No existe un único perfil suicida, sino contextos diversos que merecen respuestas distintas, pero sí se pueden detectar cambios de comportamiento que pueden dar el toque de alerta, como el aislamiento social o la pérdida de interés de actividades que antes gustaban. Esto es lo que opinan algunas de las personas especialistas procedentes del mundo de la educación, la psicología y la sociología a quienes hemos consultado.
Jaume Funes es psicólogo, educador y periodista, y tiene una dilatada experiencia profesional en el mundo de los adolescentes y jóvenes y sus dificultades sociales. Considera que confiar todo en la puesta en marcha de protocolos en los centros educativos es insuficiente, ya que se debe tener en cuenta la capacidad y el tiempo que el profesorado puede dedicar a estas cuestiones: “Si el protocolo no sirve para intentar alertar, no sirve”.
Funes remarca que el suicidio juvenil ya era una cuestión muy grave antes de la pandemia de la Covid, y es que el 2020 fue la primera causa de muerte entre las personas de 15 a 44 años. Sin embargo, se disparan las alarmas cuando se conocen nuevas víctimas y nuevas cifras.
Más allá del suicidio infanto-juvenil: la necesidad de hablar del sufrimiento emocional
“Las razones por las que una persona adolescente puede acabar decidiendo dar ese paso, pueden ser múltiples. Desconozco los motivos de las chicas de Sallent, pero algunas jóvenes deciden plegarse porque no alcanzan el nivel de éxito que los adultos están exigiendo; otros porque tienen unas vidas insoportables; o porque no le encuentran demasiado sentido en la vida; o porque tienen una vivencia de decir ‘no le importe a nadie y si desaparezco no le importará a nadie’”, explica el experto.
Funes aboga por observar la vida en general, la persona y el entorno, y no “simplificar” con la posibilidad de que tenga un problema de salud mental. Sin restar importancia a este elemento, defiende que es necesario acercarse al contexto y al lenguaje de los jóvenes: «Si no tienes idea del universo digital en el que se relacionan los adolescentes, se te escapará una parte importante».
“¿Verdaderamente, en la escuela facilitamos tutores, psicólogos y profesionales que miran las vidas adolescentes para descubrir que pueden acabar mal? Son vidas complicadas, necesitamos que los adultos miren a los adolescentes. Hay que observar, escuchar, y no mirar uno a uno, sino mirar a todo el grupo”, remarca. Y añade: “Hay que ir fuera del despacho, porque si no siempre intentaremos diagnosticar en vez de descubrir el origen del sufrimiento y de las dificultades. La respuesta no es el protocolo, es tener tiempo, ganas y encargo de mirar a vidas adolescentes”.
Más personal formado
La doctora Natàlia Calvo, adjunta de Psicología Clínica del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona e investigadora de CIBERSAM, enfatiza que la adolescencia es un período complejo lleno de cambios que, a veces, pueden producir alteraciones que forman parte del proceso y, en otras ocasiones, pueden llevar a determinadas dificultades o trastornos.
Si bien no existe una única respuesta que indique cómo se puede detectar el riesgo de querer acabar con la propia vida, sí se pueden detectar cambios. Estos cambios pueden estar relacionados, por ejemplo, con dificultades para expresar o regular las emociones, o con las redes sociales y modelos determinados que se establecen a la hora de tener determinados gustos y comportamientos.
“Es un período muy crítico en el que hay mucha vulnerabilidad”, asegura Calvo. “Muchas veces, estamos pidiendo a la sociedad que detecte factores para los que no está entrenada. En las escuelas no están formados por ello mayoritariamente, en las familias el padre y la madre trabajan para sostener la casa… El momento en que estamos viviendo es altamente complejo para los adolescentes y su entorno; y desde los dispositivos de salud mental, no hay personal suficiente, pedimos que nos doten de más personas formadas y preparadas para el abordaje de estas dificultades”.
La doctora insiste en que «no se puede responsabilizar a determinados sectores». “Las familias se culpabilizan, las escuelas lo pasan mal porque no han podido verlo, porque hay una parte de la adolescencia que está encapsulada… Los diferentes actores que actuamos en torno al sujeto deberíamos estar más formados y disponer de más herramientas”.
Una vez identificadas situaciones que generan malestar o que pueden ser susceptibles de tener tendencias suicidas, Calvo sostiene que “deberían activarse los protocolos de salud mental, ir a pediatría y activar la red comunitaria. El problema está en que la red comunitaria está desbordada. Cada vez hay mayor demanda y hay pocos recursos. Muchas veces no tenemos especialistas y las plazas de psicología clínica no aumentan desde hace años”.
Para Calvo, la pandemia ha permitido visualizar muchas dificultades de salud mental de los jóvenes, pero no hay servicios suficientes para abordarlos. “Los jóvenes lo están pasando muy mal, y debemos dar una respuesta. Ante los primeros signos, es necesario actuar para que no se convierta en un trastorno muy sólido”.
Tendencia al aislamiento
Anna Romeu, presidenta de la Sección de Emergencias del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña, remarca que el primer paso es conocer al adolescente, sean familiares cercanos o educadores, porque muchas veces la persona no verbaliza su sufrimiento, pero hace cambios que deben observarse. “Suelen ser cambios como encerrarse más en uno mismo, perder interés en cosas que normalmente interesaban, o dejar de lado amigos y actividades”.
Los cambios de actitud suelen ser buenas pistas. Así, estar más irritable, enojarse más y estar más triste o desmotivado, pueden ser características a tener en cuenta, así como el comportamiento con las pantallas. “Los jóvenes viven en Internet y, si tienen pensamiento en hacer algo, muchas veces lo buscan en Internet. Así, conocer el historial de navegación puede ayudar”.
Otro factor que puede resultar útil es preguntar a las amistades. “En la adolescencia, los iguales tienen un peso específico muy grande. Sería interesante tener contacto con amigos, con gente cercana al adolescente, para preguntar si han observado algo o si el adolescente les ha contado, porque si se lo dicen a alguien será a amigos cercanos”.
Una vez detectada que una persona está en riesgo de autolesionarse, es importante ofrecer la ayuda adecuada. “Normalmente, cuando una persona tiene ideas de suicidio, lo que hace es encerrarse en sí misma, sea adolescente o mayor. Es importante ofrecerle la mano, ofrecerle a alguien que pueda escuchar, que no se asuste ante lo que el adolescente está viviendo o experimentando, sino que pueda hablar con alguien abiertamente y que le pueda ofrecer una alternativa. Normalmente, se hace con un profesional, pero alguien de confianza puede desempeñar ese papel”.
“Hay que no juzgarlos, no asustarse, no criticarlos, no intentar sacar la idea de la cabeza directamente con negaciones o con resistencias, sino aceptar que se siente así, y tratar de averiguar los motivos por los que tiene estas ideas , si hay algún motivo, si algo le preocupa y, después de ofrecerle ayuda profesional normalmente, seguir con el acompañamiento, no dejarlo solo, no permitir que se aísle tanto”, añade Romeu.
Facilitar herramientas de detección
La presidenta de la Asociación Catalana para la Prevención del Suicidio, Clara Rubio, también es del parecer que hay que dotar a los centros educativos de más personas especializadas y formadas, y que las familias no tienen herramientas suficientes para detectar situaciones tan complejas. «Pensamos que lo relevante es facilitar herramientas de detección al personal docente ya las familias, a través de formación y sensibilización».
«Lo que es necesario, sin embargo, es asegurar que se aplican correctamente los protocolos existentes en situaciones de vulnerabilidad para disminuir factores de riesgo que sabemos empíricamente que pueden llevar a un joven a una situación de desesperanza», asevera.
Las limitaciones de la prevención
José R. Ubieto es psicoanalista y escritor. Coincide en la importancia de tener presente la prevención, pero al existir perfiles muy diversos, las buenas intenciones tienen también sus limitaciones. Recuerda que cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el suicidio como un problema de salud pública en 2004, se iniciaron proyectos como el Código Riesgo Suicidio (CRS) del Servicio Catalán de la Salud en 2014.
“Se establece el perfil de la personalidad suicida y, ‘fijada’ la foto, se difunde para que todos seamos capaces de detectar el comportamiento del ‘suicida sospechoso’ e intervenir adecuadamente. Aquí radica un primer problema, puesto que no existe un único perfil suicida, y las motivaciones y contextos son muy diversos”, explica Ubieto.
“Debemos evitar también dar consistencia a la categoría de ‘personalidad suicida’, ya que puede animar a quienes se sienten atraídos por temas mórbidos a reunirse bajo este rasgo identificatorio. Ésta es la paradoja de la proliferación de páginas web sobre el suicidio que, si bien persiguen prevenirlo, pueden funcionar como fuente de contagio”, añade.
Fijarse en el entorno y no sólo en la persona puede ser una buena forma de hacer prevención. Así, defiende tener en cuenta a la familia, considerar los antecedentes, las coyunturas vitales y la manera de cómo relata la persona su situación. “Responsabilizarla de su acto -que no significa culparle ni reducirlo a la condición de víctima pasiva- es ayudarla a responder. Esto le permitirá evitar identificarse en el objeto caído o rechazado para lanzarse al vacío o desaparecer de la escena y del vínculo al otro. Devolverle, en definitiva, el deseo de vivir”, concluye.
Redes de soporte
La socióloga Glòria Garcia, del Colegio de Profesionales de la Ciencia Política y de la Sociología de Cataluña, indica que “desde la sociología siempre hay que empezar preguntándose lo básico, por extraño que parezca: ¿Cómo es necesario prevenir el suicidio? ¿Por qué se entiende como una problemática a detectar y combatir? ¿Por qué hay algunos suicidios que entendemos (eutanasia) y otros que en modo alguno?”.
Los factores, insiste Garcia, son diversos, como también lo son sus interpretaciones: desde el contexto histórico católico que juzga al suicidio como un pecado, hasta una estructura demográfica que coloca a los estratos infanto-juveniles en posición de escasez y, por tanto, son un bien preciado, pasando por el gran valor que se le da a la vida y por el tabú de la muerte y sobre todo del suicidio. “Seguro que hay muchos más elementos; al menos, el suicidio como tal es un fenómeno social y no un hecho aislado”.
“Por un lado, es preciso decir que el suicidio es la opción que algunas personas contemplan para liberar un malestar extremo. En este sentido, los expertos en la materia distinguirían entre los suicidios que tienen por objetivo acabar con la vida de uno mismo y los suicidios que tienen por objetivo acabar con el sufrimiento extremo derivado de hechos concretos. En ese caso, se trataría de un inmenso grito de ayuda al mundo y es aquí donde hay margen para intervenir, al menos desde la intervención social”.
Garcia relaciona ese “grito de ayuda” en el mundo adolescente con la complejidad social que existe, y cita identidades de género, diversidades estéticas, opciones políticas y activistas, procesos migratorios, modelos familiares y de pareja…. “Son muchas opciones a las que hacer frente de manera individual.. ¡es demasiado abrumador! Además, ¡el sufrimiento en estas elecciones es difícil de detectar tanto para uno mismo/a como para el entorno porque son demasiados ejes!”.
La respuesta, afirma la socióloga, debe ser compartida y corresponsabilizada y, en este sentido, pone de manifiesto la relevancia de los cuidados por la red de soporte y de pertenencia. “Sea cual sea o sea el espacio (virtual, presencial, formal, informal…) se debe facilitar que todo el mundo encuentre espacios donde se sienta acogido, incluido, reconocido, donde poder expresar y aprender a gestionar emociones… lejos ¡de patologizar el batiburrillo interno!”.
“Necesitamos red. Necesitamos tenernos. Necesitamos ser mirados. Para mí es desde aquí que debemos trabajar, tanto para incidir en el riesgo de suicidio como en el malestar emocional que algunas veces llega al suicidio”, cierra Garcia.