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El mundo académico no es el paraíso. Pero el aprendizaje es un lugar donde se puede crear un paraíso. El aula, con todas sus limitaciones, sigue siendo un escenario de posibilidades. En ese campo de posibilidades, tenemos la oportunidad de trabajar a favor de la libertad, de exigirnos a nosotras y a nuestros compañeros una apertura de mente y de corazón que nos permita afrontar la realidad, a la par que imaginamos colectivamente cómo traspasar fronteras, cómo transgredir. Esto es la educación como práctica de libertad.
Enseñar a transgredir. bell hooks.
Sin asombro no hay educación posible. Por eso, desde InteRed sabemos que para lograr una Educación Transformadora hay que apostar por prácticas pedagógicas que nos devuelvan la capacidad para el asombro, que nos permitan experimentar la alegría de aprender.
Porque aprendimos a aprender de una manera determinada, porque nos enseñaron a ignorar nuestros más profundos deseos, a temer lo que latía dentro de nosotras/os si no coincidía con el orden normal establecido. Porque crecimos sin apreciar la belleza del silencio, de la reflexión, de la conexión y de la reciprocidad. Por eso resulta tan difícil ahora que nos interese el mundo, tan ajeno, tan distante, tan distópico, tan poco parecido a nuestros pensares y anhelos cotidianos.
Impulsar una Ciudadanía Global no es una tarea sencilla. Conseguir que las personas jóvenes se interesen y se comprometan con el mundo que habitan pasa necesariamente por devolverles la capacidad de asombro, de extrañamiento, por abrir escenarios donde sea posible no aceptar nuestras prácticas sociales como algo inevitable, por descubrir que sí podrían, que sí podríamos hacer las cosas de manera distinta.
Este camino de aprender a aprender de una manera diferente requiere reconocer y valorar el carácter único y la particularidad de cada joven, generando espacios donde puedan expresar sus miedos, sus dudas y dolores al cuestionar y renunciar a las antiguas formas de pensar. Espacios donde reconocer y acoger sus resistencias a aprender desde otros paradigmas, en un mundo que hasta ahora no se lo ha permitido. Espacios que les permitan conocerse mejor y vivir en el mundo de una manera más plena partiendo de sus propias experiencias, desde las que sí pueden reclamar un conocimiento desde el que hablar, desde el que contar lo que hacen, cómo y por qué lo están haciendo. Espacios de apertura radical y donde ser de verdad libres de elegir, capaces de aprender y de crecer sin límites en una implicación recíproca con sus comunidades educativas.
Este curso 24-25 las compañeras de InteRed Madrid hemos implementado el proyecto Jóvenes que cuidan la vida, con la financiación del Ayuntamiento de Madrid. Podría compartir ahora los grandes logros que hemos conseguido en el marco del proyecto, la población de jóvenes y agentes educativos alcanzada, las horas de formación implementadas, los indicadores de impacto logrados, el grado de satisfacción de las encuestas o los procesos de Aprendizaje Servicio llevados a cabo en las aulas y en los barrios. Podría hablar de todo ello, pero hoy no toca hacerlo. Hoy toca aprender a aprender de forma distinta.
Hoy toca traer a la profesora que rescató la importancia de darnos cuenta de que tenemos semillas en las que trabajar, al alumno que compartía mientras hacía ganchillo en el recreo que su madre lo hacía para cuidarse de la ansiedad y que él había empezado a hacerlo al ver que su madre lo hacía y le estaba ayudando a concentrarse y relajarse, al grupo de chicas y mujeres migrantes que en el espacio de igualdad María Moliner charlaron sobre el desenraizamiento y acabaron haciendo una escultura entre todas en la que corporizaron árboles siendo arrancados, o a aquella alumna que escribió en la pizarra “tener libertad” y “estar en el lugar donde nací”, cuándo le preguntamos cuales eran sus necesidades.
Toca traer los saludos efusivos por los pasillos de las y los jóvenes que nos conocen desde hace ya varios años, esas manos disfrutonas que rebosan de pintura azul y de alegría, el coro automático que se generó en el aula a la pregunta del por qué los ricos son ricos, cuando la clase al unísono respondió: porque hay pobres, o la bachata que bailaron las personas mayores del centro de día de Villa Vallecas con las/os jóvenes, donde se puso de manifiesto la riqueza de la mezcla cultural y el poder de la alegría para unirnos y liberarnos de prejuicios.
Toca rescatar a ese grupo motor de jóvenes en el IES Villa de Vallecas que dinamizó una mesa sobre la circularidad de la ropa para alumnado más pequeño y a esa alumna de 2º de la ESO que participaba y comentó que el compromiso sobre el fast fashion deberían hacerlo las personas que tienen más capital económico y que hacen un uso abusivo de las prendas de vestir. Y recordar a la niña en la Asociación Caminar que, tras las dinámicas que realizamos se giró hacia su educadora y le dijo “ves profe, estamos cooperando” y a los chicos que en el centro de día de Villa de Vallecas charlaron con las mujeres mayores sobre el uso y consumo de la ropa antes y ahora y sobre cómo y quien cuidaba en sus casas.
Toca también recordar aquel día en el que un chico muy vergonzoso y poco hablador al que señalamos varias veces desde el reconocimiento de su labor en la plantación de árboles con la mesa del árbol de Carabanchel, terminó contándonos que creció recogiendo café junto a sus padres, y ese otro día en el que las dragonas y dragones de Lavapiés descubrieron el árbol del kiwi o el olor del apio durante la gymkana realizada en Esta es una Plaza, o aquella otra mañana en la que dos chicos que tenían que encontrar “algo que sirviera para cuidar a otras personas”, después de pensárselo señalaron a una de las madres que estaban presentes.
Hoy nos toca agradecer al profesorado y a las/os jóvenes todos estos aprendizajes que nos brindan cada año y que nos animan a seguir aprendiendo a aprender. A seguir apostando por la educación como una práctica de amor radical que nos transforme para transformar.