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«Si algo somos los gitanos es que somos muy diversos». Son palabras de Fernando Morión, responsable Territorial Departamento de Educación en la Fundación Secretariado Gitano (FSG). Hablamos con él para hacernos una idea de las dificultades que han de afrontar las niñas y los niños primero, luego, las y los adolescentes y jóvenes gitanos que van cumpliendo etapas en el sistema educativo. Algo que ocurre gracias a una combinación de enorme esfuerzo (personal y familiar), apoyo, orientación y trabajo, para llegar a la universidad y terminar sus estudios terciarios.
Según la FSG, tan solo el 0.8 % de estas chicas y chicos acceden a estudios universitarios. Las causas son diversas, como explica Carmen Jiménez, una joven de Cuenca recién graduada en Educación Infantil.
Ella, como explica Morión, es del grupo de “afortunados” que no ha tenido que enfrentar enormes dificultades desde que entrase en el sistema y hasta que ha pasado por la facultad. Aun así, las tiene claras: la falta de igualdad de oportunidades de entrada, las situaciones de pobreza, la discriminación encarnada en una tremenda segregación escolar, las expectativas propias, de la familia y del profesorado y, por su puesto, la falta de referentes.
Sin recursos ni referentes
Jimenez, que ha compaginado sus estudios con el trabajo en la FSG haciendo acompañamiento, principalmente para romper con la brecha digital de adultos y menores de etnia gitana, lo tiene muy claro. En su camino, uno de los mayores obstáculos ha sido “la falta de referentes, que es muy importante”. Ahora ella se ve a sí misma en el complejo (y satisfactorio) papel de ser referente para niñas y niños como ella misma fue no hace tanto tiempo.
Morión apunta a que esta falta de referentes se viene a juntar con la invisibilidad que sufren las personas que han llegado a destacar. «Si estás en Mates y te dicen que la primera profesora de matemáticas fue una gitana, te hace parte del relato». Efectivamente, Sofia Kovalévskaya fue la primera catedrática de Matemáticas. Era sueca de nacimiento y tenía sangre gitana, pues su madre pertenecía a este pueblo.
A veces, la familia y las dificultades económicas y laborales son el obstáculo para chicas y chicos. Tanto Jiménez como Morión lo cuentan y ambos señalan la necesidad de que los poderes públicos hagan esfuerzos para mejorar la igualdad de oportunidades, no solo de acceso, sino de permanencia, en el sistema educativo y hasta la universidad. Carmen Jiménez pudo hacer frente a sus estudios porque estuvo becada. Eso, por un lado, la ayudo económicamente y, al mismo tiempo, fue un acicate para no flojear durante aquella etapa. No podía permitirse el lujo de suspender asignaturas y tener que devolver el dinero que le habían dado.
Morión habla de “falta de recursos, inexistentes o tardíos” y de cómo esto “dificulta que puedas seguir en la postobligatoria, que deja de ser gratuita”.
Pero, como explican los dos, el problema empieza mucho antes y enseña la patita en el primer ciclo de infantil, al que niñas y niños gitanos no pueden acudir por la escasez de oferta pública y gratuita de plazas. Es verdad que llegan, como explica Morión, al segundo ciclo, pero se pierden ya oportunidades de aprendizaje y de nivelación de las condiciones de partida.
«El camino educativo del gitano parte de la desigualdad. Esto se debe a varios factores. El primero de ellos es que nos incorporamos después del primer ciclo de infantil, a los 3 años. Esa incorporación tardía se nota”, asegura Fernando Morión. Insiste en que garantizar la educación gratuita en estas primeras etapas es una de las medidas especificas que puede ayudar a garantizar el derecho a la educación del alumnado gitano.
La dificultad del pionero
Este es otro de los problemas que acusa el alumnado gitano. Lo explica Morión. Como le ha pasado a Carmen, ha sido el primero de su familia en llegar a la universidad. Sus abuelos eran analfabetos, cuenta mientras viaja a Madrid para la presentación de los datos de la FSG. Ellos no pisaron la escuela, pero entendieron que sus hijos sí debían hacerlo. De esta manera, los padres de Fernando estuvieron escolarizados, pero no guardan un buen recuerdo de aquellos años debido a la discriminación que sufrieron en sus propias carnes. En cuanto pudieron se pusieron a trabajar para dejar atrás aquella experiencia. Aun así, vieron la necesidad de que Fernando estudiara, a pesar de sus recuerdos de la escuela.
Fernando, como sus abuelos y sus padres, ha sufrido el antigitanimos desde sus primeros pasos en la escuela y hasta que llego a la universidad. Allí, sus compañeros le preguntaban qué hacia en la facultad, siendo gitano. La disonancia cognitiva entre el estereotipo y la realidad. También lo sufrió por parte de una docente de la universidad que aseguraba, cuenta este psicopedagogo y maestro, que si las y los gitanos no estudiaban o abandonaban la escuela era porque no se esforzaban lo suficiente. Su trabajo final de grado versé, precisamente, sobre las dificultades y discriminaciones que sufren en la educación.
Sea como fuere, Fernando explica que ser el primero en terminar los estudios obligatorios, los postobligatorios o los universitarios en tu familia, tu barrio, entre tus amigos, puede ser una presión grande que no todo el mundo lleva bien.
Exigencias
“La educación es un derecho y los poderes públicos son los garantes de que se cumpla”, asevera Morión. Y por eso cree que es necesario que se pongan las pilas.
¿Los esfuerzos de los últimos años por parte del Ministerio para incluir la cultura gitana en el currículo han tenido un impacto? “Me gustaría decirte que si, pero no”. Fernando tiene claro que queda mucho camino por recorrer para pensar que el antigitanimos y los prejuicios se acabaran pronto, por más que se hayan hecho avances.
También pone sobre la mesa una mejora del sistema de acompañamiento a chicas y chicos gitanos, mediante la creación de «planes de orientación y refuerzo educativo para revertir las cifras de fracaso y abandono educativo”. En este mismo sentido señala la importancia de luchar contra la segregación que hace que muchos centros se conviertan en guetos que no responden tampoco a la segregación residencial.
Para evitar tratos discriminatorios como los que sufrieron tanto Fernando como sus padres y abuelos, la apuesta pasa por la formación inicial del profesorado. Morión señala que durante sus años de formación en ningún momento se habló información sobre la manera concreta de trabajar con este alumnado o sobre sus dificultades específicas.
Además, ha de apostarse por el apoyo a las familias, para que cuenten con los recursos necesarios para que sus hijas e hijos puedan seguir su escolarización con normalidad más allá de las etapas obligatorias.
Finalmente, Morión habla de que solo el 7 % del alumnado gitano que fracasa o abandona prematuramente los estudios regresa a ellos pasado algún tiempo. Un porcentaje menor que en el caso de la población general. Por eso reclama medidas especificas de retorno educativo.
El éxito del alumnado gitano es uno de los retos más importantes que enfrenta, o debería enfrentar, el sistema educativo español si quiere mejorar su cifras de inequidad, cada vez algo peores. Temas como la segregación son claves, así como el apoyo al alumnado y a las familias. Luchar contra un antigitanismo muy instalado en la cultura y la sociedad españolas es clave para que algunos de estos factores cambien.
Y como destacan tanto Fernando Morión como Carmen Jimenez, los prejuicios son injustos, se fundamentan en falsedades que poco o nada tiene que ver con un pueblo que lleva 600 años viviendo en la persecución en España. Un pueblo rico culturalmente y muy diverso con una gran heterogeneidad que, como recuerdan ambos, es necesario conocer de primera mano. De ahí la importancia de terminar con la segregación.