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El año pasado conocimos el caso de Nerea Sánchez, una joven de 16 años de Fuenlabrada que no terminó la ESO y se reenganchó a los estudios a través de la FP Básica. Su caso es el de muchos chavales en España que durante un tiempo se sienten en tierra de nadie: creen que no hay lugar para ellos en el sistema educativo y no se ven preparados para trabajar. Pero gracias a los nuevos itinerarios reforzados por este Gobierno, regresan. En esas mismas fechas conocimos a Andrea Martínez, una joven que aspiraba a estudiar Medicina y que entró desde una FP, no desde el Bachillerato. Hace una década, estos dos recorridos eran casi impensables con el sistema que teníamos en España. Hoy son posibles y explican, con nombres y apellidos, la transformación que vive la educación en España.
Cuando El Diario de la Educaciónnació, hace diez años, el panorama era sombrío. Se hablaba más de recortes que de proyectos. Las becas se desplomaban, los recursos menguaban y el profesorado se sentía desmotivado y fuera de la agenda política. La Ley Wert simbolizó un retroceso que unió a la comunidad educativa en su rechazo.
Hoy, la situación es otra. En los últimos años hemos apostado por darle la vuelta a aquel clima de pesimismo. Y lo hemos hecho con una idea clara: la educación no es un gasto, es una inversión. Una inversión que no se mide solo en cifras, sino en oportunidades, en cohesión social y en igualdad real.
Lo primero fue recuperar el diálogo. Durante años se había perdido la confianza entre la administración y la comunidad educativa. Era urgente volver a sentarse, escuchar y decidir juntos. Reabrimos el Consejo Escolar del Estado, reactivamos el Observatorio de la Convivencia y dimos voz a profesorado y comunidades autónomas.
Sabemos que no es suficiente, y que la educación siempre genera debate, pero hemos sido capaces de construir un clima desde el que llevar a cabo los cambios, y hacerlo desde el diálogo y la escucha. Hoy, más allá de diferencias políticas, los grandes actores del sistema saben que su voz cuenta.
La legislatura del profesorado
Por eso me complace especialmente que este décimo aniversario de vuestro medio coincida con el primer gran impulso de una de las líneas más importantes que sigue este Gobierno en política educativa: la reforma y mejora de la función docente.
Veníamos de una situación complicada, con un aumento de ratios y de carga lectiva que empezamos a revertir en 2019. Ahora, es cuando queremos redefinir por completo en todos los ámbitos la función docente, también en el que tiene que ver con el personal, que es el principal cimiento del sistema. Hemos dicho muchas veces que ésta iba a ser la legislatura del profesorado, y por eso estamos trabajando ya en un anteproyecto de ley que fijará un máximo de 23 horas de docencia en Primaria y 18 tanto en Secundaria como en Bachillerato y el resto de enseñanzas, así como un descenso de las ratios que mejorará la atención personalizada a nuestros estudiantes.
Asimismo, preparamos una reducción de la carga burocrática que pondrá a disposición de los docentes herramientas que supondrán mejoras sustanciales en su día a día.
Ninguna reforma educativa tiene sentido si no se apoya en quienes están cada día en las aulas. Por eso, el gran reto de la legislatura es la reforma en profundidad de la función docente: formación inicial, sistema de acceso, perfiles competenciales, formación en ejercicio y condiciones laborales.
Será un camino complejo, pero ineludible. Porque los docentes son la base irrenunciable del sistema.
Más inversión, más oportunidades
Un sistema en el que todos y todas cuentan. La etapa de 0 a 3 años se ha convertido en un elemento fundamental. No es sólo clave en la conciliación familiar y los avances sociales, es una palanca decisiva para el futuro escolar del alumnado.
Por eso, en los últimos años hemos invertido más de 650 millones de euros para crear más de 65.000 plazas públicas de educación infantil. Gracias a ello, España está hoy a la cabeza de la Unión Europea y de la OCDE en escolarización a los dos años. Una generación entera, de 0 a 3 años, empieza su vida educativa con más apoyo que nunca.
Si hay un cambio que merece el título de revolución silenciosa, ese es el de la Formación Profesional. Durante años fue la hermana pequeña del sistema, a veces vista como segunda opción. Hoy es uno de los motores de empleabilidad más potentes que tenemos.
La inversión ha crecido de manera exponencial: de 187 millones de euros en 2018 a más de 1.200 millones en 2023. El salto es del 550%. Con esos recursos se han creado nuevos ciclos ligados a sectores estratégicos —energías renovables, digitalización, sanidad, movilidad— y se ha reforzado la FP dual, que combina el aprendizaje en el aula con la experiencia directa en la empresa.
Los resultados hablan por sí solos: más de 1,2 millones de estudiantes matriculados en FP, una cifra récord, y una mejora sustancial en la empleabilidad. Y el impulso no se detiene: este curso se han aprobado 867 millones para formar a trabajadores ocupados y desempleados, 31 millones para proyectos con pymes y micropymes, y 24,9 millones para microformaciones online adaptadas a cada sector.
Durante décadas, España arrastró un problema: demasiados jóvenes abandonaban sus estudios demasiado pronto. Eso fracturaba su futuro y el de la sociedad.
Hoy, gracias a programas de refuerzo como PROA+ y las medidas de educación inclusiva, esa cifra ha caído al 13%, un mínimo histórico y cinco puntos menos que en 2018.
Pocas cosas simbolizan mejor la igualdad de oportunidades que una beca. Hoy llegan a un millón de estudiantes, y en el curso 2025/26 alcanzarán una inversión récord de 2.544 millones de euros.
Lo importante, lo que cuenta, es que detrás de esas cifras hay miles de jóvenes que pueden seguir estudiando sin que la renta familiar o el lugar de residencia los condenen a quedarse atrás. Historias de esfuerzo que, sin una ayuda a tiempo, se habrían quedado en el camino.
Por otro lado, la pandemia dejó claro que la tecnología no puede permanecer ajena a la enseñanza. Y nos dejó otra lección fundamental: no basta con tener dispositivos; hay que saber usarlos.
Por eso hemos financiado aulas con equipos digitales, conexiones rápidas y plataformas de formación. Más de 629.000 docentes ya han sido acreditados en competencias digitales. Y lo más importante: la educación digital se integra ahora en el currículo con un enfoque transversal. No se trata solo de aprender a manejar herramientas, sino de hacerlo con criterio, de manera crítica y ética.
A menudo se habla de matemáticas, idiomas o ciencia, pero las enseñanzas artísticas son también un pilar del sistema. Por eso se ha aprobado una nueva Ley que ha contado con un consenso inédito y que se empieza a desarrollar con la creación del Consejo Superior de Enseñanzas Artísticas.
El arte educa la sensibilidad, la creatividad y la mirada crítica. Y eso, en un mundo saturado de estímulos, que cambia muy rápido y rodeado de ruido, es más necesario que nunca.
Apuesta por la educación pública
Todos estos avances serían imposibles sin un refuerzo decidido de la inversión pública. En 2018, el presupuesto en educación era de 2.398 millones. En 2025, asciende a 6.730 millones. Un aumento del 180%.
Pero más allá de la cifra, lo importante es el destino: reducir desigualdades territoriales y sociales, llevar la educación pública a cada rincón y asegurar que sea gratuita, inclusiva y de calidad.
La educación no la construye un ministerio, ni un Gobierno, ni un partido. La construimos entre todos: docentes, familias, alumnado, administraciones, sociedad civil. Es un trabajo colectivo y, a la vez, una apuesta de futuro.
Diego y Andrea lo saben bien. Ellos son la prueba de que, con esfuerzo personal y con un sistema que abre oportunidades, todo es posible. Dentro de otra década, cuando volvamos a celebrar un aniversario de El Diario de la Educación, habrá más historias como la suya. Y todas nos recordarán una verdad sencilla y poderosa: más educación significa más futuro.


