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La educación ha sido históricamente uno de los pilares sobre los que se ha construido el desarrollo de las sociedades. Sin embargo, en el contexto actual de crisis ecológica, desigualdad creciente y aceleración tecnológica, las propuestas de transformación del sistema educativo han adquirido una urgencia inédita a pesar de negacionistas que vemos en redes sociales y que publican artículos y libros; personas que tienden a perpetuar modelos tradicionales.
Entre las voces más lúcidas que proponen una relectura radical del papel de la educación destaca António Nóvoa, quien ha formulado una teoría poderosa: la «metamorfosis educativa»1.
Este concepto no se limita a una simple reforma del sistema, sino que propone un cambio de paradigma profundo. Nóvoa plantea que el modelo tradicional de la escuela, centrado en la transmisión unidireccional de conocimientos y en la estandarización de los aprendizajes, ya no responde a las complejidades del presente. Su propuesta implica una transformación de la naturaleza misma de la educación, promoviendo nuevos ambientes educativos que fomenten la investigación, la curiosidad y la motivación, donde los alumnos estudien y aprendan de manera activa y significativa. La educación, sostiene, debe transformarse en un proceso flexible, inclusivo y centrado en el ser humano en su totalidad.
Esta metamorfosis educativa implica repensar las estructuras escolares, los contenidos curriculares y, especialmente, el papel del profesorado y del alumnado en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Se trata de pasar de una educación estática y homogénea a una educación dinámica, inclusiva y centrada en el desarrollo integral de la persona, capaz de preparar a los estudiantes para los retos de un mundo en constante cambio.
Hoy vivimos una tensión constante entre un sistema educativo anclado en estructuras heredadas del pasado y las demandas de una sociedad en mutación. La mayoría de los sistemas aún operan bajo lógicas industriales, organizadas en horarios rígidos, currículos fragmentados y dispositivos de control que poco tienen que ver con los desafíos reales de los estudiantes. La resistencia al cambio es significativa, tanto desde las instituciones como desde parte del profesorado, quienes enfrentan presiones contradictorias: por un lado, el mandato de innovar; por otro, la obligación de responder a métricas estandarizadas y resultados inmediatos.
Todo ello se agudiza en contextos de alta diversidad cultural, pobreza estructural o acceso desigual a la tecnología. En estos escenarios, el modelo tradicional no solo resulta insuficiente, sino que contribuye a reproducir las desigualdades.
Hemos de ser críticos con un sistema educativo que ha dejado de lado el desarrollo integral del ser humano y se ha centrado demasiado en las exigencias de un mercado laboral que cambia rápidamente. Además, la desconexión entre las instituciones educativas y las necesidades de los estudiantes, que cada vez se enfrentan a problemas más complejos, como la globalización, la automatización y los desafíos medioambientales.
La noción de “metamorfosis” va más allá de una simple mejora del sistema. Implica una transformación de su naturaleza profunda, una ruptura con los supuestos que lo sostienen. La educación deja de concebirse como un proceso estático y uniforme, y se asume como un acto dinámico, situado y en constante evolución. Se trata de abandonar la idea de que educar es “llenar recipientes” para abrazar una pedagogía que favorezca la curiosidad, la autonomía, el pensamiento crítico y el compromiso con el entorno.
Uno de los puntos más innovadores de la metamorfosis educativa es la crítica al concepto tradicional de «conocimiento». La educación debe dejar de ser simplemente un medio para la transmisión de información estática, para convertirse en un proceso que permita a los estudiantes aprender a aprender, desarrollando habilidades de pensamiento crítico, creatividad y resolución de problemas. En este sentido, la educación debe estar centrada en el individuo, permitiendo su crecimiento personal y su capacidad de adaptarse a un mundo cambiante.
El profesorado no puede seguir siendo concebido como mero ejecutor de un currículo prescrito. En esta metamorfosis, el profesorado debe situarse como agentes activos de cambio, capaces de inspirar, acompañar, crear y aprender junto a sus estudiantes. La profesionalización docente no puede reducirse a la capacitación técnica: debe incluir dimensiones éticas, emocionales, políticas y culturales. Es fundamental formar docentes que comprendan la complejidad del mundo, que sepan gestionar la diversidad y que estén preparados para enseñar desde la empatía y el compromiso.
Esto implica una nueva cultura profesional que valore la colaboración, la investigación en la práctica y la autonomía pedagógica. Como señalaba hace tiempo Stenhouse2, un currículo solo puede ser verdaderamente transformador si el profesorado se convierte en investigador de su propia práctica.
Y la profesionalización del profesorado, es un aspecto clave. Los educadores deben ser preparados no solo en términos académicos, sino también en habilidades emocionales, sociales y pedagógicas, ya que su labor va mucho más allá de la simple transmisión de información. Han de estar preparados para gestionar la diversidad en el aula, adaptarse a las necesidades cambiantes de los estudiantes y contribuir al bienestar emocional y psicológico de los mismos.
Más allá de los aspectos pedagógicos, la educación es un espacio de transformación social. La educación debe ser inclusiva, capaz de ofrecer oportunidades a todos los sectores de la sociedad, sin distinción de origen, género o condición socioeconómica. Esto implica una educación que no solo sea accesible, sino también relevante y capaz de formar individuos comprometidos con los grandes desafíos globales, como la desigualdad, el cambio climático y la justicia social.
Esto exige políticas educativas que vayan más allá del cortoplacismo y las métricas de rendimiento. Políticas que reconozcan que educar es un proceso complejo y a largo plazo, que requiere inversión sostenida, formación continua y condiciones laborales dignas para el profesorado. Y que las políticas educativas se orienten hacia una visión a largo plazo, más allá de los resultados inmediatos y las métricas de rendimiento. En lugar de centrarse en la evaluación y la estandarización, en una educación que valore el proceso y el crecimiento personal de los estudiantes.
La metamorfosis educativa no será inmediata ni lineal. Se trata de un proceso con avances y retrocesos, lleno de contradicciones. Pero es un camino necesario. En lugar de adaptar la educación a los moldes de siempre, necesitamos imaginar nuevas formas de enseñar y aprender que estén a la altura de los desafíos de nuestro tiempo.
Está claro que una metamorfosis educativa podría resultar difícil de aplicar en sistemas educativos que carecen de los recursos necesarios para llevar a cabo una transformación tan profunda. En este sentido, la formación inicial y permanente del profesorado y la inversión en infraestructura educativa son cuestiones clave para que la metamorfosis educativa se haga realidad.
La metamorfosis educativa es una llamada de atención sobre la necesidad urgente de transformar el sistema educativo global. La educación debe ser un proceso dinámico, inclusivo y centrado en el ser humano, capaz de preparar a los estudiantes para los retos de un mundo cambiante. Al igual que la metamorfosis de un ser vivo, este proceso de transformación no es inmediato, pero es necesario para asegurar que las futuras generaciones estén equipadas con las herramientas que necesitan para vivir, pensar y contribuir de manera significativa en la sociedad.
Es una visión optimista y renovadora que resuena en la necesidad de un cambio de paradigma en la educación. Sin lugar a duda, la metamorfosis educativa puede servir como guía para repensar cómo educamos a los individuos del futuro, transformando no solo las aulas, sino también las sociedades en las que vivimos.
1 Nóvoa, A. (2019). Tres tesis para una tercera visión. Repensando la formación docente. Profesorado. Revista de Currículum y Formación de Profesorado, 23(3), 211-222. DOI:10.30827/profesorado.v23i3.10280.
Nóvoa, A. con la colaboración de Alvim, Y. (2022). Escolas e Professores Proteger, Transformar, Valorizar. Salvador, Bahia.
2 Stenhouse, L. (1991). La investigación como base de la enseñanza: Ensayos sobre la enseñanza y el currículo. Morata.