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Recientemente he tenido ocasión de participar en un curso de formación sobre la IA para profesores de educación secundaria. Durante las sesiones programadas hemos podido descubrir parte de su enorme potencial, así como el inagotable arsenal de recursos digitales que ofrece. A medida que avanzábamos en su conocimiento entre los asistentes, profesores de diferentes áreas con años de experiencia, se han ido formando dos corrientes de opinión bien distintas. Por un lado, el entusiasmo de quienes ven en ella un inexplorado horizonte lleno de posibilidades didácticas. Por otro, un indisimulado recelo entre quienes la intuyen como una amenaza laboral para sus puestos de trabajo. Buscando salir de dudas, decidí trasladar las dudas del grupo a la propia IA y conocer así su opinión sobre su presencia en las aulas. El presente artículo reconstruye punto por punto cual fue su detallada respuesta:
“Tu preocupación es completamente válida y compartida por muchos profesionales en el ámbito educativo –respondió el ChatGPT- La inteligencia artificial (IA) está transformando la forma en que enseñamos y aprendemos, pero eso no significa que vaya a reemplazar a los profesores.
El destacado en negrita es de la propia IA, lo que demuestra un consolador grado de comprensión hacia la preocupación referida. Si concedemos credibilidad a sus palabras, no debemos considerar la IA una amenaza laboral. No ha venido para “quitar el puesto a los profesores”. De modo que fin de la preocupación. Se acabó el debate sobre este punto.
Sin embargo, conviene no pasar por alto el empleo del uso del plural en su solidaria respuesta: “La inteligencia artificial está transformando la forma en que enseñamos y aprendemos.” La IA no ha llegado para substituir al profesor, pero de su respuesta parece inferirse una opinión sobre cuál debe ser el papel del docente en una educación cada vez más digitalitzada.
Ella misma nos ayuda a aclarar qué clase de papel reclama:
Lo que sí puede hacer la IA en educación
- Generar ejercicios, exámenes o explicaciones adaptadas a distintos niveles.
- Corregir automáticamente trabajos o pruebas objetivas.
- Ayudar a los estudiantes con dudas básicas o repetitivas.
- Automatizar tareas administrativas (como seguimiento del rendimiento).
- Traducir o adaptar contenido.
Si creemos una vez más en su honestidad, la IA se presenta como una herramienta dispuesta a hacer más llevadera las labores más pesadas- y por ende, menos populares- entre el colectivo de docentes; algo así como una especie de asistente multifuncional que aliviará el engorro de las tareas administrativas, la corrección de exámenes, las adaptaciones curriculares y la resolución de dudas repetitivas de los alumnos. Yo estoy aquí para ayudarte, parece querernos decir entre líneas. No soy parte del problema, sino la solución a uno de los males endémicos que arrastra el actual sistema educativo, como es la falta de racionalización en las diferentes cargas de trabajo que abarca la labor de un docente.
Suena bien. De hecho, suena tan bien que por un momento olvidamos el argumentario sostenido por quienes llevan años advirtiéndonos sobre la vertiente comercial de la fiebre de las TIC en las aulas, y el pingüe negocio obtenido por las grandes empresas tecnológicas; un negocio en forma de millonarios contratos pagados la mayor parte de las veces con dinero público, y de ingentes cantidades de valiosos datos personales de usuarios (alumnos, docentes, centros,,,), un suculento pastel al que están hincándole el diente de buena ganas y con sumo provecho.
Eso, por no mencionar las llamadas de alerta que nos llegan desde la neurociencia sobre los peligros para el desarrollo intelectual del uso de pantallas, y el grave descenso de las capacidades cognitivas que comporta, recordándonos que las aplicaciones y los dispositivos tecnológicos están diseñados para que el usuario pase más tiempo en la aplicación; es decir, para que pasen la mayor parte del tiempo posible ante la pantalla, razón ésta por la que los grandes gurús de Silicon Valley matriculan a sus hijos en escuelas tradicionales, lejos de las fábricas de cretinos digitales en que parecen haberse convertido algunas escuelas.
Para todas estas voces críticas la IA no deja de ser, en definitiva, otra nueva golosina digital que las multinacionales tecnológicas ponen a nuestro alcance para seguir engrosando su cuenta de resultados, y en el caso que nos ocupa, bajo la promesa además de transformar la educación, como ha desvelado nuestra IA en su respuesta a nuestras dudas: “la IA está transformando la forma en que enseñamos y aprendemos.”
Sin embargo, que nosotros olvidemos momentáneamente todas estas voces críticas ante la presencia de las TIC en las aulas no significa que la IA consultada las ignore porque, adelantándose a cualquier posible objeción, rápidamente se apresta a acordonar los límites de sus funciones:
Lo que NO puede (ni debe) hacer la IA
- Sustituir el vínculo humano y emocional entre profesor y alumno.
- Manejar dinámicas de aula, conflictos, motivación y desarrollo socioemocional.
- Enseñar habilidades blandas como el pensamiento crítico, trabajo en equipo o empatía.
- Adaptarse con sensibilidad al contexto cultural, familiar y personal de los estudiantes.
- Evaluar el aprendizaje profundo en tareas complejas, proyectos o debates.
Más allá de las desconocidas razones por las que califica el pensamiento crítico de “habilidad blanda“, situándolo al mismo nivel que el trabajo en grupo, o la empatía, la IA se reconoce incapaz de sustituir el vínculo humano y emocional entre el profesor y el alumno. Una atribución ésta que NO puede, (ni debe) hacer, destacando en mayúsculas la partícula negativa y encerrando entre paréntesis el verbo deber -tan vinculado a las cuestiones éticas. Afirmación que resulta tranquilizadora ante el distópico panorama que se presentaría si pudiera asumir todas estas facultades; no digamos además si también debiera.
Todas esas atribuciones, nos señala la IA, son responsabilidad exclusiva del profesor. Pero, o mucho nos equivocamos, o eso significa que para la IA el profesor ya no representa la figura transmisora de conocimientos que históricamente había definido su función social desde la Academia de Platón – una cuestión ampliamente debatida tras el desembarco del enfoque competencial en el discurso pedagógico. Dada su potencialidad y con un futuro inimaginable incluso para los propios expertos, nada tiene de extraño que la IA sea enarbolada como el arma definitiva por quienes defienden que el nuevo rol del profesor debe ser el de simple acompañante en el proceso de aprendizaje del alumno, una suerte de gestor de emociones cuya funciones más destacadas son facilitar desarrollo socioemocional, motivarlo para conseguir sus metas, adaptarse con sensibilidad a su contexto cultural, familiar y personal, y ayudarlo a solucionar los posibles conflictos. ¿Cómo podría ser de otro modo si la IA contiene toda la información susceptible de ser aprendida?
Sin embargo, conviene aclarar que la potencialidad de la IA reside en la ingente cantidad de información capaz de almacenar, procesar y transmitir posteriormente al usuario. Dicha información también es la principal fuente de la que se alimenta; una alimentación a la que contribuimos cada vez que la empleamos, facilitando nuestros datos, (intereses, dudas, consultas, investigaciones, obras creativas, trabajos) y haciendo saltar de paso por los aires aspectos jurídicos tan importantes para la supervivencia de ciertos colectivos como la propiedad intelectual y los derechos de autor. Dicho de otro modo: si la información es sexista, racista y clasista, ella reproducirá esa misma información sin modificarla porque carece de capacidad para filtrarla por el necesario tamiz del análisis crítico. Ante esta realidad, cabe preguntarse entonces qué podemos hacer quienes nos dedicamos a la docencia, más allá de ser meros coach emocionales de nuestros alumnos.
Dejemos que la misma IA responda:
¿Qué puedes hacer tú como profesor?
La clave no está en resistirse a la IA, sino en integrarla como una herramienta:
- Usarla para preparar clases más personalizadas.
- Delegar en la IA tareas repetitivas y dedicar más tiempo a lo pedagógico.
- Enseñar a tus alumnos a usar críticamente la IA, algo que será esencial para su futuro.
- Actualizarte en competencias digitales y pedagógicas del siglo XXI.
Como en su momento lo fueron la máquina de vapor, la electricidad, o el ordenador, la IA forma parte de los inventos llamados a marcar un punto de inflexión en el desarrollo de la historia. En palabras de John McCarthy, considerado el padre de la IA, se trata de hacer que las máquinas se comporten de maneras que serían llamadas inteligentes si las realizara un ser humano. Aunque se exprese como si la tuviera, la IA no posee consciencia, pero sí parece tener un alto concepto de sí misma cuando afirma en su respuesta: “La clave no está en resistirse a la IA”.
Su bondad o maldad, como los inventos anteriormente citados, sólo depende del uso que hagamos de ella; y el uso que ella nos sugiere es el de herramienta para preparar las clases y delegar sobre ella las tareas más repetitivas, cediéndonos a nosotros, los profesores, la responsabilidad de enseñar a los alumnos a usarla críticamente, algo para lo que nos aconseja estar al cabo de la calle en competencias digitales y pedagógicas del siglo XXI.
“La IA no te quitara el trabajo – concluye finalmente- pero sí transformará tu rol. Dejarás de ser un simple transmisor de información para convertirte en un guía, facilitador y formador de pensamiento crítico. Eso algo que ninguna máquina puede hacer como tú.”
Con su prolija respuesta quedaron resueltas algunas dudas sobre su papel en las aulas, pero también surgieron nuevos interrogantes, como la necesidad de establecer un marco jurídico que regule su uso y extraiga de la ecuación su uso fraudulento, entre otras.
Sin embargo, hay algo en lo que la IA se equivoca y con ella, quienes afirman que el profesor es un mero transmisor de información. Aristóteles, el alumno que más provecho sacó de las enseñanzas de Platón en la Academia, definía el verdadero profesor como aquel que sirve de guía al alumno en el descubrimiento de la verdad, ayudándolo a desarrollar sus potenciales, y actuando como facilitador del aprendizaje, transmitiéndole conocimientos, no únicamente de información. Así lo era veinticinco siglos atrás, y así debería seguir siéndolo ante el nuevo reto que supone la llegada de la IA al mundo de la educación.