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En el mundo educativo hay una enorme distancia entre los que hacen investigación y política educativa y el profesorado de aula. Esta distancia se hace cada vez más grande y es una de las causas del empobrecimiento del debate educativo. Es urgente reducir esta brecha si queremos mejorar nuestro sistema educativo. Intentaré explicar las causas de esta situación y hacer algunas propuestas para reducirla.
En primer lugar, los docentes y los expertos universitarios provienen de formaciones diferentes y tienen carreras profesionales divergentes. Los que hacen investigación habitualmente se forman en ciencias sociales y centran su actividad profesional en docencia e investigación universitaria y están obligados a publicar artículos para progresar. Los que hacen docencia en primaria y secundaria en cambio han estudiado el grado de maestro o algún grado relacionado con una asignatura escolar, trabajan dando clase en escuelas e institutos y raramente hacen investigación o publican artículos. Hay excepciones que combinan las dos actividades pero son muy poco frecuentes y en general ninguno de los dos colectivos tienen incentivos profesionales para acercarse al mundo del otro. Parecen caminos diseñados especialmente para no encontrarse.
En cuanto al trabajo diario, el que se hace en escuelas e institutos es fundamentalmente práctico y centrado en lo concreto e inmediato. Con un ritmo muy intenso, múltiples tareas para hacer y con poco tiempo por la reflexión y el análisis. La intensidad y el ritmo del trabajo en los centros docentes es difícilmente imaginable para los que no trabajan en uno. Haciendo una simplificación, los docentes se dedican básicamente a la “práctica” y no tienen tiempo para la “teoría”. Que este conocimiento sea fundamentalmente práctico no lo hace menos valioso.
Por si no fuera suficiente, uno de los momentos en que maestros y profesores se podrían acercar más al trabajo “teórico” es cuando se preparan oposiciones. Lamentablemente lo que estudian son temarios a menudo desfasados, desconectados de la investigación educativa y muchas veces elaborados por academias y entidades con ninguna conexión con la universidad. Un tiempo que podría servir para acercar el aula y la academia se acaba convirtiendo en un nuevo momento de desencuentro.
Otro elemento que ha contribuido a generar una gran desconfianza entre los docentes respecto a la política educativa ha sido el exceso de reformas y novedades que ha sufrido el sistema educativo en los últimos 30 años. La mayoría de cambios se han diseñado sin tener en cuenta la opinión de los docentes y estos los han vivido como una imposición. Estos cambios constantes han acabado generado una gran desconfianza hacia la administración como agente de cambio y generado resistencias contra todas las medidas que vienen desde arriba, sean las que sean.
En cuanto a la investigación, cuando los investigadores se acercan a los centros educativos a menudo lo hacen de una manera instrumental. Necesitan un número determinado de centros o de alumnos para sacar adelante su estudio y buscan como sea centros donde desarrollarla. A veces los centros se sienten utilizados por investigadores que llegan, extraen sus datos y se van sin que el centro reciba nada a cambio por su trabajo. Hay que reconocer que esto ha mejorado y cada vez hay más sensibilidad por parte de la investigación hacia los centros que colaboran en algún estudio, pero todo ello se encuentra limitado por la propia precariedad de la investigación en educación. Uno de los últimos estudios en el que colaboré el curso pasado comenté que estaría bien que los colaboradores que participabamos del estudio recibiéramos alguna remuneración, siempre lo hago puesto que creo que hay que dar valor al trabajo de todo el mundo, cuando el investigador me explicó el presupuesto que tenían para un estudio que se realizaba en 12 comunidades autónomas fui yo el que terminó invitándole a desayunar. Anécdotas aparte, la carencia de recursos hace que centros y docentes solo participen en investigación por amor al arte. No hay incentivos estructurales para que centros y docentes de aula participen en la investigación educativa y se sientan más próximos.
Otro elemento de fricción son las carencias y desigualdades de la escuela que destapa la investigación educativa. Por ejemplo, un estudio puede descubrir que existe un sesgo de género en la orientación que recibe el alumnado en 4º de ESO y que chicas y chicas reciben recomendaciones asociadas a estereotipos tradicionales. La denuncia de este problema puede ser vivido por muchos docentes, que hacen su trabajo lo mejor posible, como una acusación o ataque a su profesionalidad. Hay que recordar que esto se da en un contexto donde la escuela lleva años bajo el foco y los docentes viven este cuestionamiento en primera persona. Esta tensión entre investigación y docentes es cierta manera inevitable, pero si no generamos espacios de encuentro y comunicación esta tensión será cada vez mayor y hará imposible el diálogo.
Por otro lado, esta división entre profesorado de aula y experto universitario no es exclusiva del mundo educativo y forma parte de una brecha transversal que recorre el mundo occidental entre las élites universitarias y profesionales y las clases trabajadoras precarizadas. Estos dos grupos sociales tienen experiencias vitales y visiones del mundo cada vez más diferentes y esta división condiciona cada vez más la realidad social y política. Creo que el mundo educativo no es ajeno a esta división.
Finalmente las redes sociales y las burbujas comunicativas con su inmensa capacidad de polarización han acabado agudizando esta brecha de manera brutal. Muchos profesores de aula consideran a todos los “expertos” una pandilla de ignorantes y muchos “expertos” son incapaces de entender las vivencias y percepciones de los docentes de los centros. Algunos han aprovechado esta polarización defendiendo la idea que sólo el profesorado de aula tiene derecho a opinar sobre educación y que el hecho de estar en el aula legitima cualquier idea o afirmación sobre educación. Esta postura me parece absurda y muy peligrosa. Los docentes de aula hemos sido ignorados durante mucho tiempo en política educativa y es bueno que cada vez se oigan más nuestras voces, pero negar el derecho a opinar sobre educación a todos los que no están en el aula me parece deshonesto y empobrecedor para el debate educativo.
El sistema educativo se encuentra en un momento crítico con la necesidad de responder a una enorme cantidad de retos. Para hacerlo necesitamos más recursos pero también romper esta absurda brecha que no beneficia a nadie. Querría hacer algunas propuestas que creo que podrían ayudar en este sentido.
En primer lugar defender la necesidad de escuchar al que piensa diferente y tener un debate intelectual honesto. El debate educativo a menudo es una colección de de falacias del hombre de paja que no llevan a ninguna parte. No podemos seguir argumentando a partir de estereotipos que ridiculizan al que piensa diferente y dan a nuestra postura el 100% de la razón. Estos posicionamientos pueden generar muchos likes en las redes pero destruyen cualquier posibilidad de un debate constructivo.
En segundo lugar, los docentes de aula tenemos que dar un paso adelante y participar en el debate educativo de manera proactiva. Muchos docentes piensan que leer sobre educación, publicar o participar en encuentros educativos no forma parte de sus tareas profesionales. Tenemos que romper esta inercia y dar un paso adelante. Tenemos muchos obstáculos como el exceso de trabajo diario que he comentado, pero también oportunidades desaprovechadas como el tiempo que tenemos en julio para formarnos y participar de escuelas de verano.
En cuanto a medidas prácticas, algunas medidas que podrían ayudar son las siguientes:
En primer lugar mejorar las condiciones de trabajo de los docentes de los centros y asignar más recursos en la investigación educativa. Sin más tiempo para la reflexión y el análisis los docentes seguirán secuestrados por las urgencias diarias. Sin más recursos para la investigación será difícil que las universidades consigan más implicación de los docentes de aula.
Recuperar las licencias de estudios para el profesorado no universitario. Antes de los recortes del 2010 un docente podía solicitar una licencia de estudios cobrando el 100% del sueldo para estudiar un tema concreto vinculado en el centro o a su ámbito profesional. Recuperar estas licencias haría que muchos docentes se acercaran al mundo de la investigación.
No permitir que haya ningún acto, debate o coloquio educativo sin un maestro de aula en activo. A menudo los debates educativos los monopolizan profesores universitarios, investigadores, periodistas y expertos de todo tipo sin contar con la presencia de un maestro en activo en una escuela. Hay que evitar que esto pase y hay que dar facilidades e incentivos para que los docentes participen.
Garantizar permisos con sustitución y apoyo económico para participar en congresos y acontecimientos educativos. Si un docente quiere participar en un congreso tendrá que pedir permiso a la dirección del centro, generará guardias que tendrán que cubrir sus compañeros, perderá clases y horas de trabajo que tendrá que hacer más tarde y se lo tendrá que pagar de su bolsillo. Con estas condiciones no es extraño que la participación de maestros en congresos y encuentros durante el curso sea tan baja. Hace falta que haya permisos para estas cuestiones, que el Departamento ponga sustitutos en estos casos y que haya una ayuda económica para los docentes que participen. Sin cambiar las condiciones estructurales la situación no mejorará.
Establecer investigaciones conjuntas entre universidades y centros educativos. Haría falta que algunas investigaciones se diseñaran desde el inicio contando con centros educativos y que participaran en el desarrollo, la aplicación y en el análisis de resultados. Que los centros lo vivieran como una oportunidad de mejora. Sería necesario dar más recursos a estos centros para que esto no represente una sobrecarga de trabajo.
Finalmente, garantizar que la participación de docentes en investigación educativa es recompensada como mérito de manera generosa en concursos de traslados, logro de estadios y otras convocatorias donde participa el profesorado. Actualmente la puntuación que se da por este hecho en los concursos de traslados es anecdótica y muchas veces difícil de demostrar.
Todo esto no resolverá el debate educativo donde conviven posiciones y miradas sobre la educación muy enfrentadas con algunas con las que discrepo profundamente, pero puede ayudar a mejorar el nivel de debate y reducir el ruido y el malestar docente que impide impulsar mejoras en el sistema. Ahora que sindicatos y ministerio de educación están negociando en Madrid el estatuto docente sería un buen momento para reivindicar estas medidas y garantizar que se establezcan más puentes entre el aula y la academia. La escuela necesita muchos más recursos y soluciones, pero también un debate más sereno, constructivo y que incorpore las miradas de todos quienes participan en ella y la quieren. Sin avanzar en este campo no saldremos adelante.