A la delicada condición de la orfandad en Ucrania, con un sistema de orfanatos postsoviéticos en lenta reforma, se suma el complicado estatus del «huérfano social». Los huérfanos sociales son aquellos niños que carecen de la presencia de sus padres debido a la negligencia de estos, no a su fallecimiento. Problemas como abuso de alcohol, problemas legales o una economía cada vez más debilitada son algunas de las razones por las cuales los niños son separados de sus padres por los servicios sociales. Un problema endémico que, con el conflicto armado iniciado en 2014, parece ser cada vez más evidente.
Diez cabezas se balancean de regreso a casa en la parte trasera de una camioneta conducida por una mujer pelirroja de cabello corto. Una cruz cuelga del retrovisor central y se balancea al ritmo del camino, mientras de fondo suenan los éxitos musicales del programa de las 17:00 horas. Debajo, una insignia azul y amarilla se muestra con orgullo. Detrás, Veronika, vestida de rosa de pies a cabeza, sonríe traviesa mientras le cuenta a su hermana mayor, Marichka, las travesuras en la escuela. Sasha y Sashko, ambos de trece años, murmuran en ucraniano los planes para esta tarde, mientras que Maksym, de rostro ingenioso, mira por la ventana buscando algún indicio de que están cerca de poder correr de nuevo. Los diez hermanos comparten anécdotas y fricciones cotidianas en la parte trasera del vehículo. No es una adaptación ucraniana de «Los Serrano», sino de la Familia de Acogida que Katarina Dolgova ha formado a lo largo de los años.
Los términos foster care o fostering se traducen como «cuidado de crianza» y se utilizan en Estados Unidos y Europa para referirse al cuidado temporal de niños en entornos familiares no vinculados por lazos de parentesco. Es una colocación administrada y regulada por el Estado, que se brinda mientras se esperan opciones permanentes de vida, como el regreso a la familia biológica, la adopción o la llegada a la mayoría de edad. Este concepto ha cobrado especial relevancia en el país en los últimos años, ya que el gobierno ucraniano ha tomado medidas para reformar el sistema de bienestar infantil, con el objetivo de pasar del cuidado institucional al cuidado familiar.
Según la psicóloga especializada en terapia familiar y gestión emocional, Blanca Inés Santa María, la acogida en una familia brinda a los niños la experiencia de otras realidades fuera de la suya.
«Les proporciona otra oportunidad de experimentar la familia, de ver otro tipo de relaciones, interacciones y dinámicas familiares más saludables; otro tipo de lenguajes del amor», explica Santa María. A menudo, las familias de las cuales provienen estos niños son muy desestructuradas, con «muchos problemas y un alto índice de agresividad y emocionalidad alterada: mucha expresión emocional muy intensa, gritos, insultos, agresiones verbales y físicas, ruptura de mobiliario, etc.», continúa la psicóloga. Por eso, según lo que explica Blanca Inés, darles más recursos para salir adelante es brindarles «otra oportunidad de vida». A pesar de todos los beneficios que presenta la acogida en comparación con el modelo tradicional de orfanatos, el progreso ha sido lento y aún quedan muchos desafíos por abordar.
Hace algunos años, esta profesora de teología e historia decidió que quería ser madre de acogida y comenzó todos los trámites con los servicios sociales para lograrlo. Su hermana mayor también fue una niña de acogida y ve en estos niños reflejada su propia experiencia. «Desde pequeña me han gustado los niños, siempre estaba cuidando de los hijos de los vecinos, es algo que siempre he disfrutado mucho», relata Katarina. Otra de las razones por las cuales decidió formar una Familia de Acogida es que, siendo directora de un orfanato, se dio cuenta de que, en realidad, los niños huérfanos no eran tan difíciles de tratar.
«Vi que los niños serán lo que los adultos les permitan ser», explica Dolgova. «Me di cuenta de que el sistema de cuidado institucional fallaba y de lo necesario que era para el futuro de los niños tener la oportunidad de experimentar la vida en una familia», continúa. Katarina Dolgova explica cómo terminó teniendo a diez niños bajo su tutela en la actualidad y a quince desde que comenzó como madre de acogida: «los primeros niños los saqué del orfanato donde trabajaba. Eran niños bastante difíciles, pero estaba orgullosa de ellos y quería demostrarles que podían cambiar», relata la maestra. «He sufrido mucho por estos niños, pero ahora puedo decir que no le tengo miedo a nada», continúa. Explica que a los más grandes les está yendo bien: uno de ellos está a punto de graduarse, tiene trabajo y se casa en otoño. A menudo recibe visitas de sus hijos adoptivos y le ayudan en lo que necesita. Poco tiempo después de mudarse a Lviv, la hicieron madre de dos niños más: Yeyhen y su hermana mayor, Marta. «Simplemente los acepté, me los confiaron y yo, que creo en Dios, sé que si permite algo es porque lo necesito; y así fue», explica con serenidad Dolgova.
Más tarde recibió a Solomiya, cuya cuidadora -su abuela- se puso enferma y no podía ocuparse de ella, y también a Sasha. Este último tenía cinco años y Katarina dudó en recibirlo debido a la delicada situación de su madre, que estaba en prisión y pensó que cuando saliera se lo llevaría de vuelta, lo que sería una situación muy complicada.
En este momento, ella ya tenía siete niños a su cargo y necesitaba acoger a algunos más para calificar como hogar de acogida. «Pedí a los servicios sociales que me dieran niños más pequeños, solo tenía adolescentes», relata riendo. Así que llegaron tres niños más a su vida: Marichka, de siete años, Sashko, de seis, y Volodia, de cuatro. Adriana se fue de la familia y llegó Tanya, y vivieron así unos cinco años, hasta que Mykhailo se fue y, consecutivamente, Tanya. En un año y medio, recibió a Veronika y Maksym, de tres y cuatro años, cuyo hermano mayor ya vivía con Katarina. «Después descubrí que Marichka, Sasha y Volodya tenían dos hermanos más, y comenzamos a hacer un seguimiento del proceso de acogida: establecimos contacto con ellos, los niños visitaban a sus hermanos en un orfanato», explica Katarina. Finalmente, cuando obtuvieron el estatus legal de niños privados de sus padres, Stepan y Marta pudieron unirse a la familia.
Es impresionante la dedicación y el amor que Katarina ha ofrecido a tantos niños en situación de vulnerabilidad. Su historia refleja la compleja realidad de la infancia en Ucrania, donde un gran número de niños viven bajo la tutela del Estado en orfanatos, internados o instituciones para discapacitados. El relato de Katarina sobre cómo amplió su familia de acogida es conmovedor. Solicitó la acogida de niños más pequeños, ya que inicialmente solo tenía adolescentes a su cargo. La llegada de Marichka, Sashko y Volodia, seguidos por Tanya y otros niños, demuestra la generosidad y la voluntad de Katarina de proporcionar un hogar amoroso a quienes lo necesitan. La descripción de la situación de la infancia en Ucrania es alarmante, con un gran número de niños que viven en instituciones y que enfrentan condiciones a menudo disfuncionales.
La existencia de reformas ficticias y la falta de cambios significativos desde la época soviética resaltan los desafíos persistentes en el sistema de protección infantil del país. Es crucial crear conciencia sobre estas problemáticas y apoyar iniciativas que busquen mejorar las condiciones de vida de los niños en Ucrania y en todo el mundo. Katarina sostiene con orgullo y sonríe a un retrato que le hizo su hija de acogida, Marishka.
En ese momento, ella ya tenía siete niños a su cargo y necesitaba acoger a algunos más para calificar como hogar de acogida. «Pedí a los servicios sociales que me dieran niños más pequeños, solo tenía adolescentes», relata riéndose. Así que llegaron tres niños más a su vida: Marichka, de siete años, Sashko, de seis, y Volodia, de cuatro. Adriana se fue de la familia y llegó Tanya, y vivieron así unos cinco años, hasta que Mykhailo se fue y consecutivamente, Tanya. En un año y medio, recibió a Veronika y Maksym, de tres y cuatro años, cuyo hermano mayor ya vivía con Katarina. «Después descubrí que Marichka, Sasha y Volodya tenían dos hermanos más, y comenzamos a hacer un seguimiento del proceso de acogida: establecimos contacto con ellos, los niños visitaban a sus hermanos en un orfanato», explica Katarina. Finalmente, cuando obtuvieron el estatus legal de niños privados de sus padres, Stepan y Marta pudieron unirse a la familia.
La situación de la infancia en Ucrania
La situación de la infancia en Ucrania es poco común, con el número más alto de niños internados en Europa en una amplia red, opaca y a menudo disfuncional de orfanatos, internados o instituciones para discapacitados. Alrededor de 160,000 niños y niñas viven bajo la tutela del Estado en Ucrania y, según confirma la Organización de las Naciones Unidas, cerca de 100,000 estaban distribuidos en los más de 600 orfanatos del país cuando estalló la guerra. La ONU también alerta en su último informe que la mitad de estos menores tienen algún tipo de discapacidad. Además, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), muchos de estos niños son considerados huérfanos sociales, aquellos niños que han sido separados de sus padres debido a la pobreza, la negligencia o el abuso, en lugar de la muerte de sus padres. Había «decenas de miles de niños viviendo en estas instituciones antes de la guerra, es enorme», advertía hace unos años en una rueda de prensa Geneviève Colas, coordinadora del colectivo Juntos contra el Tráfico de Personas por Cáritas Francia.
Un estudio realizado en 2016 por la organización Hope and Homes for Children concluyó que hay un fracaso en el antiguo sistema de orfanatos y otras instituciones de Ucrania para proteger a los niños vulnerables. La investigación, que recopila datos de 663 orfanatos ucranianos, denuncia que, en un país con una de las tasas más altas de atención institucional en Europa, hay un sistema «estancado» con directores que categorizan sus instituciones en un proceso de «reforma ficticia». La auditoría integral del sistema supervisada por Hope and Homes for Children en 2016 tenía como objetivo entender cómo y por qué los niños son enviados a instituciones, las condiciones que experimentan y el impacto que esto tiene en su desarrollo y sus oportunidades de vida.
Después de realizar el estudio, las declaraciones de la organización no son esperanzadoras: «la protección de la infancia en Ucrania sigue dependiendo de una extensa red institucional, del tamaño de una ciudad, donde los niños viven aislados del resto de la sociedad, condenados a regulaciones arbitrarias y rutinas impersonales», escriben los miembros de esta organización en un artículo.
«En términos de actitud hacia los niños y la comprensión de sus necesidades, poco ha cambiado en el sistema de protección infantil de Ucrania desde la época soviética», dijo en 2016 la directora de la organización en Ucrania, Halyna Postoliuk.
«Ha habido algunas mejoras fragmentadas, pero en general los gobiernos no han sentado las bases necesarias para prevenir la desintegración familiar y garantizar un enfoque integrado de la protección de los derechos del niño», declara la directora de Hope and Homes for Children en Ucrania, Halyna Postoliuk. La atención institucional sigue siendo la respuesta más común de las autoridades para los niños cuyas familias tienen dificultades para cuidarlos, en gran parte debido a la pobreza y la discapacidad.
Por lo tanto, uno de los principales problemas en Ucrania es la falta de protección de la infancia, que, en última instancia, constituirá el futuro del país. El problema de los huérfanos sociales en Ucrania puede deberse a varios factores.
Sofía Vasylechko, educadora social en el orfanato Orphans Care Center, destaca los siguientes como los más sustanciales: Una de las principales razones es la inestabilidad económica y social que ha experimentado Ucrania desde que se independizó de la Unión Soviética en 1991. Esta inestabilidad ha llevado a altos niveles de pobreza, desempleo e desigualdad social, lo que ha dificultado que muchas familias puedan salir adelante.
Además, el conflicto en curso en el este de Ucrania también ha tenido un impacto significativo en el número de huérfanos sociales. Desde que comenzó el conflicto en 2014, miles de personas han sido asesinadas y muchas más han sido desplazadas de sus hogares, lo que ha provocado un aumento en el número de niños que se han quedado sin padres o cuidadores. Otros factores que han contribuido a la gran cantidad de huérfanos sociales en Ucrania, comenta Sofía, incluyen el sistema inadecuado de protección infantil del país, la falta de acceso a la educación y la atención médica, y una alta prevalencia de abuso de sustancias y violencia doméstica.
La delicada situación burocrática de los huérfanos sociales
Katarina explica que para poder ser tutora de acogida, se debe pasar por un proceso, inscrito en un programa del gobierno para mejorar la situación de la infancia en Ucrania hacia la desinstitucionalización. A través de esto, el estado paga una cierta cantidad para ayudar a criar a cada niño y también otorga dinero para el mantenimiento del hogar. En el proceso, investigan diferentes aspectos de la vida del solicitante: formación, salud física y mental, estado económico, etc. Además, la someten a diferentes pruebas y entrevistas.
Además, vivir en un internado puede ser un desafío para los niños, ya que pueden experimentar sentimientos de aislamiento y falta de apoyo emocional, sin olvidar el impacto emocional que puede significar la muerte o separación de sus progenitores. Los expertos han demostrado que los niños en internados tienen más probabilidades de experimentar retrasos en el desarrollo y problemas de salud mental, como depresión y ansiedad. «Otro problema añadido para estos niños es que, por lo general, no aprenden a desenvolverse socialmente como cualquier otro», relata la educadora social Sofía Vasylechko. «Es solo que no saben qué hacer, dónde vivir, cómo cocinar, gestionar su economía o lidiar con los servicios públicos, y muchas veces terminan robando para tener un lugar seguro donde estar», continúa Vasylechko. Hennadiy Melnychuk, graduado hace seis años de un internado en la región de Lviv y ahora empleado de la ONG Care in Action, se considera «afortunado» por haber encontrado su camino en la vida, ya que, según relata, «como niños estábamos completamente solos, es muy difícil la vida después de la institución, la mayoría no puede adaptarse a la vida independiente».
«Te acostumbras a tenerlo todo listo y programado, todo se decide por nosotros, porque, para la gran mayoría de profesores, no eres nadie y no tienes nombre», relata el joven. El problema llega cuando sales: no sabes cómo ganarte la vida. «Es por eso que muchos comienzan a robar, jugar y consumir alcohol o drogas», explica Hennadiy.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias de vivir la orfandad en un internado?
En un reportaje del Los Angeles Times titulado «Estos son los efectos a largo plazo de separar a los niños de sus padres en la frontera de los EE. UU., según expertos«, en el que se examinan las consecuencias que tiene para los niños ser separados de sus padres debido a migraciones, guerras o hambrunas, se llega a una firme conclusión: separar a los niños de sus padres es perjudicial para la salud física y mental de los pequeños. Hay una razón por la cual la infancia en los seres humanos dura tanto: «el cerebro de un niño tarda en madurar hacia la edad adulta», afirma en el artículo el profesor de psicología de la Universidad de Columbia Nim Tottenham, un experto en desarrollo emocional.
Las psicólogas Esther Càceres y Blanca Inés Santa María coinciden en que aquellos niños que han tenido una figura de cuidador que ha ejercido el rol materno, el primer vínculo y función más demandada por los niños en los primeros años de vida, «ya sea esta la de sus padres, abuelos o tíos», tienen «una estructura psíquica y de personalidad medianamente estable». Apuntan, por el contrario, que «las estadísticas indican que los niños que han sufrido una ausencia de esta figura durante los primeros años padecen grandes dificultades en el ámbito del desarrollo motor, cognitivo y, en años futuros, otras áreas, como la psíquica, intelectual o física». Melissa Healy, autora del reportaje del Los Angeles Times, recoge las siguientes declaraciones de Tottenham: «este adulto que está ahí habitualmente proporciona un enorme efecto amortiguador del estrés sobre el cerebro de un menor, en un momento en que este aún no lo ha desarrollado para sí mismo».
Cuando se retira repentinamente este amortiguador confiable y la orientación de un padre, se puede provocar un cortocircuito en el aprendizaje que da forma al cerebro, considera el experto. Además, explica que «los cerebros de los niños que han experimentado tal situación parecen volverse hipervigilantes ante las amenazas, un sello distintivo del trastorno de estrés postraumático. Las regiones del cerebro que gobiernan el comportamiento de recompensa no responden normalmente, lo que los hace vulnerables a la depresión, la ansiedad y el abuso de sustancias. Sumado a esto, las estructuras corticales necesarias para la atención, la planificación, el juicio y el control emocional no se desarrollan adecuadamente». Cuando se le pregunta a Hennadiy por sus recuerdos del internado, este cuenta que no tiene recuerdos malos, aunque tampoco excelentes.
Destaca, por ello, su suerte, ya que «estaba en uno bastante bueno», hecho que comprende después de hablar con graduados de diferentes partes de Ucrania. Define los orfanatos como «escuelas de supervivencia» en las que era extremadamente importante cómo te posicionabas para «establecer tu autoridad frente a los profesores, compañeros», explica. Según Stepan Vovk, quien pasó por una familia de acogida, «estar en una familia de acogida donde te tratan como a un niño querido, es una alegría para todos los niños, el valor de la vida en un orfanato de estilo familiar no se puede subestimar». Narra cómo vivir en una familia de acogida le enseñó a «vivir de manera independiente, honesta y organizada». Admite, emocionado, que para él los hermanos con los que compartió familia de acogida son más cercanos que sus hermanos biológicos, y que aún va a visitarlos con frecuencia. «Siempre están dispuestos a escuchar, ayudar, comprometerse, lo cual es un signo definitivo de una familia», continúa.
En esta casa, los niños y niñas reciben una educación similar a la que recibirían en cualquier otra familia sana. A diferencia de los centros de acogida u orfanatos, aquí conviven diez niños con una sola referente: Kataryna. Los niños tienen la oportunidad de practicar sus deportes favoritos, tocar instrumentos y disfrutar de otras aficiones. La atmósfera en la casa es cálida y acogedora, lo que contribuye a un ambiente de aprendizaje saludable para los niños. Kataryna se asegura de que cada niño reciba atención personalizada y se sienta valorado como individuo. Es un lugar donde los niños pueden sentirse seguros, felices y apoyados en su crecimiento personal y académico.
«Estoy agradecido con las autoridades locales por dar a los niños la oportunidad de vivir en orfanatos de estilo familiar donde se aseguran todas las condiciones necesarias, donde los niños son amados y educados, donde los padres-cuidadores aceptan a los huérfanos como sus propios hijos», dice Stepan. «A todo aquel que esté dudando sobre si acoger, yo le diría que no dude», sentencia Katarina. «Es algo grande, te da mucha fuerza, te hace crecer, te llena de amor y todos necesitamos amor», explica. Cuenta también que estos niños la convirtieron en una persona menos dura y egoísta. Cuando se les pregunta por su experiencia, tanto Stephan como Katarina muestran su gratitud hacia el sistema de acogida familiar y destacan la importancia de ofrecer amor y apoyo a los niños que lo necesitan. Un agradecimiento infinito por haber podido experimentar el amor tan de cerca y convertir a unos desconocidos en su familia para siempre. «Aprendí a vivir y ser feliz, a pesar de los desafíos; gracias a ellos he pasado los momentos más felices de mi vida», relata con voz entrecortada Katarina mientras acaricia dulcemente a Veronika entre sus brazos, quien parece haber sido hecha para ser amada por ella.