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“El debate no es el control de los móviles, sino el de construir educación y escuela en tiempos digitales”, explica el psicólogo, educador y periodista en su último libro. Comprender al adolescente, su mundo, sus necesidades y acompañarlo durante un tiempo para ayudarle a construirse son algunas de las claves que propone Funes para que niños y jóvenes se conviertan en ciudadanos y ciudadanas que tengan criterio propio y sean menos dependientes de las redes.
¿En general, el mundo adulto tiene interés en comprender y acompañar la relación entre adolescencia y móviles?
El mundo adulto es muy diverso, y el de los adolescentes también, pero como los adolescentes hacen preguntas impertinentes y que te ponen en crisis, entrar en el debate de los móviles, de las pantallas o del mundo digital es entrar en un territorio inseguro porque el adolescente muy probablemente sabrá más que tú. Si tienes criterio, no puedes decirle que no use TikTok, por ejemplo, si no conoces TikTok; le puedes decir “míralo, pero con este filtro” o mejor “infórmate en este otro sitio”. Es mucho más sencillo imponer criterios limitadores —“si no tenemos el aparato, no hay problema”—, pero algún día tendrán que aprender a relacionarse con esa realidad. En el imaginario adulto, empezando por el político, cuando tienen que regular, lo primero que hacen es decir a qué edad se prohíbe. ¿Ellos esperaron a beber alcohol hasta los 18 años?
Hace poco, en una clase de sexto de primaria, una niña de 11 años me contaba que ya era tiktokera. La discusión es, ¿alguien se ha parado a ayudarla a descubrir qué hay detrás de eso? Sería más fácil que no tuviera el aparato, pero ¿quieres decir que no habría ido a la calle a bailar break dance o que no habría hecho otra cosa? Y entonces habría preocupación porque está en la calle.
¿Hay miedo y desconcierto ante el uso de las nuevas tecnologías por parte de la infancia y la adolescencia?
En general, cada vez que hay una novedad descoloca al mundo adulto, los adolescentes se la apropian y los adultos entran en pánico y comienzan a pensar que regular, poner normas, funcionará. La discusión es cómo debe ser la escuela hoy en día. A menudo se habla de la relación con la salud mental y de las adicciones a las pantallas. Si yo acabara hablando de la adolescencia solo por los casos clínicos —entre comillas— que he atendido, estaría faltando a la verdad, porque una cosa es que yo vea a un chaval con muchas dificultades y otra es afirmar que las pantallas complican la vida de los chavales. Son dos cosas diferentes.
“La lucha por regular oculta la enorme dificultad de pararse a pensar cuál es la esencia de la educación”
Ahora bien, si en una vida complicada coloco un determinado producto —químico, digital, relacional, lo que sea—, es posible que complique la vida. Si una chica que está intentando aclararse consigo misma no encuentra su lugar, quiere ser la guapa de turno y tiene dificultades para lograrlo, el universo digital al que cada día está sometida al juicio de si es guapa o no y de si tiene más likes puede complicarle la vida. Pero no es que la pantalla le complique la vida, es que tiene una enorme dificultad para construirse. Lo que tienes que hacer es recordarle que es mucho más que lo que dice la pantalla, convencerla de que es una chica estupenda.
¿El debate no debería ser tanto “móvil sí, móvil no” como cómo educar en el humanismo y cómo evitar el individualismo?
De hecho, antes de No sin mi móvil escribiste El humanismo en tiempos digitales.
Sí, hace falta una reflexión. Cuando dicen que la tecnología deshumaniza, hay que preguntarles “¿se han aclarado sobre qué significa ser persona? ¿Y dónde se aprende a ser persona?”. Porque si no se hacen esa pregunta, siempre estaremos discutiendo sobre cómo usar las pantallas, si tienen uso escolar o no… Señor político, ¿qué tipo de ciudadano espera usted que sea su hijo, o el alumno?

En el debate sobre si los jóvenes de hoy son más “fachas” que los de antes, podemos hacer un nuevo taller sobre educación para la democracia, pero… ¿usted ha educado para que le cuestionen? Si no educa para decirles “de entrada todo lo que te cuentan es mentira y tú tienes que descubrir dónde está la verdad, según tus amigos, tus intereses, tu futuro…”, no está educando para que presten atención a que les están engañando. Hay talleres que están muy bien sobre comprobar si una noticia es cierta, pero antes se necesita un paso previo.
Hablamos de pensamiento crítico. Uno de los temas que comentas en el libro es cómo las plataformas digitales piensan en hacer negocio y cómo la educación es una herramienta contra el mercado. ¿El papel de la escuela debería ser que el alumnado se convierta en ciudadano y no en consumidor?
Vivimos en un mundo en el que cualquier necesidad humana se ha convertido en un negocio y, además, el capitalismo digital tiene como misión crear necesidades, hacer que la persona necesite algo y que no pueda vivir sin ello, y dar respuesta a esa necesidad. Hay un debate clásico sobre la adolescencia: la felicidad. Desde que tenemos una adolescencia obligatoria…
¿Qué significa adolescencia obligatoria?
Ahora no queda más remedio: antes había chavales trabajando a los 14 años, pero ahora, entre los 14 y los 18, no hay otra ocupación vital que ser adolescente. Cuando empecé a trabajar con adolescentes y definía qué es un adolescente, decía que es una persona feliz: esa ansia de felicidad es inherente a la condición de adolescente actual, aquí y hasta donde no tienen recursos. Si colocas ahí el mercado, automáticamente el mercado se dedicará a satisfacer una felicidad adolescente que él mismo ha construido. No necesariamente significa vestir de una manera determinada o maquillarse a los 14 años, pero si el mercado construye esa realidad, la sensación del adolescente de sentirse bien o mal consigo mismo dependerá de una necesidad de felicidad que le han creado. Nadie le ha dicho que la felicidad es estar al lado de una persona que te hace sentir maravillosamente bien mirando el sol o no sé dónde. No: el lunes por la mañana tienes que sentir que te dicen que eres guapísima o guapísimo y tienes que entrar a clase como la reina del mambo.
“Lo que debemos preservar es la creatividad”
Recuerdo, hace años, cuando discutíamos sobre la relación entre el cannabis y la definición de felicidad. Si un chaval para sentirse bien solo puede estar fumando porros, lo tiene mal; si solo puede sentirse bien bebiendo alcohol, fatal; si solo puede sentirse bien con muchos amigos que le digan que está muy bien, fatal. Tenemos que entrar en esos debates. Ahora están discutiendo en el Estado la puesta en marcha de una ley sobre protección digital en la que se propone prohibir las redes antes de los 16 años. ¿No podrían tener la amabilidad de decir para qué sirve una red y cuál es el problema de la red? Y aquí entra el algoritmo de los señores de Meta. ¿Por qué no dedican sus esfuerzos parlamentarios a obligar a los señores de Meta y compañía a que dejen abierto el código o que no puedan recoger datos de personas menores de edad? De esta manera, la mayoría de las dificultades que ustedes van a plantear no existirían. Y, además, hay que educar al sujeto para que no se deje engañar.
¿Cómo se hace?
He comentado en algún artículo que el capitalismo digital necesita a la izquierda protectora. Es decir, mientras nos dedicamos a proteger falsamente, no nos dedicamos a enseñar a pensar, a descubrir dónde está la trampa, qué es lo que estás viendo… Las redes ya inventarán otra cosa, pero nosotros lo que tenemos que hacer es educar a las personas para que verdaderamente sean menos víctimas o tengan menos probabilidades de depender de lo que otros intereses definen. Ni Google Education tiene interés en la educación, por mucho que lo venda: tiene un negocio en el mundo de la educación.
¿Qué sentido tienen los protocolos sobre el uso del móvil en la escuela?
Normalmente, yo soy objetor de protocolos, a pesar de haber formado parte del primer protocolo sobre maltratos y abusos infantiles cuando estaba en el Síndic (Defensor del Pueblo catalán) de defensor de los niños. Que tengas una norma para regular la convivencia en la escuela puede ser más o menos útil; que en la escuela haya una regulación sobre cómo usarlo, cada escuela en un determinado momento tiene una capacidad u otra para gestionar la convivencia. Una parte de las escuelas quiere que esto lo haga el Departamento de Educación para no tener que discutir con los padres, pero la piedra no la quitarán, porque siempre hemos tenido que explicar a los adolescentes el porqué de las normas y siempre hemos tenido que dialogar, discutir, consensuar. ¿Cómo adaptas las respuestas a las situaciones? Ya había institutos con protocolos y pautas de uso, con una regulación que ayuda, aunque para un adolescente, la norma está para saltársela.

A mí lo que me preocupa son dos cosas: una es cómo situamos el móvil en el mundo del aprendizaje; si no queda más remedio que educar y enseñar en este universo digital en el que usamos multiplicidad de pantallas, no podemos destinar el móvil solo a un tipo de actividades. No puede ser un instrumento ajeno a la escuela que solo sirva para las cosas que supuestamente los adultos consideran que son malas. El otro universo es cómo lo dedicamos a estudiar: ¿qué hacemos con los adolescentes que en la esquina, a última hora de la tarde, recuerdan que tienen que hacer los deberes, los hacen colectivamente con el móvil y los suben colectivamente a los Classroom?
Comentas en el libro que la interconexión también trae factores positivos relacionados con movimientos sociales, movilizaciones. Al leerlo, pensé en el movimiento mundial ecologista #fridaysforfuture, o en las protestas conocidas como la Primavera Árabe, todo muy liderado por jóvenes y es un factor del que se habla menos.
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Fuimos ilusos y pensamos que eso sería posible, hasta que la industria se desarrolló y dijo “qué rollo es esto del movimiento colectivo”. Nos estamos dando contra la pared porque, en realidad, lo que pretenden es que el móvil sea de uso personal para que tú te sientas bien, y no desarrollan ninguna aplicación que te obligue a hacer cosas en grupo. Si no desarrollas una aplicación de uso comunitario y haces trabajos de grupo —ya sabemos que habrá la pelea de quién hace más o menos—, no educas para trabajar en grupo. Si no introduces la idea escolar comunitaria de aprender en colectivo, se agudiza aquello de “yo aprendo solo, no necesito a nadie”.
En la clase de sexto que comentaba antes, y donde los alumnos ya usaban ChatGPT, me preguntaban: “¿por qué tengo que estudiar el año que viene en el instituto?” Y yo les decía: “es que si alguien sabe más, te explotará”. Y cuando yo preguntaba: “¿cómo sabes si algo es verdad o no?”, me decían: “ya me lo dice todo el ChatGPT”. Pero tú tendrás que pensar antes de que el otro piense por ti.
¿El mundo adulto, que ya hemos dicho que es diverso, es un buen ejemplo en cuanto al uso del móvil, de las pantallas y de la responsabilidad?
No, no es un buen ejemplo. Aquí está la discusión de que la escuela no está para arreglar el mundo, pero al menos deben ver otro tipo de adultos para que, más allá de su universo digital, haya una relación activa y no pasiva, que intenta discutir, investigar… Si hoy saber es saber navegar, en este saber tienes que llevar tú el timón, para que no te obliguen a navegar por otro lado. ¿Dónde demonios se aprende ese criterio?
¿El papel de la escuela debería ser el de generar esos buenos hábitos?
La discusión ya no es qué tienen que aprender, sino que tienen que tener deseo de aprender, que no pueden dejar de saber y cómo entender ese saber. ¿Qué significa educar en el pensamiento científico hoy? ¿La evidencia científica de los estudios que estudian la variable X con otra? ¿Cómo ayudamos a que tengan ganas de descubrir por qué ocurren las cosas? Hemos pasado de dar respuestas a problemas que no tenían a dar respuestas sin que hayan hecho preguntas.

La escuela hoy en día debería ser el espacio de la seducción para que tengan ganas de preguntarse, de expresarse, de comunicarse, pero saber un hecho u otro es posterior a preguntarse “¿Y por qué tengo que saber esto si ya tengo ChatGPT?”.
¿La alfabetización digital de la que hablas en el libro iría por ahí?
Iría por ahí. ¿Cómo preservar la creatividad, no solo en la adolescencia, sino también en la infancia? Cuando ves a todos los niños pintando con colores, es maravillosa la creatividad infantil, pero ¿qué inconveniente hay en que aprendan que si mezclan colores en una pantalla pueden llegar a crear 50.000 veces un color, mientras no sea la pantalla la que se lo dé, mientras sea él quien vaya probando? Y, además, si han encontrado un color, pueden enviárselo a su madre, lo pueden imprimir y, si me apuras, lo pueden mandar a una impresora 3D. Lo que debemos preservar es la creatividad, las ganas de ser yo el que me expreso. Leer ya no es lo mismo: ahora los libros también se escuchan con los audiolibros, no solo se leen abriendo un libro. Puedes no leer. Lo importante es imaginar, descubrir los universos que te están contando.
La lucha por regular ciertas cosas oculta la enorme dificultad de pararse a pensar cuál es la esencia de la educación o cuál es la esencia de la condición humana. Para mí, la discusión es que mañana me preguntarán por qué son “fachas”, porque tú no te has parado a educarlos para pensar. No hace falta que les enseñes la democracia, la democracia no se enseña, se practica. El día que el adolescente descubre que el mundo es una mierda y está en contra de todos, de todos los adultos, tiene que descubrir que si se descuida, el mundo se lo definirá otro, se lo definirá el móvil, se lo definirá Google; si no acepta que su padre le diga cómo tiene que ser, ¿por qué acepta que el universo digital le imponga la forma de ser y la forma de relacionarse?
¿Cómo educar para no dejarse influenciar?
¿Cómo educar si no le enseñas para que el mundo no se lo defina otro, no se lo defina el poder digital? Son personas que dependen de un mundo definido, de una manera muy amable y estética, por el capitalismo. Se rebelan contra el padre, contra el profe, contra la poli, y no se rebelan contra quien realmente les está imponiendo una forma de vida.
“La escuela hoy en día debería ser el espacio de la seducción para que tengan ganas de preguntarse”
¿Nos falta entender la mirada adolescente?
El mundo también debe ser regulado con criterios de infancia y adolescencia. Como mínimo, hay que pararse a pensar cómo ayudo a ese chaval durante un tiempo para que sepa vivir en este mundo, que domine las competencias que necesita. Hay un tiempo que no es escuela, pero que es educativo. ¿Por qué no pides ampliar la capacidad de influencia de adultos positivos a su alrededor, por qué no pides que el centro juvenil sea atractivo, o que el pediatra tenga ganas de dedicarse a ser pediatra y no a aplicar un protocolo sobre las pantallas? ¿Por qué no te ocupas de que el resto de adultos se ocupen?
¿Hay material para otro libro…?
Es bueno que haya observación sistemática en el aula, no para ver dónde están los problemas, sino para identificar sus vidas. ¿Qué sé yo de ese universo con el que entran cada día? Para conocer los componentes obvios que influirán en mi tarea, para tener una pauta que permita enriquecer la mirada del maestro, del profe. Yo creo que la escuela hoy debe pensar seriamente cómo mira las vidas adolescentes e infantiles.
No nos engañemos: el discurso oficial sobre la escuela secundaria y la adolescencia cada día es un abismo de separación, cada día está más distante. No podemos seguir separando la escuela del mundo adolescente. La situación del malestar docente es muy compleja: antes te preparabas la clase, pero hoy la incertidumbre de lo que aparecerá es enorme. Una parte del profesorado tiene la sensación de que no sabe qué hacer. Si yo estoy en una clase de sexto y me entero de que los alumnos hacen los deberes con ChatGPT, yo no puedo ignorarlo, tendré que preguntar si lo han entendido, tendré que hacerles comprender para qué sirve multiplicar o para qué sirve la comprensión lectora.