Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
La educación enfrenta desafíos estructurales persistentes, pero ninguno tan alarmante como el que afecta al corazón mismo de los sistemas escolares: el magisterio. El reciente Informe mundial sobre el personal docente. Afrontar la escasez de docentes y transformar la profesión publicado por la UNESCO y la Fundación SM (2025) lanza una advertencia fuerte: para el año 2030 el mundo necesitará 44 millones de docentes, sin los cuales sería imposible cumplir el Objetivo del Desarrollo Sostenible 4, que se propone “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”.
De acuerdo con el documento, el contexto de los sistemas educativos es complejo: crisis ambientales y climáticas, emergencias humanitarias, inestabilidades socioeconómicas y conflictos políticos, que afectan o condicionan su funcionamiento y resultados. En ese sentido, los redactores definen dos rasgos de la crisis educativa global: de equidad y de pertinencia. El primero, simbolizado dramáticamente por unos 250 millones de niñas, niños y adolescentes de entre 6 y 17 años excluidos de la escuela y de las oportunidades de aprendizaje en 2022, agravado por pobres resultados de logro y una inversión desigual entre países.
Por su parte, la crisis de pertinencia es producto de que “los sistemas educativos actuales resultan inadecuados para preparar al estudiantado hacia un mercado laboral en rápida transformación, especialmente frente a los avances de la automatización y la inteligencia artificial”. También, retrata el apremio de que los sistemas escolares contribuyan de manera decidida en la mejora de las sociedades, con justicia, equidad y cohesión en la diversidad.
El documento postula la necesidad de dignificar, diversificar y valorar la profesión docente; la optimización de las condiciones laborales, potenciar el desarrollo profesional e involucrar a los docentes en las iniciativas para combatir la escasez docente, definida como un fenómeno multidimensional, grave en todas partes, aunque con expresiones diversas. África, por ejemplo, requiere 15 millones de docentes en los próximos cinco años, y en los países de ingresos elevados el problema es retenerlos, como sucede en Francia, Países Bajos, Inglaterra, Japón y Estados Unidos, entre muchos otros.
América Latina no escapa de esta crisis; la vive con signos propios, marcados por desigualdades históricas, políticas frágiles y contextos socioeconómicos adversos. Según las estimaciones, nuestra región necesitará 3.2 millones de docentes para alcanzar en 2030 la educación universal en primaria y secundaria.
El informe internacional, primero en su tipo y que se producirá cada dos años, subraya que la profesión docente ha perdido atractivo en el orbe, y que en muchos países del sur global —incluidos varios latinoamericanos— los sistemas educativos se sostienen gracias al esfuerzo de docentes contratados en condiciones laborales desventajosas. En países como México, Colombia o Perú, esta precarización no solo erosiona la calidad de vida del profesorado, sino también la calidad de la enseñanza, sobre todo en comunidades rurales o marginadas.
A diferencia de África Subsahariana, donde la escasez se explica en gran medida por el crecimiento poblacional, en América Latina el problema radica menos en la cantidad de aspirantes y más en las condiciones que rodean la profesión. Las personas docentes latinoamericanas enfrentan jornadas extenuantes, salarios poco competitivos, contratos precarios, grupos masificados y escasa autonomía profesional. En este contexto, no sorprende que las tasas de abandono, sobre todo en los primeros años de carrera, se mantengan elevadas.
También hay aliento. Para el caso latinoamericano hay ejemplos que iluminan caminos: los resultados del Estudio Regional Comparativo y Explicativo (ERCE/UNESCO) revelan que las escuelas, cuyas autoridades participan con mayor frecuencia en la observación en el aula o fomentan la colaboración docente, pueden elevar resultados en Matemáticas, Lenguaje y Ciencias.
Más allá de los números críticos, el reporte aboga por un enfoque transformador, proponiendo un nuevo contrato social para la docencia que revalorice la profesión como eje del desarrollo sostenible. En ese sentido, América Latina tiene tanto que aprender como aportar. El caso de Chile, por ejemplo, con su Sistema de Desarrollo Profesional Docente, es citado como una experiencia relevante —aunque con desafíos en su implementación— para avanzar en políticas integrales que reconozcan el valor social del trabajo docente.
Transformar el estatus del magisterio en la región requiere más que reformas aisladas o discursos bienintencionados. Se necesita voluntad política sostenida, financiamiento estable y un cambio cultural que devuelva a la docencia el lugar que merece en nuestras sociedades. El informe recuerda que la inversión recomendada para educación oscila entre el 4% y el 6% del PIB. Sin embargo, en muchos países latinoamericanos ese porcentaje se encuentra por debajo del mínimo, reflejando prioridades estatales distorsionadas.
Un aspecto especialmente relevante es la formación inicial y continua del profesorado. Se insiste en que los sistemas deben concebir la formación docente como un proceso continuo, no como una serie de cursos aislados. En América Latina, donde la brecha entre teoría y práctica sigue siendo amplia, urge vincular de forma más efectiva las instituciones formadoras con las escuelas y comunidades donde el aprendizaje sucede realmente.
La dimensión de género, por su parte, atraviesa con fuerza la docencia en la región. La feminización del magisterio, particularmente en los niveles iniciales, convive con la subrepresentación femenina en puestos de liderazgo y con la exposición a condiciones laborales más frágiles. Reconocer estas tensiones implica construir políticas más equitativas e inclusivas.
Frente a este panorama, ¿es posible pensar en claves de esperanza? A pesar de los retos, sí. En distintos rincones del continente emergen prácticas innovadoras, comunidades de práctica e intercambio, redes docentes colaborativas y movimientos gremiales que resisten el desgaste y luchan por la dignidad profesional. La vocación persiste. La creatividad también. La región posee una larga tradición pedagógica crítica, desde Paulo Freire hasta las nuevas generaciones de educadores comprometidos con la justicia social y la equidad.
El Informe mundial sobre el personal docente no debería ser un texto más. Es una llamada a la acción. Y en América Latina, donde enseñar muchas veces es un acto de resistencia, esa acción debe ser urgente, estructural y colectiva. Es preciso formar más y mejores docentes, al mismo tiempo que cuidar y sostener a quienes ya están en las aulas, a veces en condiciones adversas.
Quedan apenas cinco años para 2030, el horizonte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Si la región quiere avanzar hacia una educación inclusiva, equitativa y de calidad, necesita colocar al magisterio en el centro de sus políticas. Porque sin docentes no hay educación, y sin educación, no hay futuro posible.