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Cuando educar es sinónimo de instruir, o acumular conocimientos que nos ayudan a dar continuidad a los imperativos sociales (acumular mucho y rápido), estamos hablando del enfoque no esencial superficial, competencial o pragmático, de la educación. Es una parte, pero no el todo. La educación holística requiere del ámbito esencial, que a diferencia de su complementario, no es demandado por la sociedad. En cambio, es el que nos sana.
El origen es lo esencial, profundo, invisible y atemporal. Preguntémonos si la mirada no habría de estar en vaciar, desaprender, ralentizar y minimizar.
Los educadores tenemos el deber y el privilegio de promover el cuestionamiento de todos aquellos patrones sociales estériles que están necrosando el sentido de la vida.
La educación consciente demanda de un autoconocimiento ilimitado, que nos direccione al derrumbe del ego. Un darse cuenta de nosotros mismos. Para ello la auto-educación es el camino, pues los educadores enseñamos lo que nosotros mismos hacemos para auto-educarnos.
Introducción
A lo largo de la historia uno de los lemas de la educación ha sido, y es, adaptarnos a la sociedad que habitamos. Y es real, en parte, porque ¿Cuál es el sentido de adaptarnos a una sociedad enferma? No podemos educar para adaptarnos, sino para sanarnos. Si lo hacemos solo seremos un eslabón más en la cadena de putrefacción. Y es en este punto donde resulta crucial aclarar algunos conceptos como punto de referencia.
Cuando educar es sinónimo de instruir, o acumular conocimientos que nos ayudan a dar continuidad a los imperativos sociales, estamos hablando del enfoque no esencial superficial o pragmático, de la educación. Es una parte, pero no el todo. La educación holística requiere del ámbito esencial, que a diferencia de su complementario no es demandado por la sociedad. En cambio, es el que nos sana.
En una sociedad inflamada por multitud de acciones escaparatistas, se vuelve medicinal volver al interior. Nos distraen de lo que de verdad nos nutre: la vertiginosa velocidad con que actuamos, la ausencia de silencio y reflexión, el uso descontrolado de tecnología, el alejamiento de la naturaleza, el arrinconamiento de la lectura comprensiva, la actitud amorosa, asertiva, el menosprecio de las artes y de la filosofía en las aulas, la abrumadora competitividad, curriculos inflamados, una famélica educación emocional y espiritual, etc. Ante este panorama urge virar hacia una pedagogía de la interioridad.
El origen es lo esencial, profundo, invisible y atemporal. Preguntémonos si la mirada no habría de estar en vaciar, desaprender, ralentizar y minimizar.
Los educadores tenemos el deber y privilegio de promover el cuestionamiento de todos aquellos patrones sociales estériles que están necrosando el sentido de la vida.
La educación consciente demanda de un autoconocimiento ilimitado, que nos direccione al derrumbe del ego. Un darse cuenta de nosotros mismos. Para ello la auto-educación es el camino.
El pensamiento positivo, por decreto, es la nueva moda que tiraniza el alma
Invertimos cantidades indecorosas de recursos en conquistar otros planetas y en medios de transporte ultrasónicos que nos ahorren tiempo para seguir empleándolo en actividades que nos evaden de nosotros y los demás. Vivimos el desatino de nuestra conquista interior degradando de manera insostenible el entorno que habitamos. Y a esto lo denominamos progreso.
Conocimiento no es sabiduría
Alimentamos nuestra vanidad con actos productivos con el fin de zafarnos de… ¿nosotros? Como si fuera posible.
Nos hemos inundado de proyectos e iniciativas incesantes que nos están conduciendo a la proliferación de enfermedades como la depresión, el cansancio crónico, enfermedades digestivas, inmunológicas e hiperactividad. El pensamiento positivo, por decreto, es la nueva moda que tiraniza el alma. El sosiego solo nos alcanza cuando nos permitimos una regeneración honesta que abra paso a la presencia del ser. Estamos confundiendo la auto-explotación con la realización. Existe un culto al hacer, al saber hacer y al querer poder. Una sociedad del rendimiento donde no hay límites. Huimos del vacío embutiéndolo de dosis que nos enferman. Necesitamos no querer poder. Apremia aburrirnos para poder incubar espacios fértiles de creación. Un tiempo en el que la nada habite nuestra totalidad. La verdadera libertad reside en la contemplación. Esta acuna la serenidad con la podemos pensar y sentir si queremos o no.
Una sociedad temerosa necesita, más que nunca, educadores arriesgados. En el momento en que encomendamos nuestro cometido a las administraciones educativas y a metodologías prometedoras, nos rendimos a ellas.
La libertad emana del autoconocimiento, no de la mente. Vivimos presos del intelecto, dando la espalda al mundo emocional e intuitivo. La inteligencia tiene que ver, en cambio, con la percepción de lo esencial; con esos instantes satori, en que nos disolvemos en la experiencia y acaba toda dualidad. Con una huida de etiquetas morales que nos ausenten del miedo.
Krishnamurti, uno de los mayores filósofos del planeta en el pasado siglo XX, expuso: «¿No sería, por tanto, más valioso empezar cada día, en casa y en la escuela, con algún pensamiento serio, o con alguna lectura que tenga profundidad y significado, en vez de mascullar las mismas palabras o frases aprendidas de memoria? (…) El conocimiento no es comparable con la inteligencia. El conocimiento no es sabiduría. La sabiduría no está a la venta, no es una mercancía que pueda adquirirse al precio del aprendizaje o de la disciplina. La sabiduría no está en los libros, ni se puede acumular, memorizar o almacenar. La sabiduría llega con la renuncia del yo. Tener una mente abierta es más importante que lo que se aprende, y no tendremos una mente abierta atiborrándola de información, sino comprendiendo nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, observándonos cuidadosamente a nosotros mismos, al tiempo que observamos las influencias del exterior, escuchando a los demás».
Impacta la impericia con la que reaccionamos incluso en situaciones sociales extraordinariamente graves como la reciente pandemia del Coronavirus. El miedo y la angustia propias de un imprevisto socio-sanitario de tal alcance planetario obvió desde un principio las auténticas necesidades de la infancia, de la juventud y de las personas adultas. La comunidad educativa, igualmente desconcertada por la imprevisibilidad y magnitud del acontecimiento, y poniendo por delante la buena intención de todos sus miembros, una vez más, apartó las necesidades primordiales de las personas. Sin tener en consideración la dificultad o imposibilidad que supuso para muchas familias de conciliar laboral y escolarmente, una excesiva cantidad de tareas fueron requeridas a niños fuera de su hábitat escolar, que ligado al encierro antinatural, desencadenaron un atroz desconcierto. En demasiados centros educativos se obligó a los niños, en edades muy tempranas, a permanecer toda la jornada escolar delante de una pantalla enlazando tareas del todo prescindibles.
Apremia, por tanto, educar a un profesorado que, de la mano de las familias, tengan el coraje de desaprender lo que no funciona
Que la prioridad en una situación tan abrumadora fuese lastimar la salud para no perder el curso, simboliza nuestra mezquina robustez educativa y humana. ¿Qué relevancia tienen algunas semanas en la vida de una persona como para que atiborremos a los niños con tele-deberes? ¿Alguien ha debido creer que en esto radica que nos vayan mejor las cosas? ¿No hubiese sido más beneficioso que padres e hijos hubieran podido compartir un tiempo para transitar la incertidumbre emocional que apartaba a los pequeños de toda concentración escolar? Porque el miedo provoca tensión y la tensión impide la verdadera atención, puerta de acceso de cualquier conocimiento.
Apremia, por tanto, educar a un profesorado que, de la mano de las familias, tengan el coraje de desaprender lo que no funciona, desterrando ese elevado porcentaje de creencias limitadoras, y tenga la valentía de desenseñar reaprendiendo desde lo que de verdad importa. Docentes con mirada desmedida, transparente, profunda, despierta y flexible para acompañar al alumnado en su camino hacia la madurez, a la vez que ellos mismos siguen educándose en el continuo cuestionamiento y ahínco de sus propias acciones. De lo contrario, el constante apego a lo externo va derivando en terroríficas relaciones de sumisión.
El desapego como práctica educativa tiene que ver con darnos cuenta de que los objetos, experiencias y personas son transitorias, y que el tiempo de su disfrute o penuria es limitado. La expectativa de aferrarnos a ellos provocará el inevitable sufrimiento de su fugacidad. El planteamiento educativo requiere de un entrenamiento progresivo que aminore el miedo y que nos induzca a la autodeterminación. Las escuelas deberían tener como imperativo la auto-observación, la reflexión, el elogio al error y la toma de decisiones propia, con el fin de que el miedo no se convierta en la soga que asfixie nuestra libertad. El autoconocimiento es el comienzo de la inteligencia. Diluye el miedo y abre las puertas al amor. Necesitamos docentes exuberantes en consciencia plena.
A día de hoy, los docentes se asemejan más a dispensadores de currículum que a personas transmisoras de la necesidad de enseñar a comprender lo que significa ser humano (Pring, 2016).
Las escuelas deberían tener como imperativo la auto-observación, la reflexión, el elogio al error y la toma de decisiones propia
Por otro lado, los grilletes políticos que nos avocan a lidiar en el aula con alumnos muy dispares en pro de la igualdad, provocan múltiples situaciones inmanejables para el profesor si tenemos en cuenta las elevadas ratios oficialmente establecidas. Si a este hecho le añadimos la concepción que los políticos tienen del profesorado como meros funcionarios obedientes, obtenemos como resultado el desaprovechamiento de unos auténticos profesionales que han de hacer lo que se les dicte desencadenando desilusión en una profesión de grandiosa sublimidad (Enkvist, 2016). Una educación al servicio de la política y una política al servicio de la economía. La consecuencia es un maniatado deterioro docente.
Educar no es adiestrarnos en el corral de los estereotipos sociales, ni en la falsa seguridad de creencias inamovibles. Eso es ego. Educar a lo grande es preservar nuestro lado primitivo que ha quedado enterrado por millones de ideas que no por ser compartidas por millones de personas han de ser verdad. Educar es provocar, no enjuiciar ni dar nada por sentado. No todo vale. Necesitamos posicionarnos individualmente, en relación a quienes nos rodean, para generar un crisol de individualidades respetadas y que respeten. El complejo abordaje de tal posicionamiento, me resulta menos perturbador que presenciar cómo se deteriora la educación, doblegándose a la tiranía del mérito, los parámetros económicos y la burocracia política.
La educación, al igual que el resto de entidades sociales, están fosilizadas. Llevan a tal atragantamiento de normas, ideas, conceptos baldíos, velocidad y estruendo que el resultado son jóvenes inflamados e intoxicados por un uso desmesurado de la memoria que va lapidando sus ganas.
Autoconocimiento
Llegados a este punto, seamos honestos. El bagaje profesional no se adquiere en cursos esporádicos de formación del profesorado ni por ser licenciado en una materia. Este poso nace de un profundo compromiso y un quehacer autodidacta diario por parte de los educadores que vibren en esta sintonía educativa.
Hasta que el papel del educador no consista en arrancar las vendas del miedo y luchar contra la ceguera interna para lograr la verdadera comprensión de uno mismo, seguiremos sembrando derrumbe y sinsentido dentro y fuera de las aulas. Porque cualquier profesional, antes habrá sido educando. El verdadero reto es formar educadores que hagan brotar en los estudiantes unas alas de libertad que les permitan sobrevolar el mundo con perspectiva.
El asunto principal es deseducar al educador, en primera instancia, para su posterior reeducación. Este es el cimiento sólido de cualquier sistema educativo: las personas. Y, en consecuencia, de las sociedades pacíficas.
Miramos incesantemente al exterior y poco o nada dentro. Hipotecamos nuestras vidas a imperativos grotescos, haciendo de extras de nuestra película en vez de protagonizarla. No hay libertad sin atención plena que desemboque en el autoconocimiento. Aquí anida el sentido de la vida.
2 comentarios
Sencillamente magistral la exposición de la autora, suscribo completamente lo que sostiene. Las y los educadores tenemos que reaprender el ejercer la docencia que deberíamos sentirla como «una profesión de grandiosa sublimidad».
Creo que hoy día, es importante atreverse a cambias el paradigma educativo, una de las limitantes que encuentro es el miedo a cambiar, pensar diferente y sobre todo a entender que es lo que el planteamiento educativo tiene de fondo, la mala interpretación es un mal que se tiene que erradicar.