¿Dónde naciste?
Soy de Barranquilla, de un municipio que se llama Soledad Atlántico. Cuando yo empecé mi liderazgo, el municipio tenía unos 200.000 habitantes y en cinco años llegamos a ser casi medio millón, a causa de los desplazamientos internos en Colombia. Mucha gente se movía de un lugar a otro, del Chocó al Pacífico, de un lado a otro, así por todo el país.
Mi madre murió cuando yo nací, y me quedé con mi abuela. Mi abuela murió cuando yo tenía 14 años y, desde entonces, empecé a sobrevivir sola y a hacer camino. En aquel momento, yo no tenía objetivos sobre qué hacer con mi vida. Durante mi adolescencia, vivía para vivir, andaba, incluso me fui a Venezuela. Entonces Venezuela se encontraba entre los mejores países, con la mejor economía.
¿Cómo llegaste a Venezuela?
Yo iba, por ejemplo, por el municipio de Cúcuta. Llegaba a la frontera para entrar por San Antonio, nos juntábamos un grupito de personas, y entrábamos a pie. Nos apoyábamos los unos a los otros y ya a partir de San Cristóbal se podía encontrar trabajo. Uno entraba ilegalmente de este modo. Yo trabajaba, andaba, iba a Colombia a casa de algún familiar en diciembre y volvía a marchar en enero, hasta que un día decido volver a Colombia definitivamente y reconstruyo mi vida. Ya tenía dos hijos, uno nacido en Venezuela y uno en Colombia de antes de marchar, cuando me casé. Era un buen chico.
¿Cuántos años tenías?
Cuando yo me casé tenía 29. Pensé que tenía que organizar mi vida, encontré a este chico y me casé. Vivíamos a Santa Marta y allí empezó nuestra vida juntos. Recordaba mucho a mi abuela, ella me enseñó mucho sobre la casa y sobre la religión. Ella era muy católica y yo me metí en la cabeza aquello de “hasta que la muerte nos separe”.
Empecé a tener hijos. Además de los dos que ya tenía de antes de casarme, tuve cuatro más, pero también empecé a ver que yo no iba ni hacia adelante ni hacia atrás. Estaba estancada. Era un estancamiento a todos los niveles.
¿Te fuiste apagando?
Me fui apagando. Llegué a pensar como mi pareja y, mientras tanto, me iba comiendo la miseria. Vivíamos en una miseria. Y yo me decía: “¿Qué hago? ¿Vuelvo a soltarlo todo otra vez? No, no, no. Tengo que continuar así”. Hasta que llegó un punto en el que yo ya no pensaba.
Para la familia de mi madre, que era con la que tenía contacto, había la expectativa de que yo era la fuerte, que yo era una mujer luchadora. Desde que volví de Venezuela, vivían a mi costa, hasta que mi hija mayor, con 18 años, me dijo: “Mamá, tú no puedes continuar así”. Ella no acabó el bachillerato, se puso a trabajar y me dio dinero para salir adelante. Yo entonces vivía en el trastero de la casa de mi suegra, allá donde dejan las cosas que no sirven. Allá acabé de manera tan cruel, y embarazada del último hijo.
¿Dónde estaba tu marido?
Él no estaba. Él era un hombre que salía y hacía el prototipo de vida en Colombia, el “rebusco”, él salía a buscar trabajo y cuando volvía decía: “Mira, hay para una libra de arroz, y para esto y para lo otro”. A los bebés, si nacían, se les daba el pecho hasta que una podía porque no había para alimentos. Fue horroroso.
Entonces, mi hija mayor me saca de ahí, me ayuda económicamente y me reencuentro con mis primas. Yo llegué al fondo. Ellas me hicieron algunas propuestas y, finalmente, me empezaron a sacar del pozo. Una me dijo que el marido de la hija tenía un almacén y en diciembre era la venta grande y necesitaban que les ayudara a vender… Y así, despacio, fui saliéndome. Con un hijo de un año, uno de dos años y medio, uno de cuatro… Fui con otra prima a trabajar en febrero, que son los carnavales, vendiendo comida, y se me fue levantando el ánimo, hasta que mi hija se fue a Barranquilla y nos fuimos para allá. Mis hijos y yo. A mi marido también se lo llevó. Allá empezaron a trabajar y me metieron en una invasión. ¿Sabes qué es invadir tierra? Allá es normal.
¿Terreno baldío que no pertenece a nadie y que van a cultivar?
Exacto, uno llega y cultiva. La gente empieza a meterse: una, dos, tres, cuatro… Yo fui la quinta.
¿Eso quiere decir que había cuatro familias y la tuya fue la quinta?
Sí, pero llegamos a ser 300. Era un terreno encharcado, puesto que en época de lluvia allá era donde iban a parar todos los riachuelos de los municipios. Allá edificamos. Cómo es lógico, cuando empezaron las lluvias fuertes, nos fuimos ahogando y se fueron llevando las casas. Salvábamos a nuestros hijos…
¿Te has encontrado con alguna inundación en la que hayas tenido que salvar a tus hijos?
Síii. Poníamos maderas arriba y teníamos a los niños en el tejado. El agua nos llegaba por la cintura y allá entraban peces y animales de todo tipo… Pero esto era temporal. Y cuando ya bajaba el agua, nos volvíamos a organizar y volvían a hacerse las casetas de madera.
Fue entonces cuando empezó mi liderazgo porque el alcalde no encontró ninguna otra solución que echarnos, pero nosotros en aquel momento ya éramos 300 familias que no teníamos donde ir. Dos chicos más y yo empezamos a hacer estrategias porque venían policías, como antidisturbios, que son los que van a reprimir las protestas. Cuando vi que se acercaban los del ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios), hicimos una barrera de llantas y nos pusimos en diferentes lugares con gasolina. Si se acercaban, prendíamos fuego. Detrás nuestro, estaba la comunidad entera.
Fue entonces cuando empezó mi liderazgo porque el alcalde no encontró ninguna otra solución que echarnos, pero nosotros en aquel momento ya éramos 300 familias que no teníamos donde ir
Había cámaras de la alcaldía que lo estaban grabando. Era un momento de pleno apogeo político, y unos y otros querían hacer proselitismo con esto y ganar seguidores. Los candidatos a la alcaldía prometían más dignidad, decían que ayudarían en todo el que no hacía el actual alcalde. Dialogaron con nosotros y, finalmente, ganó el opositor que nos había prometido viviendas mejores. Tres o cuatro meses después, me llama, y me ofrece reubicarnos en un lugar con casas firmes, con agua, con luz, con alcantarillado, porque donde estábamos no había nada de eso. Es aquí cuando empieza un gobierno social y empiezan a hacerse programas para las personas vulnerables. En aquel momento, no se sabía cuántos pobres había en Colombia, y nacieron las ayudas para la vivienda, la salud, el trabajo, etc., y yo lidero este proceso en la invasión. Escribo a todos los gobiernos, al local y al nacional, para pedir ayudas, para conseguir terrenos para familias vulnerables, y el gobierno nacional aporta al local para hacer casas.
Yo me fui involucrando en todos los procesos, y vino el tema de la salud con la creación de las IPS (Instituto Prestamista de Salud) para las personas vulnerables. De todos mis liderazgos, el de la salud fue el más importante, y fui escogida delegada nacional de las Empresas Solidarias de Salud (ESS). Se hicieron cerca de 200 ESS a nivel nacional y una estaba en el municipio de Soledad, mi ciudad natal, que era Corsasol (Corporación Salud para Soledad). Era una organización empresarial de las comunidades para tener servicios de salud con financiación del estado. Recibimos formación en temas de salud, en administración empresarial… Era un proyecto del gobierno nacional y cuando entré en la directiva, también desde el estado capacitaron a la directiva. El ministerio de salud me preparó como promotora social en salud y, mientras me iba poniendo al frente de las organizaciones, me iban formando.
Aquí fue donde empecé a ver dos cosas que yo no había visto nunca: poder y dinero. Recibíamos 1.500 millones de pesos colombianos (unos 330.000 euros) para la administración anual, que era para atender a las personas pobres en términos de salud. Teníamos que saber quién se tenía que beneficiar de estas ayudas y para ello teníamos que dividirnos por grupos e ir casa por casa. Nos encontramos con que el 80% o el 90% era pobre. Les pedíamos que se inscribieran en el IPS para poder beneficiarse.
¿De qué época estaríamos hablando?
Este proceso empieza en el 93. Yo me entusiasmé mucho porque yo había recibido muy poca educación, y en todas partes recibí formación. A mí me llenó la vida, y me gustaba lo que hacía. También estaba en la cuestión del trabajo, en la organización para ofrecer empleo. Esa fue otra experiencia: me llamaron y me dijeron que se tenían que barrer las calles. Era trabajo para las personas más vulnerables. El primer día pusieron supervisores y a mí me tocó un grupo de pandilleros, atracadores, delincuentes, prostitutas… El mismo día que salimos, el supervisor salió flechado porque tenía terror a este grupo, así que yo me organicé, fuimos a un parque a hacer la limpieza, que el parque era una montaña, era una selva. Me tenía que organizar porque alguien tenía que liderar, y les dije por donde empezar, qué teníamos que hacer: “Tú con los machetes para tumbar los matorrales y tú con los rastrillos para recogerlos”. Y me dijeron: “De acuerdo, y tú que harás”. “Yo voy a hablar con los vecinos a ver quién nos deja una olla para hacer agua de panela”. La idea les gustó y me fui. No solo llevé cosas para preparar el agua de panela sino todo un sancocho, con ollas, huesos, costillas, carne, yuca… Y ellos estaban entusiasmados. Eran gente que pasaba hambre y no tenía trabajo estable. Dijeron que al día siguiente volverían y más temprano. Fuimos el mejor grupo de todos y me nombraron supervisora de este grupo. Me capacitaron y también me involucré, hasta que empezaron los problemas con el poder, con el dinero, precisamente con el gerente que nosotros, la directiva, escogimos. Esto sería en el 96 y yo ya era delegada nacional de las ESS de toda Colombia. Así nació la salud pública.
¿Era como una incipiente Seguridad Social?
Sí, pero todavía estaba un poco en el aire. Yo aprendí mucho de todo esto, aprendí mucho de la alcaldía, fui ascendiendo, pero me entretuve mucho en las salidas nacionales, en una ciudad y en otra. Me gustaba. Pero, ¿qué pasa con los políticos? Aquí es donde también empiezo a ver la corrupción. Los recursos de esta empresa estaban en manos de otros porque yo estaba viajando a Cartagena, a Santa Marta, a San Andrés, a La Guajira, a César… Iba y capacitaba a las directivas. Yo tenía ansia de llenarme de conocimiento, no de poder. Y, desde la directiva, hicieron todo lo posible para echarme. Hicieron lo imposible para expulsarme de la organización, pero yo ya estaba fuerte, no como los primeros años de casada.
Coincide que en el 97 nos entregaron las casas que nos habían prometido en Soledad. Eran casas muy buenas. 1.500 casas para 4.500 personas. La urbanización se llamaba Villa María. Y aquí hice el salto como presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC), que en Colombia era muy importante. Con esto, entré en contacto con el ministerio del interior.
¿Cómo funciona?
Quien lidera el proceso es el ministerio y, en este proceso, entré en las asociaciones comunales, que suman diferentes juntas. Alrededor de Villa María se fueron haciendo asentamientos, se fueron haciendo invasiones. Ya nosotros, en Villa María, vivíamos de forma legal y con la escritura que nos había dado el estado, pero los asentamientos del alrededor eran ilegales. Hice una campaña barrio a barrio para que escogieran Juntas de Acción Comunal en estos asentamientos. Salieron unas 60. Y yo salí reforzada. Y esto fue mi acabose.
Empezaron a llegar las guerrillas y los paramilitares y a camuflarse entre la gente
Yo pedía que todo el mundo tuviera agua, luz y alcantarillado. Fuimos a hablar con los políticos en plena campaña electoral. Otra cosa que yo hacía y funcionó es que, cuando me reunía con alguien, llamaba a los medios de comunicación y venían las radios, los periodistas, pero, lastimosamente, las cosas se fueron poniendo muy mal. Empezaron a llegar las guerrillas y los paramilitares y a camuflarse entre la gente. Yo llamé el ejército y la policía para alertarlos, pero no me hacían caso. No era un tema desconocido para ellos, pero no había gente que se quejara.
¿De dónde venían los paramilitares?
Se ponen a vivir allá, se van camuflando, van mirando como hacer para apoderarse. Vienen de Antioquía, Nariño, el Chocó, Buenaventura, Barrancabermeja… Ellos empiezan a llegar y yo ya veo que las cosas se nos escapan de las manos, que hay robos, atracos, muertos… Había de todo. Ellos se iban metiendo, pero yo no lo vi al principio.
¿Eran informantes?
Exacto, se van metiendo, van sabiendo. Si yo no hubiera visto esta transformación, quienes eran ellos, no me lo habría creído.
¿Cuál era el objetivo de los paramilitares?
Ir apoderándose del territorio. Y así lo hicieron. Ellos iban invadiendo. Traían, tres, cuatro, siete familias, por ejemplo, y el resto las iban recogiendo. E invadían en un lugar y allá los metían. E invadían en otro lugar. Y decían: “No se preocupen que aquí estamos nosotros”. Y así, miles de barrios.
¿Y si alguien se oponía?
Eso está relacionado con mi salida. En las elecciones al senado, al consejo, a la presidencia, a la alcaldía… yo apoyaba. Y apoyé a un candidato a la alcaldía de Soledad, José Castillo, del Partido Liberal de Colombia. Pocos días antes de las elecciones, lo mataron cuando salía de su casa. Todo el mundo decía que eran los paramilitares, las autodefensas. Era una época en que había muchos ataques a candidatos electorales y se culpaba a los paramilitares y a las guerrillas. José Castillo era una de las personas que representaba la esperanza de que el pueblo se recompusiera, de que tuviera derechos, porque él lo prometía.
En Colombia, no es ningún secreto que antes de lanzarte como candidato al consejo, a la alcaldía o allá donde sea tienes que sentarte con ellos. Ya en aquella época ellos mandaban. Y yo estaba rodeada en todos los barrios. Yo ya estaba cansada y lo decía abiertamente en los espacios públicos. Yo hablaba mucho. Y de aquí viene mi conflicto.
A José Castillo lo matan en octubre de 2003, pero a mí ya me iban amenazando desde antes. Mataban a líderes comunales, a líderes sindicales… Pero yo continuaba adelante. Llevaba al ejército al barrio para que vieran qué estaba pasando, y lo que pasaba, que yo no lo veía y no lo entendía, era que alrededor de casa mía había tanquetas y camiones del ejército. Mi casa hacía esquina en una de las entradas principales del barrio. Se reunieron conmigo para hacer unas campañas de salud, porque no teníamos de nada. Y todo el barrio vio que yo me reunía con ellos. Dos días después, hay toda una masacre en la zona. Y todas esas muertes me las atribuyen a mí. Es entonces cuando vienen las amenazas más grandes…
¿De dónde venían estas amenazas?
Es que allá no te avisan. Cuando ya organizadamente empiezan a llamarme, ya estamos en enero y febrero de 2004. Yo no tenía teléfono, había una señora a tres o cuatro casas que sí tenía teléfono, y le decían que yo me tenía que ir. Un día, bajaba del autobús para ir a casa, y vino una moto. Solo tenía que cruzar el camino para llegar a casa. Empiezan a disparar desde la moto… Tra, tra… Y las balas no salen del arma. Es una zona sin vías, sin nada, son caminos sin asfaltar, les llaman trochas. A mediodía no había ni un alma. Esa fue la primera vez. Ya estaban matando a otros miembros de las juntas comunales y me tocó a mí porque yo era líder de muchas cuestiones. Querían taparme la boca, pero yo hasta aquel momento no lo veía. Yo iba a denunciar lo que me estaba pasando y continuaba, no me quedaba callada. Yo denunciaba todo al antiguo DAS (Departamento Administrativo de Seguridad).
Llega febrero, los carnavales, y ya entonces a menudo iban llamándome a la puerta a medianoche algunas veces. Yo no podía seguir allá porque en cualquier momento venían a matarme. Yo vivía en la esquina entre tres calles, y podía ver por delante, por detrás y por los lados. Yo podía ver a tres o cuatro personas y, si yo abría la puerta… Era así, era la manera que tenían ellos de matar a los líderes…
Cuando denunciabas, ¿te hacían caso?
No, no, no. Allá ha habido miles y miles de muertos que han quedado enterrados y que no se han investigado. Eso solo se ve en las películas. Allá el muerto, muerto queda. Yo llevaba las pruebas al DAS, y nada. Mientras tanto, en abril, mataron al alcalde de Santo Tomás, que estaba con sus escoltas. Y yo me desespero, porque ya un día de estos me avisan de que tengo que salir de la casa porque me venían a matar dentro de ella. Llaman a la puerta y me dicen: “Tiene que salir de casa porque esta medianoche la vienen a matar”. Entonces yo recojo a los seis hijos, al marido de la hija y sus dos hijas. La hija y la familia vivían en la casa del lado. Me habían dicho que tenía que salir porque a medianoche me venían a matar directamente. Y, efectivamente, pusieron una bomba.
Un día me avisan de que tengo que salir de la casa porque me venían a matar dentro de ella
Yo conseguí una habitación y fuimos todos a la habitación. Yo entonces pertenecía al ministerio del interior y el ministerio tenía que responder por mí, y el DAS tenía una investigación que duró meses, de octubre de 2003 a agosto de 2004. Yo vivía en unas condiciones… Y con toda una familia detrás, ¿qué podía hacer? Aun así, yo tenía para vivir. En aquel momento estaba ligada también en Baranquilla a una organización medioambiental porque había poca educación en las comunidades sobre la basura y se tiraban en cualquier lugar y se apilaban las ratas. También estuve combatiendo todo esto, mientras continuaba con la salud, porque no había puestos de salud. En la esquina de mi casa he visto morir a gente.
¿Un puesto de salud sería como un Centro de Atención Primaria (CAP)?
Exactamente. No había. Tampoco teníamos transporte para ir al médico, solo algún bus que iba por todos los barrios, y a partir de las ocho de la noche no había ningún transporte, y todo pasaba después de las ocho de la noche. Enseñamos a las mujeres temas básicos de primeros auxilios para saber qué podían hacer en casa y cuando era necesario ir al médico. Mientras yo estaba escondida, estos proyectos continuaban porque estaban las personas y las herramientas para llevarlo a cabo.
Yo entonces ya no estaba con mi marido. Ya el 97 las cosas cambian porque mi liderazgo me hace más independiente y empiezo a generar mis propios ingresos. Ya no era la que se aguantaba con 10.000 pesos (unos 2,25 euros) para ir a comprar. Le dije que lo teníamos que hacer de otro modo. Él me advirtió que al final me matarían y que no se quedaba conmigo porque también lo matarían a él, y se fue porque preveía lo que me pasaría.
Así que, en la situación en la que estaba, escondida, que era horroroso, les dije a los hijos pequeños que se fueran con el padre y a los mayores que se fueran a casa. Mientras tanto, yo protegía mi vida.
Pero habían puesto una bomba en casa.
Prácticamente, fue lo que hicieron, dentro de la puerta de la entrada, pero no fue nada del otro mundo. El mensaje estaba enviado: “Venimos a matarte sea como fuere”. Mi hija volvió a casa con sus hijas y con todos los nervios. Yo les decía que no hablaran de esto, y que el marido fuera a trabajar como pudiera.
Los hijos pequeños no querían ir con su padre, pero finalmente uno de ellos se fue unos meses y después volvió. Yo envié a los pequeños con uno de los hijos mayores a la casa y el otro hijo mayor se quedó conmigo, hasta que, finalmente, el DAS, al ver que mataban al alcalde de Santo Tomás, decidió darme el riesgo, que era lo que me hacía falta, que ellos reconocieran que mi vida y la de mi familia estaban peligrando altamente. Me dieron el medio riesgo. Y, con el riesgo y un poco de dinero que tenía, me fui a Bogotá.
¿El riesgo es un documento?
Es un documento con el reconocimiento. Te reconocen que eres desplazada, que estás amenazada o que estás sufriendo acoso.
El 10 de septiembre del 2004 me voy a Bogotá con todos. Éramos seis hijos, dos limpios, el yerno y yo. Diez personas. Conseguí dos habitaciones. El ministerio me daba una ayuda durante seis meses para pagar el alquiler, y también me daba la posibilidad de ir a Canadá con mi familia. En aquel momento, yo no estaba preparada para irme a Canadá, estaba preparada para ir a Bogotá. Yo ya conocía Bogotá por todos los acontecimientos a los que había asistido y me fui a Bogotá para empezar de nuevo. Fui durante 16 años. Llegué a Usaquén, la localidad número 1 del Distrito Capital de Bogotá. Era una localidad con muy pocas organizaciones y monté una, Fundas (Fundación de desplazados y población vulnerable). Yo me fui al SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje) ya con el documento de desplazada de Barranquilla y metí también a mis hijos. Así empiezo a andar despacio de nuevo.
¿Hay un documento que acredita el desplazamiento forzoso por la violencia?
Sí, el desplazamiento forzoso dentro del mismo país. Yo ya estaba reconocida como desplazada y organicé mi fundación, mientras estudiaba en el SENA. Yo tenía que buscar trabajo para sostener a mi familia y me puse en contacto con un antiguo viceministro de salud con quien nos admirábamos mutuamente. Una de las empresas de salud, ya en manos del estado, necesitaba personal y uno de mis hijos pudo entrar. Yo continuaba con mis organizaciones, con la alcaldía, e hice, poco a poco, lo que había hecho en Barranquilla. En una de las reuniones, la alcaldesa de la localidad de Usaquén hizo rendición de cuentas de su mandato. En Bogotá hay 20 localidades, y cada localidad puede tener 200 barrios, 300, 50 o 70… Ella dijo que no había pobres ni desplazados. De hecho, el desplazamiento era desconocido para mucha gente. Yo me levanté y le dije que yo era desplazada. Ella me acalló cuando me dijo: “¿Cuántos desplazados hay en esta localidad?”. Y yo no lo sabía. Me di cuenta de que me estaba metiendo en la boca del lobo sin tener suficientes argumentos. En los seis meses siguientes, a través de la organización, hice una estadística y, la siguiente vez que vi a la alcaldesa y dijo exactamente lo mismo, se lo expliqué: “Mire, he ido, barrio a barrio, casa a casa, y estos son los números”. Y entré por la puerta grande al ayuntamiento. Yo era una líder local y, con el tiempo, conseguí ser líder del distrito, que no fue fácil.
La alcaldía tenía el sector salud liderado por la comunidad y entré como representante de población de negras, jóvenes, mujeres y desplazados. Debatíamos con el gobierno local y las comunidades, y así empecé a darme a conocer. Yo quería llegar al distrito, con todos estos barrios ya había miles de organizaciones, pero no conseguía entrar.