández: “Para tratar de exorcizar demonios, para mostrar al respetable lo que vivimos en las clases, para dejar testimonio, en fin, de nuestros días en el instituto y también para encontrar razones que me permitieran continuar con mi empleo y mi sueldo, comencé a escribir este diario”.
Ánjel María Fernández (Arnedo, 1973) es licenciado en Filología Hispánica y posgraduado en Corrección y Asesoramiento Lingüístico, colabora habitualmente con el festival de cine Octubre Corto y dirige el festival literario Aqueteleo. Es autor del libro-entrevista Roberto Bodegas: el oficio de la vida, los oficios del cine (Ediciones Aborigen, 2007) y coautor con José Antonio Ruiz Gracia de Insultario (Pepitas, 2018). Junto con Elvira Valgañón tradujo a Edward Lear: Nonsense (Pepitas, 2014). Como poeta ha firmado Pájaro en llamas (CIA & Cía., 2007) y Manzanas traigo (Fulgencio Pimentel, 2012). En narrativa ha escrito las novelas Los amigos (Los aciertos, 2020) y Javier Cámara: El hijo del Labrador (Ediciones Aborigen & Los aciertos, 2023), así como la biografía novelada Jean-Bédel Bokassa. El emperador caníbal (Edhasa, 2022) para la colección Rostros del mal, del diario El País. Actualmente se dedica a la corrección y redacción de textos en www.deincognito.es. (Pepitas de calabaza, editorial)
Reseña
La situación que cuenta el profesor Fernández no me escandaliza, he sido profesora trece años en un instituto y además directora, con lo cual sé de lo que habla. La realidad educativa es “traumatizadora” para parte del profesorado por eso me parece genial que haya dejado la docencia porque así ganan todos los sectores implicados.
Lo que sí echo en falta en el libro son esas medidas que podrían haber cambiado esa realidad si nos ajustamos a unos parámetros, por ejemplo: formación como docente y educador, puesto que, queramos o no, estamos hablando de Educación Secundaria Obligatoria, no solo de enseñanza; metodologías activas que aumentan la motivación del alumnado hacia el aprendizaje, se me ocurre que un programa de Aprendizaje-Servicio, quizás los hubiera motivado más que una clase puramente instructiva; programación de actividades fuera del entorno escolar (con 6 o 10 alumnos pueden hacerse salidas a parques, museos, exposiciones…) siempre con la intención de un acercamiento más personal y un rendimiento posterior de la actividad programada; reuniones con las familias de forma que se puedan conocer los entornos familiares que no favorecen un comportamiento adecuado en las aulas; conocer las necesidades personales y educación personalizada, de esa forma evitaríamos los desajustes de aprendizaje entre un alumno y otro, y también favoreceríamos el acercamiento a cada persona; disciplina positiva que redundaría en el buen clima del centro ya que las expulsiones no solucionan nada… y así creo que podríamos mejorar esa realidad que tanto ha “quemado” a este profesor hasta el punto que ha cambiado de trabajo, algo, repito, que le alabo profundamente porque ha sabido con dignidad que ese no era su trabajo. Ojalá los docentes que se encuentren en situaciones similares sepan dar ese paso y no se aferren al sueldo, a los horarios y a las vacaciones y por ello “traguen” con todo.
La realidad es que se puede hacer otra educación y de ello nos dan buena cuenta los compañeros y compañeras que son capaces de revertir situaciones desfavorecedoras en otras más comprometidas y motivadoras para el alumnado desfavorecido socialmente.
Porque la verdad es que esos alumnos y alumnas que se comportan de esa forma tienen un entorno familiar y social que no les favorece y les hace tener ese comportamiento del que nos habla el profesor Fernández.
En definitiva, un libro que muestra que hay mucho trabajo por hacer, que la educación no es fácil y que hay que echar muchas horas para poder llevar hacia delante una situación educativa que atienda a las personas, que respete la diversidad, que haga crecer al alumnado tanto mentalmente como personalmente, que luche por las injusticias sociales, que prepare al alumnado para formar parte de una ciudadanía crítica que tenga sus propias opiniones y no se deje llevar por lo que le dicta una mayoría…
Para saber más
Ánjel María Fernández deja la docencia, su situación era límite… (ondacero.es)
Ánjel Fernández, el profesor “quemado” que abandonó las aulas (nuevecuatrouno)
Reseña de Había del verbo a ver de Toni Solano
2 comentarios
De esta reseña lo que más me ha encantado es la parte final en donde con mucho amor pero contundencia haces (del verbo hacer) una crítica a determinadas prácticas demasiado habituales del profesorado y a su necesidad de formación.
Ser, o haber sido, docente debería suponer un ejercicio de empatía. De haber leído la reseña de la “antigua” docente Dolores llego a la conclusión que su ración va bastante corta de dicho ingrediente tan necesario para vivir en el mundo actual. Supongo que mirar el toro desde la barrera es siempre mucho más fácil.
No veo en sus “generosas” palabras ni un gramo de ponerse en las botas de un porcentaje tan alto de docentes que lo están pasando muy mal. La educación también son ellos, pero del cuidado que merecen, ni un gramo asoma en sus “doctas” palabras.
Tampoco de las desmesuradas ratios por aula, la falta de recursos, el desprestigio social, porque de salvapatrias ya vamos sobrados, como se puede ver.
El discurso suena a: yo dispongo de todas las claves para salvar el mundo. Que alguien la nombre, pero ya, ministra del insigne ministerio, por favor. Vamos con retraso.
No dice que ya nadie valora el conocimiento como valor en sí, que competimos con formas de vida fáciles que ganan demasiado por aportar al mundo demasiado poco, por no hablar de las adicciones, las nuevas tecnologías o la dejación de familias, que dejas niños por educar y esperan que les devuelvan catedráticos…
No dice que si, como ella aconseja, se fueran todos los docentes quemados, el sistema se rompería, y las estadísticas lo confirman. Centra el problema en las víctimas, al poner toda la responsabilidad en una sola parte.
Las otras, eso sí, no tienen que hacer absolutamente nada, porque el problema no va con ellas (padres, alumnos, administraciones y sociedad en general).
Y lo peor de todo es la deshumanización que desprenden sus palabras. Parece más un alto cargo de una multinacional culpando a sus trabajadores por el mal rumbo de su empresa.
Desconozco cuantos años de desconexión tiene del mundo educativo que presume conocer. Pero sí que desconoce el mundo de la adolescencia in situ. Ser maestra no se lo puso fácil, y ser pedagoga posiblemente le creó una realidad virtual que en nada se asemeja al día a día de sus antiguos compañeros de profesión.
Siga pontificando, porque solo desde su púlpito de sagrada veneración nos podremos salvar… mientras enciende la pira funeraria de toda una profesión a la que ha despreciado.
Mientras el Titanic se hundía, los músicos se dedicaban a tocar.
Por suerte, hay miles de profesores que, sin seguir sus grandes consejos, y que son los que verdaderamente salvarán el mundo de la educación, pese a estar mal pagados, mal valorados y peor dotados.
Pero usted, Dolores, siga así. En su mano está que todos los docentes nos salvemos. O, mejor aún, que todos los alumno se sean salvados de las garras de los horribles docentes que los condenan al peor de los fracasos, la propia vida.