En el libro Historia del maquis. El largo camino hacia la libertad en España (2022), publicado por la editorial Ático de los libros, el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, el Dr. Julián Chaves Palacios, presenta los resultados de un exhaustivo proyecto de investigación sobre la génesis, desarrollo y final del movimiento maquis, guerrilleros que realizaron una contundente resistencia antifranquista durante varios lustros, hasta que una intensa represión acabó de forma drástica con la mayoría de sus integrantes.
El vocablo macchia, en italiano, significa «campo cubierto de maleza», y es característico del clima mediterráneo, una vegetación que, entre otros factores, debe de soportar la aridez estival. Esta palabra se empezó a utilizar en francés (maquis) durante la Segunda Guerra Mundial, para referirse a la resistencia francesa que se escondían entre los arbustos. De la misma manera, los maquis en España también actuaban rápidamente contra el enemigo y se replegaban y escondían protegidos por la frondosidad de los bosques o las zonas montañosas.
La expresión francesa «prendre le maquis» es equivalente a la castellana «echarse al monte». Y es así como se conocieron, en primera instancia a la resistencia antifranquista, por ejemplo: «los del monte», «los guerrilleros» o «los fugados», entre otras expresiones. Es a partir de 1944 cuando se empieza a difundir en la península el término «maquis», en especial cuando muchos de los exiliados españoles que habían acabado colaborando con la resistencia francesa tras la Guerra Civil, vuelven para continuar la lucha antifranquista.
Están documentados casi un millar de asesinatos, casi seis mil atracos y más de ocho mil actos delictivos de diversa índole a lo largo de dos décadas, aunque se considera que el año 1952 fue un año fundamental para la extinción del movimiento, en parte gracias a la aplicación fraudulenta a partir de 1942 de la Ley de Fugas como método fundamental para exterminar a los guerrilleros, literalmente. Y no solo a ellos, también a su entorno familiar o colaboradores.
La Ley de Fugas se aprobó en España el 20 de enero de 1921, bajo el reinado de Alfonso XIII, por la cual «se daba cobertura legal al asesinato de las fuerzas del orden de aquellos que “intentaban escapar” de la detención», en otras palabras, en la práctica, bastaba con disparar por la espalda al detenido para justificar el asesinato del reo. En realidad, dicha práctica se utilizaba desde el siglo XIX, por ejemplo, contra el bandolerismo o contra el movimiento obrero de principios del siglo XX. La Ley de Fugas quedaría inmortalizada en la obra Luces de Bohemia. Esperpento (1924), de Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), cuando uno de sus protagonistas anarquista augura su futura muerte: «Conozco la suerte que me espera. Cuatro tiros por intento de fuga». Esta referencia implícita a la recientemente aprobada Ley de Fugas no aparecía en su primera versión, publicada por entregas semanales entre el 31 de julio y el 23 de octubre de 1920 en la revista España (1915-1924), y sí en la que sería la versión definitiva, revisada e integral, añadiendo tres escenas adicionales que se habían censurado en el semanario en su momento. La obra no se estrenaría en el teatro en España hasta 1970.
En Historia del maquis se destaca como en centenares de atestados de la Guardia Civil se indicaba que no les había quedado más remedio que acribillar a los fugados, después de que intentaran huir tras su detención. Además, la imagen que el régimen franquista intentaba dar de los maquis era un intento de asociarlos con los bandoleros, en parte para añadir una pátina de vandalismo y, a la vez, evitar cualquier tipo de connotación política o de resistencia. La maquinaria represiva del régimen totalitario y policial potenciada tras su victoria, se encargó de silenciar las acciones de los maquis, tergiversarlas, y reprimir de forma contundente tanto a los guerrilleros como a su red de apoyo, que les facilitaba comida, curas o información y posibilidades de escape o refugio.
En este espacio temporal, la década de los años cuarenta del siglo XX, y en un paisaje verde y montañoso del País Vasco, en el caserío Balanzategui, el escritor conocido con el seudónimo de Bernardo Atxaga situó su novela en la que los maquis tendrían un protagonismo especial. Nos referimos a Memorias de una vaca (Behi euskaldun baten memoriak, 1991), publicado originalmente en euskera por Pamiela Etxea (ya en su edición número veintinueve), y en castellano por la Editorial SM (con más de cuarenta ediciones), traducido por Aránzazu Sabán, con ilustraciones de Adolfo Serra, y en catalán por la editorial Sembra Llibres, traducido por Pau Joan Hernández, con ilustraciones de Helga Ambak .
Memorias de una vaca es una novela juvenil, escrita en euskera como toda su obra, protagonizada por Mo, una vaca que nacerá en un caserío en el que poco a poco descubrirá los secretos que oculta, relacionado con los maquis, y que le acabará provocando un exilio forzado. En el relato acompañaremos a la protagonista en diferentes edades, realizándose preguntas filosóficas mientras habla con una especie de voz interior, en especial cuestiones relativas a una guerra que no comprende. El conflicto final sucedido entre los maquis y los agentes de la Guardia Civil será un evento fundamental en la trama, pero el lector tiene los datos mínimos para identificar qué es lo que ha sucedido en el pasado y lo que está ocurriendo años después.
Atxaga escribe la novela a finales de los ochenta, reconoce que la escribió a mano en menos de un mes, y que la inspiración le llegó cuando trabajó durante unos días en el caserío de un amigo, cuidando precisamente de vacas que pastaban en el prado. Le impresionó su gran tamaño y el sentimiento grupal con el que parecían comportarse. Y decidió contextualizar la historia alrededor de los maquis, en parte realizando un paralelismo con la historia coetánea de su generación, con todo lo que supuso ETA, que en ese momento tenía aspectos comunes con los guerrilleros antifranquistas, aunque no con los mismos resultados, al menos todavía. Algo parecido realizará pocos años después con la novela El hijo del acordeonista (Soinujolearen semea, 2003), en ese caso con lo ocurrido en Guernica y su impacto en el tiempo para diferentes generaciones (esta novela fue adaptada al cine, en una película homónima estrenada en 2018 y dirigida por Fernando Bernués).
Mo huirá del caserío tras una emboscada de la Guardia Civil que destruyó todo a su paso. Su inquietud por descubrir mundo le salva la vida, lo que hará encontrarse con Pauline Bernardette al cruzar la frontera, una joven que huye de su familia que quería forzar un matrimonio al que ella no estaba dispuesta someterse. Acabarán las dos en un convento en Zuberoa, en el País Vasco francés, alejadas de una sociedad convulsa y agresiva para esos dos espíritus libres. A lo largo del relato, descubrimos el proceso de aprendizaje de la vaca, su periplo vital hacia la madurez, a través de las conversaciones con el Pesado (así llama a su voz interior), y a través de la interacción con el resto de las vacas, y, posteriormente, con Pauline, con la que decidirá en la vejez narrar sus memorias, las que dan título a la novela, en definitiva.
En junio de 2024 se publica la novela gráfica Mo. Memorias de una vaca (Behi euskaldun baten memoriak, 2024), con guion de Pello Varela y dibujo de Juan Suárez, publicado en castellano por Ediciones La Cúpula y en euskera por Pamiela Etxea, que adapta la novela homónima (o casi, aquí se incorpora el nombre de la vaca protagonista) de Bernardo Atxaga. El proyecto es una iniciativa del director y guionista de cine Pello Varela, que coincidió con el escritor cuando realizó el corto Aitona Martin eta biok ([El abuelo Martin y yo], 2004), que adaptaba la novela Cuando la serpiente mira el pájaro (Txoriak sugeari begiratzen dionean, 1984) de Atxaga. Aunque la idea inicial siempre fue la de realizar una película de animación, las características de la historia y las dificultades de producción le acabaron por decidirse por el lenguaje del cómic, y casi dos décadas después (o tres, si contamos desde que leyó el libro por primera vez), por fin llega a las librerías.
Juan Suárez es un autor colombiano, país en donde cursó los estudios de Artes Plásticas, y donde ha publicado ilustraciones e historias cortas en varias revistas, además de trabajar como tatuador. Esta es su primera novela gráfica, y la empezó a mitad del 2019 en Angoulême (Francia), después de ganar una residencia en la mítica La Maison des Auteurs, gracias al cómic Groto, en el que narraba la historia de un ciclista bogotano que, después de realizar una invocación demoníaca, termina cayendo al infierno y debe de ser rescatado para no quedar atrapado para el resto de la eternidad. Groto se realizó en una residencia artística anterior, en concreto en La Casa del Autor Zapopan (México). Este proyecto fue expuesto en la Alianza Francesa de Bogotá en Abril de 2022, cuando la pandemia lo permitió. Hay que destacar que, en el inicio de trabajar en Mo, el confinamiento provocado por la covid-19 le impidió viajar al País Vasco como era su deseo. El tiempo transcurrido desde el inicio de Mo hasta su publicación definitiva da idea de la magnitud del trabajo artístico que hay detrás a lo largo de las casi doscientas páginas de la novela gráfica, todo un prodigio de talento narrativo visual en un texto y contexto que no resultaba fácil de adaptar a priori en una página de cómic.
El guion de la novela gráfica tiene pequeños cambios respecto de la novela original, especialmente en la estructura narrativa, que no alteran en absoluto la intención original del escritor. Por su parte, Suárez juega con el color en la composición de la página, teniendo en cuenta los diferentes escenarios en los que acontece y las diferentes horas del día, con un mapa cromático excelso, que va más allá del verde esperado monotono del bosque. También tiene en cuenta las inclemencias del tiempo (maravillosas las páginas donde la niebla o el frío traspasan la textura del papel, por ejemplo). El trazo contribuye a su vez a dotar de emoción y de vitalidad a la protagonista, enérgica en ocasiones en contraste con el resto de las vacas que le acompañan en el rebaño. El tamaño de la viñeta (incluida la de páginas completas) y la expresividad de las vacas protagonistas (también la de los humanos) es de tal fortaleza que, en ocasiones, no se requiere texto adicional, lo que hace que la novela gráfica sea un complemento perfecto a la novela original.
Atxaga, y ahora Suárez y Varela, consiguen retratar la intensidad dramática con la que se vivió la lucha antifranquista, una lucha que perduró en el tiempo causando una gran fractura en la sociedad, algo que comprendemos perfectamente cuando, en las primeras páginas, sabemos que la propietaria del caserío donde nació Mo vio fusilar a su marido y a su hijo pequeño en el patio de su propia casa por parte de los nacionales sublevados. Quizás la moraleja final de esta fábula (o una de ellas) sea el anhelo del exiliado de querer volver a su tierra antes de morir. Y Mo no es muy diferente de nosotros… nosotros también nos hacemos las mismas preguntas que ella sobre la guerra.