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Casi un 20% de los jóvenes menores de 25 años consideran que los años de la dictadura fueron buenos o muy buenos. Es lo que dice la última encuesta del CIS y ha sido confirmado por otros sondeos de opinión. Cada vez hay más jóvenes, sobre todo chicos, que dan la cara en programas de televisión para decir que no era para tanto. Algunos incluso se atreven a decir que bajo Franco se vivía mejor. No tienen ni idea, porque no habían nacido, ni lo han deducido de lecturas contrastadas, sino de TikTok, pero ensalzan el pasado como una manera de criticar el presente y de fabular sobre un futuro diferente del que les espera.
Esta realidad ha acelerado el debate sobre el peligro de banalización del franquismo cuando se cumplen 50 años de la muerte del dictador. Menospreciar lo que supuso el levantamiento de Franco, la guerra, la represión, el hambre y la persecución de la libertad juega obviamente a favor de quienes hoy quieren desnaturalizar o acabar con la democracia. El relato es tan sencillo y eficaz como el siguiente: si la democracia no sirve para resolver los problemas de la gente, si no facilita el acceso a la vivienda, si no ofrece estabilidad en el trabajo y si además está lastrada por la opacidad de la política y la corrupción, miremos atrás. Y si descubrimos que el pasado fue mejor –cosa a la que estamos dispuestos porque el presente no nos satisface–, ¡pues adelante! Adelante con todo. Hagamos la pelota a Vox, o a Aliança Catalana, que también sirve si dejamos de lado, durante un rato, lo que pasó con las libertades nacionales de Cataluña y con la lengua.
Un retroceso global
¿Cómo puede ser que tantos jóvenes busquen en un pasado donde los muertos se contaron por cientos de miles la solución a los problemas de hoy? No nos pongamos más nerviosos de la cuenta porque la desmemoria no es solo cosa nuestra. En Alemania, donde el pasado fue aún más oscuro, el partido que se reclama heredero de ese pasado está hoy en primer lugar en los sondeos de opinión. En Italia gobierna Giorgia Meloni, que dio sus primeros pasos en política entre los nostálgicos de Mussolini. En el Reino Unido, que fue bombardeado despiadadamente por la Luftwaffe, el partido que guiña el ojo a los nazis puede ganar las próximas elecciones. Podríamos seguir. Añadir a Donald Trump con su ataque frontal a los derechos humanos y la nostalgia del imperio, pero no es el tema.
Estamos, pues, ante una relativización o disposición al blanqueo de los pasados fascistas, por parte de los jóvenes
Echar un vistazo a la situación que nos rodea solo tenía un propósito: recordar que lo que nos pasa no puede analizarse solo en clave española. Las amenazas que sufre nuestra democracia forman parte de una deriva más global. Con un rasgo común: los chicos muestran aún más inclinación a creer que con una dictadura vivirían mejor. La valoración positiva que tienen de Franco llega al 26,8% mientras que la de las chicas no pasa del 16%.
Estamos, pues, ante una relativización o disposición al blanqueo de los pasados fascistas, por parte de los jóvenes, que tiene una dimensión global y otra propia. La más general tiene que ver con la inseguridad social y la angustia generacional en la que viven las nuevas generaciones. Es lo que explica que hoy, en Alemania, ser nazi ya no dé vergüenza como pasaba hace 30 años. No entraremos en ello, porque no es el objeto de este artículo. Nos centraremos más en la dimensión propia de esta deriva, relacionada con la guerra y con el franquismo o, mejor dicho, en cómo lo hemos interiorizado y cómo lo hemos explicado.
La banalización del franquismo
Con una observación previa: las encuestas prueban que el problema no lo tenemos solo con los jóvenes. De hecho, la valoración positiva del franquismo es más alta en los dos extremos de la pirámide: entre los jóvenes de menos de 25 años, como hemos dicho (20%), y entre los mayores de 65 años (35%). Por un lado, desconocimiento del pasado; por el otro, nostalgia de unos tiempos en los que la vida era dura (mucho más que ahora), pero la esperanza de que el futuro fuera mejor era mucho más alta. He abordado esta cuestión desde un punto de vista literario en mi última novela, La casa de les tres xemeneies (La casa de las tres chimeneas), ambientada a principios de los años 60, en Barcelona.
El país acababa de salir de dos décadas de privaciones extremas, y empezaba todo aquello que el régimen franquista conceptualizó como el “desarrollo”. Uno de los personajes, una mujer de procedencia andaluza que, en la novela, vive en las barracas de Can Valero, en Montjuïc, le dice al protagonista, un chico joven nacido en el exilio: nosotros aquí hemos sido felices. Sabemos que era una felicidad relativa, pero lo que alimenta la memoria son las percepciones, más que los hechos. El índice de banalización del franquismo solo baja entre las franjas intermedias de población, aquellas que crecieron durante los últimos años de la dictadura cuando Franco se había convertido en una aberración histórica. La percepción positiva que tienen estas generaciones es menor que la de los extremos: 18-24 años (20%), 25-34 años (16%), 35-44 años (18,5%) y 45-54 años (20,6%).
Si nos centramos en los jóvenes, quizá podemos encontrar algunas explicaciones a lo que piensan del franquismo, más allá del malestar que padecen como generación. Su percepción positiva de Franco no tiene que ver, obviamente, con la nostalgia de los mayores. Tenemos que preguntarnos si les hemos explicado bien lo que fue el régimen, en la escuela y a través del discurso público. Aquí es donde, quizá, puede verse lo que no se ha hecho suficientemente bien y que aún estamos a tiempo de corregir. Yo mismo me he visto en la necesidad de explicar el régimen de Franco a jóvenes cuando he ido a alguna escuela para comentar alguna de mis novelas ambientadas en los años de la guerra y el exilio.
Solo puede responderse hablándoles de Franco y del régimen desde su perspectiva. La de los jóvenes
¿Qué podemos hacer?
La experiencia ha sido reveladora de aquello que dicen las encuestas y me ha sugerido alguna idea que querría compartir. Me he encontrado con un muro de escepticismo e incomprensión si les he explicado el franquismo de manera, digamos, tradicional: el levantamiento, la guerra, la represión, el exilio, el antifranquismo político. No pretendo decir que no haya que hacerlo. Pero reducir la historia del franquismo a la lucha política entre los demócratas y el régimen no es suficiente. Puede ser incluso perjudicial para jóvenes que han vivido siempre en democracia y que la ven como un hecho, más que como un valor (o que incluso tienen una concepción más bien crítica de ella). Uno de ellos me dijo: por un lado estaban los republicanos; por el otro, los franquistas. En medio estaba la gran mayoría de la gente que no estaba con nadie y que se apuntó al caballo ganador. Es una concepción que no puede rebatirse solo con cifras de muertos, encarcelados, fusilados o exiliados. Solo puede responderse hablándoles de Franco y del régimen desde su perspectiva. La de los jóvenes.
Con esto quiero decir que narrar las barbaridades represivas del franquismo es necesario pero no suficiente. Por supuesto, debemos seguir mencionando la Modelo, el Camp de la Bota, las víctimas que aún están enterradas en las fosas, el sufrimiento de los exiliados, la lucha antifranquista o la represión sobre la cultura y la lengua, pero debemos conseguir explicarles más y mejor cómo el franquismo afectó a los jóvenes como ellos (y cómo una regresión democrática volvería a afectarles). Debemos dejar claro que el conflicto entre democracia y dictadura no es solo político (como se presenta en la mayoría de libros de historia escolares). No es verdad que en medio estuviera “el pueblo”, como decía mi interlocutor, mientras todo era una batalla política entre “los unos y los otros”. El pueblo (y los jóvenes) fueron quienes más sufrieron el franquismo. No lo sufrieron solo quienes acabaron en las cárceles o en los campos de concentración.
A los jóvenes debemos hablarles más del franquismo cotidiano. Aquel que afectó la vida de millones de personas
Lo primero que le dije a aquel chico es que bajo el franquismo, aquel debate sobre la historia no podríamos tenerlo, que en aquella aula solo habría chicos o chicas, y que cuando saliera del colegio no podría coger de la mano a su amiguita. Como con eso se rió, añadí que si un falangista o la Guardia Civil les pillaba dándose un beso, la amiguita podía acabar unos meses en un convento del siniestro Patronato de Protección de la Mujer. En definitiva, intenté hablar de cómo la dictadura franquista no era solo un régimen político “diferente de la democracia”. Era un sistema de control de toda la sociedad, y particularmente de los jóvenes. Un sistema de represión que les afectaría a ellos y a ellas, y no solo a detenidos y torturados antifranquistas.
A los jóvenes debemos hablarles más del franquismo cotidiano. Aquel que afectó la vida de millones de personas. No hablar solo del franquismo como un sistema político, y del antifranquismo, que era importante pero minoritario. En una guerra o en una dictadura, la gente no se divide entre quienes cogen el fusil y se apuntan a uno de los dos bandos. Esos siempre son una minoría. La falta de libertad no es solo una barbaridad porque prohíbe partidos y sindicatos. Lo es porque condiciona la vida de cualquier ciudadano, y quizá aún más la de los jóvenes, que son sus principales usuarios. Lo que debemos explicarles, más y mejor, es que esta no es una historia de buenos y malos (aunque también lo sea).
Tenemos que reivindicar la dimensión cotidiana de la libertad si queremos que la valoren. No debemos explicarles solo que sin libertad no podrían votar, porque quizá son de los que no votan. Debemos hacerles ver que sin libertad no podrán hacer nada de lo que hacen, ni podrán ser nada de lo que quieren ser. Quizá así lo entiendan mejor.


