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En un momento de la historia marcado por crisis superpuestas —climática, tecnológica, geopolítica, humanitaria y de desigualdades—, la UNESCO lanza un grito de alerta: El futuro está en riesgo. Así se titula el informe del Comité Directivo de Alto Nivel del Objetivo para el Desarrollo Sostenible 4 (ODS 4) y el Mecanismo de Cooperación Mundial para la Educación, publicado en 2024 con el nombre Por qué es fundamental invertir en educación.
Este documento breve, riguroso y enfático, sitúa la educación en el centro de la respuesta global a los desafíos actuales, pero lo hace sin rodeos: estamos fallando. El tiempo para revertir inequidades y rezagos se agota. La urgencia instiga.
El informe responde a una urgencia compartida: los niveles de inversión educativa, nacionales como internacionales, son insuficientes y desiguales. Bajo el paraguas del ODS 4 —»garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos»—, el texto argumenta que el abandono de este objetivo compromete el bienestar individual y la estabilidad colectiva del planeta. Los efectos son multidimensionales.
La publicación articula datos contundentes, referencias especializadas y propuestas estratégicas que buscan reposicionar la educación como prioridad política, ética y financiera. Sus páginas no son una queja, sino un diagnóstico crítico y un llamado a la acción. Revisaremos ahora, de manera breve, algunas de sus ideas más provocadoras de reflexión y acción.
La situación global en tres tiempos
El informe se organiza en tres bloques. El primero traza un panorama alarmante. Enfrentamos una crisis educativa global de equidad, calidad y pertinencia. Más de 250 millones de niños y jóvenes no están escolarizados, y en los países más pobres, el 90 % no puede comprender un texto simple a los 10 años, de acuerdo con los resultados de las pruebas de logro de aprendizajes. Pobreza de aprendizaje, se llama a este fenómeno exacerbado con la pandemia, ensañado con los pobres en las naciones subdesarrolladas. El déficit de docentes supera los 44 millones y los sistemas escolares, sobre todo en países de renta baja, no preparan adecuadamente a los jóvenes para el presente, menos aún para el futuro.
Los datos cimbran. Por ejemplo, se afirma: “Si no se produce un cambio significativo, en 2030 la asombrosa cifra de 880 millones de niños en edad escolar de países de renta baja y media-baja no estarán en condiciones de adquirir las competencias básicas que necesitan para prosperar en el mercado laboral”. La conclusión del apartado es alarmante: “La crisis del aprendizaje limita nuestros derechos humanos y capacidades individuales y colectivas, y supone una grave amenaza para el futuro del desarrollo económico, social y medioambiental sostenibles”.
El segundo apartado denuncia que la inversión educativa está estancada o retrocede. En 2022, los países de renta baja gastaron apenas 55 dólares anuales por alumno, frente a los 8,532 dólares que invierten los países de renta alta. La asimetría equivale a 155 veces. Sobran palabras para calificarlo. Además, la ayuda internacional destinada a educación ha disminuido, mientras otras prioridades —como la salud— acaparan mayores fondos. La carga educativa recae entonces en los hogares, reproduciendo y ampliando desigualdades.
Más evidencias ilustran la complejidad del problema multidimensional: “Los gobiernos tampoco invierten lo suficiente en los docentes: la mitad de los países les
paga menos que a otras profesiones que requieren cualificaciones similares. Como era de esperar, los resultados clave de aprendizaje son más bajos en los países que menos gastan por niño en edad escolar”.
La educación está lejos de ser una prioridad presupuestal. Así lo asevera el documento: “la deuda externa aumentó el 1 % mientras que el gasto en educación por niño en edad escolar descendió un 2,9 %”. ¿Cómo se explica el despropósito?
En el tercero se presenta a la educación como una inversión transformadora, lo cual requiere el impulso al crecimiento económico, mejora del bienestar, fomento de la innovación, reducción de desigualdades y promoción de sociedades pacíficas y sostenibles. Cada dólar invertido en educación puede traducirse en un aumento de hasta 20 dólares en el producto interno bruto (PIB). Además, si todos los niños tuvieran acceso a secundaria para 2030, podrían evitarse más de 200,000 muertes vinculadas a catástrofes climáticas.
El documento insiste en dos caminos complementarios, simples de expresar y resumir, pero tremendamente complejos de llevar a la práctica: invertir más y gestionarlo mejor.
Llama a los gobiernos a destinar entre el 4 y 6 % del PIB a educación y al menos el 15 % del gasto público. También exige una reforma fiscal global que permita liberar fondos públicos para fines sociales, así como reorientar la ayuda internacional y las estrategias de financiamiento multilateral.
Otras evidencias no son novedosas, pero conviene reiterarlas: ”mayor inversión en educación conduce a sociedades más pacíficas, igualitarias, inclusivas y abiertas, un mayor compromiso cívico, una mayor aceptación de los valores democráticos y una mayor cohesión social. Los países en los que más niños terminan la educación básica son, de media, más pacíficos y sufren menos violencia”. En México, por ejemplo, nadie podría estar en contra de sumarse a este contingente, al mismo tiempo que se militariza al país, paradójicamente por el carril de la presunta izquierda política.
Conclusiones
El informe de la UNESCO no propone fórmulas mágicas ni caminos cortos, pero sí una convicción: sin educación no habrá futuro. No un futuro sostenible, ni equitativo, ni pacífico. Y, sobre todo, no habrá capacidad para enfrentar las transiciones tecnológicas, demográficas o ambientales en curso. A pesar de la evidencia, la educación sigue perdiendo centralidad en los presupuestos y en las decisiones políticas. No se trata nada más de recursos: es asunto de voluntad. Y quizá también, agrego, ausencia de acción social.
Lo que está en juego no es solo el cumplimiento de un ODS o la mejora de indicadores, sino la dignidad y el porvenir de millones. Tal vez ha llegado el momento de dejar de repetir que la educación es la llave del futuro, y empezar a tratarla así: con urgencia, seriedad y compromiso. Porque si no invertimos ahora, estaremos pagando el precio —alto y doloroso— por generaciones.