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Hace pocas semanas saltaba a los grandes medios el caso de algunos investigadores españoles cuyas firmas aparecían en decenas y decenas de estudios publicados en todo el mundo. Un ritmo que, a todas luces, parecía incompatible con la posibilidad de investigar al mismo ritmo.
El de la publicación de artículos en revistas de impacto es, hoy día, el elefante en el salón, el traje nuevo del emperador del mundo académico. Todo el mundo está obligado a publicar en ciertas revistas de impacto para, así, ganar méritos con los que poder escalar en la vida laboral de la academia. Primero para ser asociado, luego, contratado, titular, para conseguir los sexenios… Una lógica que afecta más a quien menos tiempo lleva, pero que afecta a prácticamente todo el mundo en la universidad.
Más allá de que se puedan producir prácticas de dudosa ética (cobrar a quienes necesitan publicar cientos o miles de dólares por hacerlo, al tiempo que se cobran otros tantos a universidades y gobiernos para acceder a la lectura de las investigaciones), uno de los problemas de estas prácticas es que alejan la investigación del impacto social y educativo que podrían tener. Es uno de los asuntos que la red Retinde aborda en su documento La investigación educativa en España: situación actual y propuestas de mejora.
Hablamos con Coral González Barbera, vicedecana de Ordenación Académica en la Facultad de Educación de la Complutense de Madrid; Adriana Gewerc, profesora titular del Departamento de Pedagogía y Didáctica de la Universidad de Santiago de Compostela; Xavier Úcar, catedrático de Pedagogía Social de la Autónoma de Barcelona y Javier Murillo, profesor titular de Métodos de Investigación y Evaluación Educativa en la Autónoma de Madrid. El grupo ha participado activamente en la redacción del documento que han validado todos los grupos que conforman Retinde.
Desconexión
Miles de personas se dedican a la investigación relacionada con la educación en España. Seguramente no hay tanta gente leyendo esa investigación en el país. Las razones son variadas. La falta de una cultura que vea la investigación como parte del hecho educativo, como una herramienta que puede ser eficaz y relevante a la hora de tomar decisiones. Decisiones en un claustro, en un servicio de inspección educativa o en un Ministerio de Educación.
Como explica Javier Murillo «hay que ver las causas en la propia investigación porque igual no tocamos los temas o no de la manera adecuada, pero también tiene que ver con la financiación, con la presión que recibimos en relación a nuestra carrera profesional, con la formación de profesores pero también con hasta qué punto quienes deciden piensan en la investigación para tomar decisiones informadas».
Esa desconexión entre investigación y toma de decisiones tiene diferentes niveles. Por una parte está la que se produce entre universidad y escuela. A pesar de que hay muchísimos casos de éxito, existen importantes impedimentos burocráticos que quienes investigan se encuentran cuando intentan acudir a centros educativos. «No podemos entrar en las escuelas a investigar a no ser que tengamos un amigo director y nos abra la puerta», explica la Adriana Gewerc. Coral González, que ha dedicado parte de su carrera a hacer investigación cuantitativa, ha recibido el apoyo de administraciones como la de Madrid o País Vasco. «Solo una carta de inspección o la administración que les obliga a atendernos. Fin». A esto se suma que en algunas de estas ocasiones han querido hacer devolución de información a los centros (no contemplada en la propia investigación) y la administración intermediaria no la ha enviado a los destinatarios finales. «Incluso cuando te dan la oportunidad de devolver algo, el sistema a veces no nos lo permite», zanja.
Pero va más allá de este ámbito. Para Gewerc «es como girar en vacío», ya que la administración financia una investigación que no tiene en cuenta después. Y no solo esto. Destacan otros problemas como que no haya un mapa de la investigación educativa actual, que no se sepa quién está haciendo qué ni dónde. Gewerc explica cómo la administración puede financiar dos o tres investigaciones muy similares, con preguntas casi idénticas y resultados, claro, tremendamente parecidos. Al no tener una visión de conjunto de lo que se está investigando y financiando de esta manera, se pueden estar perdiendo acercamientos relevantes para la educación. Gewerc reivindica que se generen publicaciones, como en países de Europa y Latinoamérica, en los que se hagan «estados de la investigación». «Nosotros ni siquiera tenemos acceso a las bases de datos de las investigaciones financiadas, no sabemos quiénes investigan ni qué investigan», explica.
A la falta de herramientas o posibilidades para que quienes se dedican a la investigación tengan acceso al conocimiento previo y contemporáneo, Úcar suma el hecho de que estudiantes universitarios que están realizando trabajos de final de máster tampoco puedan acceder a bibliografía que les interesa porque universidades o gobiernos no pagan a determinadas editoriales de revistas indexadas.
Y junto a esto, la poca relevancia que tiene la investigación en la formación de futuros docentes, ya sean en Magisterio o en los máster de secundaria. Pocas son las horas o materias que se le dedican a estas cuestiones en los centros de formación, lo que tampoco ayuda a que, una vez estén en las aulas, tengan presente la investigación educativa como herramienta posible.
«Hablando de investigación, esta dice que cuanto más formados están sus destinatarios más la usan y la aplican», explica Murillo. Desde su punto de vista, la enseñanza que realizan en las facultades «es francamente insuficiente para usar la investigación en la toma de decisiones. Ahí tenemos un reto importante». Aunque los temarios de los estudios universitarios dependen del Gobierno central.
Divulgación
Si un árbol cae en un bosque y nadie lo oye, ¿hace algún sonido? Se trata de un dilema parecido al de quien investiga en educación. Si alguien investiga pero nadie lo lee, ¿ha investigado? «La investigación educativa tiene sentido en la medida en que ayudamos a mejorar la educación», explica Murillo.
Pero, en realidad, como admiten casi todos ellos, el sistema universitario de investigación, al menos en educación, tiene un impacto limitado en la toma de decisiones. Y esto es así porque la manera la que el profesorado universitario tiene de mejorar sus condiciones de trabajo y sus ascensos pasan por la publicación de los resultados de investigación en revistas de impacto, que se llaman. Revistas que han entrado en una espiral complicada en la que se cobra por publicar y por leer, una dinámica en la que si quieres publicar en «abierto», explica Úcar, pueden pedirte 3.500 dólares. Publicaciones que en buena medida se editan en inglés.
Como explica Murillo, el sistema público, vía financiación ministerial o autonómica, paga investigaciones de las que luego no recoge resultados puesto que obliga a quienes las han realizado a publicar en revistas extranjeras. «Publicar en esas revistas que cobran supone alejar la investigación de la toma de decisiones», comenta.
Una lógica que tiene que ver, también, con el hecho de que en los rankings de universidades se tengan en cuenta el número de docentes que han publicado en este tipo de revistas de impacto. «Publicamos en lugares donde solo leemos nosotros», explica Coral González.
Esta vicedecana resume en una frase otro de los problemas de este sistema: «Yo tengo dos objetivos que el sistema no me permite cumplir a la vez porque me exige que publique en revistas científicas de cierto nivel que pertenecen a determinadas entidades en las que muchos compañeros no tienen acceso porque no las pueden leer».
«Hay que cambiar el sistema», defiende Úcar mientras explica que es una simple cuestión de voluntad política llevar el foco desde la publicación en este tipo de revistas hacia otro lugar al contar los méritos de quienes están en la academia. «¿Qué calidad es esa?», se pregunta, en referencia a la de las revistas de divulgación, «sobre todo cuando sabemos que hay redes de personas que se citan unas a otras», cierra.
Propuestas
El documento, además de ser una lista de necesidades, también plantea propuestas de mejora para que el sistema de investigación educativa universitaria llegue a los centros educativos y socioeducativos. Entre otras cuestiones, por supuesto, el incremento de la inversión en investigación. Como explica Murillo, están intentando averiguar cuál es el monto que las administraciones le dedican, puesto que no son transparentes en este sentido. El objetivo también es poner negro sobre blanco las grandes diferencias que parece haber entre las autonomías en este capítulo.
Además de la inversión, también es necesario generar políticas investigadoras «coherentes en todo el Estado», «incentivar y racionalizar las carreras investigadoras» o «conectar los resultados de la investigación con las prácticas educativas».
Desvincular la carrera profesional de las y los investigadores de la publicación en ciertas revistas sería otro paso para mejorar la calidad y acceso a los resultados, así como el fomento de la conexión entre los diferentes departamentos o áreas en los que se ha visto dividida desde hace año. Para Úcar «hay un mal endémico de la educación que arrastramos como mínimo desde los 70, las áreas del conocimiento en educación que han fragmentado los grupos de investigación, las preguntas de investigación». Algo que, desde su punto de vista, tampoco ha cambiado la LOSU.
También reclaman la elaboración de ese mapa de investigaciones para poder racionalizar el trabajo y los recursos, al mismo tiempo que aumenta la transparencia en el acceso «a los datos de la investigación educativa y a los centros y entidades públicas en los que se desarrollan las prácticas educativas».
En definitiva, puesto que son muchas las propuestas, hacer todos los esfuerzos posibles por mejorar la investigación, aumentar su campo de acción y conseguir que llegue a donde tiene que llegar, a quienes trabajan en centros educativos y socioeducativos y toman las decisiones que impactan en su día a día. Mejorar la consideración en relación a lo que supone la investigación, también entre quienes han de tomar esas decisiones (políticos, administraciones, profesionales a pie de centro o de aula) para que se entienda que «si la investigación no sirve para impactar y mejorar la educación en sus distintos elementos para nada sirve», como afirma Murillo.
1 comentario
Muy buena nota. Describe con mucha precisión la situación de nuestro colectivo. La propuesta de RETINDE es esperanzadora. Quisiera apoyarla con mi firma como investigadora del campo. Si contáis con más información sobre cómo podemos participar y sumarnos a la iniciativa será de agradecer.