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El pasado 21 de julio de 2023, en la 35th Annual Will Eisner Comic Industry Awards (uno de los premios internacionales más importantes del sector del cómic), destacaba especialmente el nombre de la canadiense Kate Beaton, ganadora del Premio a la mejor obra autobiográfica y del Premio al autor completo (guionista y dibujante). El reconocimiento era esperado después de que su obra hubiera sido escogida en 2022 como “Libro Notable” por el New York Times, como “Mejor Libro del año” por New Yorker, Time, NPR, Chicago Tribune y Washington Post, o “mejor novela gráfica del año” por Forbes y Guardian, entre otros muchos premios, de los que destaca, curiosamente, la elección de Barack Obama como uno de sus veinte libros favoritos del año.
Kate Beaton, nacida en Inverness County, en Nova Scotia (Canadá), en 1983, es conocida por ser la creadora de la tira cómica Hark! A Vagrant (2007-2018), publicada inicialmente en Internet (de la que la editorial Ponent Mon publicó en castellano una recopilación en 2013), unas tiras de humor irreverentes sobre personalidades históricas o personajes de obras clásicas, mostrados en situaciones hilarantes y anacrónicas, al traerlos al presente, por ejemplo. Por cierto, la tira también ganó un Premio Eisner a la mejor publicación de humor en 2016. Destacan sus dos obras infantiles: La princesa y el poni (The Princess and The Pony, 2015) y El rey bebé (King Baby, 2016), publicados en 2017 y 2018, respectivamente, en castellano y catalán por el sello Astronave de Norma Editorial.
Todos estos éxitos son importantes porque le dieron algo muy preciado: tiempo… tiempo para poder dedicarse a su primera novela gráfica, una obra autobiográfica sobre su experiencia real cuando apenas tenía 21 años, en 2005, y acababa de licenciarse en la universidad. La multipremiada obra tiene el singular título: Patos: dos años en las arenas petrolíferas (Ducks: two years in the oil sands, 2022), publicada en castellano en febrero de 2023 por Norma Editorial, con traducción de Gema Moraleda. El resultado es de más de 430 páginas realizadas en bitono y, gracias a su experiencia de casi tres lustros dibujando, la novela gráfica muestra una capacidad narrativa apabullante a pesar de que, a priori, resultaba un reto tremendamente complejo por ser una historia que sucede en varias empresas y localizaciones, interactuando con muchas personas y mostrando, en realidad, aspectos muy diferentes entre sí como son el acoso laboral, el abuso sexual o la sensibilización por el medio ambiente.
Efectivamente, Patos tiene varios niveles de lectura… pero, empecemos por el primero: el título, que tiene hasta tres interpretaciones. Primera, los patos son aves acuáticas cuyos hábitats son de agua dulce, como lagos, ríos, arroyos y estanques. Buscan el agua y la vegetación al norte del continente americano en primavera y verano, y migran hacia el sur buscando zonas más cálidas, huyendo del gélido frío y del hielo. La omnipresente protagonista de la novela gráfica, Katie (la autora, Kate, reconoce que al utilizar esa acepción más coloquial de su nombre le parecía como si estuviera hablando de otra persona), nos dice en una de las primeras páginas lo siguiente: «Hay una cosa que debo decir. No se puede entender Cabo Bretón [Nueva Escocia, Canadá, donde vive la familia de Beaton] sin entender dos experiencias diametralmente opuestas pero muy arraigadas aquí: Un profundo amor por el hogar y la certeza de que muy a menudo hay que abandonarlo para buscar trabajo en otro sitio».
Esa mentalidad dual probablemente tenga reminiscencias de la época colonial y se haya aceptado por las familias desde hace más de un siglo, poblando el país hacia el oeste, a remolque de las industrias que fueran surgiendo. En una de las entrevistas, la misma autora alertaba de la despoblación: «Cuando acabé mi último día en la universidad, éramos 23 personas en mi curso, pero, ese mismo año, en primero solo se habían matriculado 7, cuando en la época de mis padres eran 90 en clase». La región del Cabo Bretón exportaba pescado, carbón, acero… «pero, en 2005, lo que más exporta son personas, esto es habitual en la costa atlántica de Canadá… Lo único que nos decían sobre un futuro mejor era que teníamos que dejar nuestro hogar para conseguirlo».
¿Y qué pasó en 2005? Pues que la joven Katie acabó sus estudios de “letras”, como ella misma reconoce, en la Mount Allison University de New Brunswick y, con ello, se activaba una losa de gran dimensión sobre su cabeza: la obligación de devolver el préstamo estudiantil que había pedido para poder cursar sus estudios. Esta es la realidad de una gran cantidad de jóvenes, la finalización de la carrera es la constatación de una gran deuda que hay que devolver. Aunque peor lo tienes si has estudiado historia y antropología y no quieres dedicarte a la docencia, como era su caso.
La solución era fácil, ir a trabajar a una empresa petrolífera en Alberta, a más de 4.400 km de su casa, donde no faltaban las oportunidades. Las arenas bituminosas de Alberta son la tercera reserva de petróleo más grande del mundo. Las minas son lo suficientemente grandes como para ser vistas desde el espacio. Esa era la década de las explotaciones energéticas en el interior del país, un territorio de trabajo asegurado y, sobre todo, bien pagado, bien por la dificultad de la tarea o las condiciones, bien por la posibilidad de realizar horas extras sin problemas o en horarios con mejor retribución, como noches y festivos, o bien por los turnos de larga duración. Un calvario ideal para los que necesitan devolver préstamos.
Patos es la historia de ese periplo de Katie que duró dos años, donde primero trabajó de camarera compaginándolo con un trabajo en una empresa petrolera, en la que acabó decidiendo ir a vivir a un campamento al lado de la explotación (las minas están en lugares inhóspitos, con el consecuente peligro de accidentes in itinere, de los que vemos algunos en el mismo cómic provocados por el hielo y las malas condiciones meteorológicas). Esa etapa es tan intensa que decide dejarlo al cabo de un tiempo y buscar un trabajo en la ciudad, que acaban siendo varios para poder tener un sueldo digno, lo que al final le lleva a volver a otra empresa petrolífera, en este caso a otro campamento, pero con la garantía de volver a ganar un sueldo que le permita devolver el préstamo, al que el banco no le da ninguna facilidad, porque «ya no eres estudiante».
La autora utiliza, para cada escena de cada lugar nuevo, una presentación de las personas con las que interactuará y una visión general de lugar para situar al lector, que en ningún momento se pierde, está todo muy claro, no solo por la planificación y el dibujo, sino porque los valores que nos enseña lo hace a través del ejemplo, mostrando las diferentes situaciones que vivió. Y lo que vemos es dantesco: en un contexto laboral donde hay una mujer por cada cincuenta hombres, los comentarios machistas, las miradas lascivas y las insinuaciones indecorosas son permanentes, durante la jornada laboral, y durante el descanso (en el gimnasio, o en su propia habitación, con “despistados” que abren su puerta “sin querer” cada noche, por ejemplo). La ilustración de la cubierta nos sitúa en la realidad, cuando la protagonista aparece al lado de una rueda de más de 4 metros de diámetro ante un paisaje sombrío. El acoso sexual se convierte en algo habitual, cotidiano y hasta perenne, como cuando los hombres se alineaban en el mostrador con una cola que rodeaba el edificio, con excusas estrafalarias, solo para observar a la joven. Tan cotidiano que para ella es imperceptible, no se da cuenta y lo atañe a un día de mucho trabajo.
Lo que vemos a lo largo de la novela gráfica son numerosos ejemplos de masculinidad tóxica, agravado por los problemas de salud mental que pueden generar las duras condiciones de trabajo tanto físicas (a muy baja temperatura, en algún momento están a -50ºC) como mentales, provocado por la nostalgia y el aislamiento (separados de la familia durante largos períodos), la soledad y el aburrimiento (en el horario trabajo, por la monotonía, y en el tiempo de descanso, por la austeridad del lugar). Y la sensación de riesgo de accidente laboral es permanente, no solo por el frío, sino por las condiciones implícitas en el trabajo con varias muertes explicadas por la autora: por accidente de coche, por aplastamiento por un camión gigante que no había visto la furgoneta o por un infarto en lo alto de una grúa. También con extrañas enfermedades: a la propia Katie le aparecen llagas en la espalda debido al aire contaminado, y descubre que hay muchas más personas en la misma situación. Este infierno industrial plagado de peligros parece un entorno alienante para cualquiera.
Todo ello, salpicado de adicciones, por el alcohol y, en especial, por la cocaína, ya que los propios trabajadores valoran que a las pocas horas es difícil encontrar restos en su cuerpo, por si les hicieran un control de drogas repentino o tuvieran un accidente, a diferencia de la marihuana, que permanece en el cuerpo durante semanas. Si, además, eres un trabajador temporero, nadie se preocupa por ti, y cuando dejas la empresa, ésta ya no tiene ninguna responsabilidad, y menos aún si eres de otro estado o país.
Y, si eres una mujer, menos aún. Vivir con miedo era diario, las 24 horas. La propia autora indica en una de sus viñetas que «Nadie estaba acostumbrado a que te trataran bien en el trabajo», como si fueran algo normal las manifestaciones de poder de los falsos líderes, la humillación constante a la que es sometida (ya se pueden imaginar que la llaman de todas las formas posibles, menos por su nombre), cosificándola continuamente (en el campamento “un 4 pasa a ser un 7”, así que, al bajar el nivel de exigencia, todas sufren acoso sexual continuamente de forma indiscriminada). De hecho, la autora también es víctima de abuso sexual en una borrachera, y es sincera explicando su reacción y su justificación de por qué no lo denunció, aunque es evidente que le provocó un trauma por lo que vemos a lo largo de las páginas.
Y, todo ello, ante la permisividad de la propia empresa, que solo actuaba ante situaciones graves, lo que hace que sea visible y reconocida la impunidad de los machistas, sin que nadie haga nada, provocando que no haya ganas ni de denunciar («Tú sabías que este era un mundo de hombres cuando viniste, no siempre es agradable… Vas a tener que ser más dura. No puedo dar un trato especial a nadie»). Ese ambiente tóxico, que fomenta la cultura de la violación, normaliza el acoso laboral y sexual y convierte a la trabajadora en una víctima de una tortura que se va realizando de forma sostenida en el tiempo durante horas, días y semanas y que va generando un desgaste que se hace imperceptible para la propia persona. La novela gráfica se llama Patos por un incidente real ocurrido en 2008, donde cientos de patos migratorios murieron, primero fueron 200, finalmente se cree que pudo llegar a 2.000, todos ellos envenenados al beber las aguas contaminadas en que se había convertido la laguna, provocado por la actividad fabril. Katie, como los patos, tampoco se dio cuenta del mal que le estaba haciendo el trabajo, y el final de la novela gráfica es muy simbólico en ese sentido. Dibujar la novela gráfica seguro que tendría una gran componente de catarsis emocional.
Decíamos que el título tiene hasta tres interpretaciones: el perfil migratorio, el envenenamiento progresivo involuntario y las consecuencias negativas de las acciones contra el medio ambiente, sobre lo poco que nos preocupaba hace pocos años a nivel social la contaminación y los daños a los territorios de los pueblos indígenas y a la salud de la población. La hermana de la autora, que también acabó trabajando con ella en la misma empresa para poder devolver su respectiva deuda, murió de cáncer en 2018, sin que se pueda asociar la causa al efecto. La autora explica en el epílogo cómo sus excompañeros de trabajo en las arenas petrolíferas fueron los primeros en recaudar dinero y enviarlo cuando enfermó.
Ahora sabemos qué es lo que no queremos, en todos los sentidos, en parte porque obras como Patos: dos años en las arenas petrolíferas nos lo muestra con la crueldad de ver lo que estaba pasando realmente, desde los ojos de una espectadora en primera fila, Kate Beaton, que estuvo allí hasta que consiguió devolver el préstamo por completo. Después de un tiempo dibujando en New York (Estados Unidos) y Toronto (Canadá), volvió a Nova Scotia, donde reside desde hace años.