La violencia sexual contra la infancia y la adolescencia es uno de los secretos a gritos mejor guardados del país. Un importante número de niñas, niños y adolescentes sufren algún tipo de violencia de este tipo a lo largo de su vida, en ocasiones, durante años. Pero los estudios extensos, al menos en España, se pueden contar con los dedos de una mano, y sobran dedos.
En la Universidad de Barcelona, el Grupo de Investigación en Victimización Infantil y Adolescente, Grevia en sus siglas en catalán (Grupo de Reserca en Victimizació Infantil i Adolescent) acaba de hacer público un estudio con jóvenes de entre 14 y 17 año de todo el país bajo el nombre de La victimización sexual en la adolescencia: un estudio nacional desde la perspectiva de la juventud española. El mayor desde el primero y más importante de los que se han realizado hasta la fecha, en 1994.
Como explica Noemí Pereda, directora del estudio, se trata del más importante llevado a cabo en España con chicas y chicos. Los que ha habido hasta la fecha, como el de los 90 o el más reciente del Defensor del Pueblo, son estudios retrospectivos. También los ha habido de ámbitos menores, con estudiantes universitarios. De manera que este es el primero que se hace con población adolescente a la que se le pregunta por su vivencia del último año. Más de 4.000 respuestas de otras tantas chicas y chicos conforman el corpus con el que han podido trabajar, después de descartar un 7 % por estar incompletas o no ser válidas.
Los datos señalan a las jóvenes como las víctimas principales de los actos de violencia sexual que se comenten contra las personas adolescentes. En la mayor parte de los ítems, independientemente de quién sea la persona victimaria, ellas son más. Solo en el caso de casos de violencia física con penetración ellos la sufren en mayor medida, tanto para casos de explotación sexual como casos sin explotación.
Unas víctimas que a veces, muchas, no perciben que lo son, por ejemplo, cuando se trata de victimización por la vía de la explotación. Cuando intercambian, «es una palabra que usan chicas y chicos, cuando es explotación», explica Pereda, determinados favores sexuales (fotografías, vídeos, contacto sexual) por dinero u obsequios.
Para Pereda, entre las causas de la situación actual se encuentra la banalización de la prostitución, que hace que chicas y chicos no perciban como violencia sexual esos «intercambios» que en otros contextos se considerarían explotación sexual.
Una explotación que ha pillado un poco por sorpresa al grupo investigador. Igual que en el caso de los centros de acogida de menores de edad se había demostrado su existencia, no se había estudiado su peso en otros contextos de jóvenes. Y también existe.
La solución debe venir de múltiples lugares, pero una educación sexual integral es una de las claves que podría hacer mejorar unos datos que, explica la investigadora, se encuentran dentro de los rangos de investigaciones llevadas a cabo en otros países europeos.
Eso sí, aboga también por realizar estudios como el que se ha presentado, con una cierta regularidad para no limitarse a tener datos que formen una foto fija, sino que sirvan para evaluar las políticas públicas que deben ponerse en marcha con cierta urgencia.
Cuando se pone el foco en los dos grupos de edades del estudio, no se nota una gran variación entre las personas de 14-15 años y las de 16-17. Tal vez esto se deba al tipo de delitos y a que hay mayores diferencias relativas a la edad cuando se cuenta con las experiencias de niñas y niños menores de 14 años.
El estudio, además, pone la mirada en muy diferentes formas de violencia sexual, no solo en la que ejercen adultos sobre niñas y niños. De esto se deriva la foto que ofrece sobre la violencia que se ejerce desde las redes sociales o, por ejemplo, la que se produce entre iguales que es, de hecho, mayoritaria.
En el caso de los adultos, explica pereda, entre sus víctimas no hay tanta diferencia entre chicas y chicos, algo que sí ocurre cuando se mira la que ocurre entre pares. Ellas la sufren en mayor medida que ellos y, además, la ejercen compañeros o amigos de clase. En el caso de los adultos, explica Pereda, que la sufran en una medida parecida ambos tiene que ver con que la persona victimaria busca, principalmente, la minoría de edad, la asimetría, dice, más que un sexo concreto.
De nuevo la banalización, en este caso, de la pornografía, ayuda a la violencia entre iguales. Pereda asegura que no es simplemente que los medios de comunicación hablen de estos casos, sino que efectivamente están ocurriendo.
En todo esto, Pereda ve un papel fundamental en las redes sociales y al hecho de que «no advertimos» a las y los jóvenes de los peligros que van a encontrar. De esta manera, principalmente las chicas, pero no solo, «intercambian vídeos que creen que no van a ninguna parte, a cambio de likes, o de un ingreso de dinero en una tarjeta… ¿Cómo es posible?», se pregunta la investigadora.
También señala a ciertos productos culturales y audiovisuales como programas de televisión o música cuyas letras y contenidos banalizan la violencia sexual contra las mujeres o «blanquean» la prostitución.
Para ella es imprescindible que las administraciones tomen nota y comiencen a desarrollar políticas de prevención. No solo con educación afectivo-sexual, buscando otros formatos diferentes a los utilizados hasta ahora puesto que no están funcionando. Y esto porque las familias, en según qué edades tienen muy poca o nula capacidad de influencia si no la han ejercido con anterioridad.
Aunque el estudio contó con el apoyo del anterior Ministerio de Derechos Sociales, que redactó una carta para que pudieran acercarse a las comunidades autónomas para solicitar su apoyo, a la presentación solo se acercó una representación del de Igualdad. Cuando el grupo investigador comunicó con las 17 autonomías, según explica Pereda, solo cuatro de ellas respondieron. No han sabido tampoco nada del Ministerio de Juventud e Infancia.