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En 1936, durante una festividad en la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno, por entonces rector de la institución, protagonizó un célebre enfrentamiento con el general Millán-Astray, quien parece ser que interrumpió su discurso exclamando “¡Muera la inteligencia!”, a lo que Unamuno respondió con unas palabras que han pasado a la historia: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir”. En un momento en que resultaba casi imposible alzar la voz frente a la violencia que inundaba el país, y aunque los historiadores discrepan sobre los detalles exactos del suceso, no cabe duda de que Unamuno tuvo el valor de defender la razón y el conocimiento frente a la fuerza bruta, precisamente en el “templo del intelecto”, como él mismo denominaba a la universidad.
Unamuno había llevado una vida política intensa, vista por algunos como llena de contradicciones y por otros como una muestra de independencia, pero que, en todo caso, lo llevó a enfrentarse a diversas figuras y corrientes ideológicas. Aunque, por encima de todo, parece ser que fue un intelectual profundamente comprometido con el pensamiento crítico. Aquel día de 1936, como rector de la Universidad de Salamanca, asistía atónito a un país que se desmoronaba ante la intolerancia y la violencia. Y frente a los gritos contra la inteligencia y la razón, Unamuno alzó la palabra para defender la importancia del conocimiento y del pensamiento libre frente a la barbarie.
Creo que esta escena simboliza de manera ejemplar el papel de la universidad como bastión del pensamiento libre y como adversaria natural de toda forma de intolerancia. Porque si algo está claro es que la universidad pública garantiza el pensamiento libre y plural. Y quizás, precisamente por eso, se convierte en una enemiga natural de los intolerantes.
En una sociedad cada vez más polarizada a universidad pública se mantiene como un espacio que garantiza el conocimiento y favorece el pensamiento crítico
A pesar de los relatos sensacionalistas e interesados que actualmente venden una universidad pública dogmática, en la universidad pública no se pide carnet ideológico. En sus aulas conviven quienes piensan distinto y esa diversidad se manifiesta claramente en los debates sobre diferentes cuestiones sociales que se abordan, en los que confluyen perspectivas profesionales, académicas e ideológicas diversas. Y es en esa diversidad en donde está su mayor virtud. La universidad pública es una conquista social y en ella se encuentran personas de distintos orígenes, clases sociales e ideologías políticas. Nadie queda fuera por pensar diferente. Y precisamente, es esa mezcla, esa pluralidad de miradas, lo que enriquece el aprendizaje y fortalece a la sociedad a la que la universidad se debe.
En una sociedad cada vez más polarizada, donde las fake news se propagan más rápido que la información real, la universidad pública se mantiene como un espacio que garantiza el conocimiento y favorece el pensamiento crítico. En la universidad, la valía de los argumentos no depende del número de seguidores, sino de la evidencia científica y de la investigación, así como del intercambio de opiniones bien fundamentado. Por eso, a lo largo de la historia, cuando cualquier tipo de régimen autoritario quiere abrirse paso, lo primero que se hace es atacar al conocimiento: se deja de financiar la investigación, se prohíben libros, se borran bases de datos científicas y se señala a los docentes e investigadores. Es decir, se cuestiona a las instituciones científicas. Y debemos tener en cuenta, en este sentido, que la universidad pública es uno de los máximos exponentes del desarrollo científico. De ella surgen los médicos que nos explican la importancia de las vacunas, los científicos que advierten sobre el cambio climático, los ingenieros que desarrollan la tecnología que mejora la vida de las personas, los periodistas que denuncian las injusticias, los artistas que interpelan nuestra sensibilidad, y los docentes que enseñan a pensar, entre muchos otros ámbitos.
Ante los intentos actuales de deslegitimar la universidad pública, no deberíamos permanecer indiferentes. El ruido y la provocación buscan romper la confianza en el conocimiento y la ciencia. Ante eso, la respuesta que debemos dar desde las universidades públicas debe ser clara: más diálogo, más pensamiento, más ciencia y más cultura. La mejor defensa de la universidad pública es seguir haciendo universidad: enseñando, investigando, debatiendo con respeto y formando ciudadanos libres.
La ideología de la universidad pública son los derechos humanos, la libertad y la democracia misma. Su razón de ser es garantizar que toda persona, sin importar su origen, sus ideas o su condición, pueda acceder al saber y participar en la construcción del futuro. Defender la universidad pública es, por tanto, defender la democracia. Es defender la libertad de pensamiento, la igualdad de oportunidades, la investigación y el derecho a la educación.
La universidad pública no es perfecta, pero sigue siendo uno de los pocos espacios donde aún se puede disentir sin miedo. Y eso, en los tiempos que corren, es una forma de resistencia. Por eso, frente al ruido, la intolerancia y los ataques, solo queda reafirmarse en seguir investigando, enseñando y dialogando.


