El odio, como emoción, se ha visto últimamente más legitimado que nunca para determinar decisiones, encuentros, lógicas, soluciones, vínculos. Se trata de una emoción secundaria, relacionada, derivada más bien, de las primarias que se ilustran con colorines en películas animadas y libros infantiles (alegría, enfado, miedo, tristeza, asco y sorpresa). En concreto, dentro del marco de prevención de discursos de odio, hemos trabajado con la tesis de que el odio deriva del miedo, aunque se exprese con las herramientas del enfado.
Los relatos sobre educación emocional nos cuentan que ninguna emoción es positiva ni negativa; dependiendo de nuestro contexto sociocultural y nuestras experiencias personales, unas serán más fáciles de digerir que otras, de identificar, de poner sobre la mesa, de esconder bajo la alfombra. Sin embargo, todas son necesarias, son humanas, son parte de los procesos propios y relacionales que nos construyen como seres eco e interdependientes.
Actualmente, el odio es una emoción a la que se le ha permitido tener un altar dentro de nuestras prácticas comunicativas (recordemos el espacio digital -y no tan digital- de Twitter o ciertos discursos de la política pública institucional, entre otros ejemplos). Parece que puede ponerse encima de la mesa con facilidad, pues se han creado los espacios que la legitiman como foco desde el que expresarse. Esto ha permeado a las aulas, patios y pasillos de los centros educativos. Las violencias que nos permitimos ejercer hacia otros, el odio que emitimos, que exponemos, en redes sociales, programas de televisión, programas políticos y el espacio público, se retroalimenta con el que estamos observando en los centros de educación.
Es por esto, que el curso 22-23, InteRed y Misiones Salesianas hemos ejecutado el proyecto Barrios que cuentan financiado por el Ayuntamiento de Madrid, para trabajar la prevención de discursos de odio. Este proyecto nos ha permitido trabajar junto a ocho comunidades de educación formal e informal, compartiendo con alumnado, profesorado, y educadoras y educadores.
Con las personas adultas, nos hemos centrado en generar un espacio de reflexión sobre prácticas pedagógicas que permitan sustituir los discursos de odio y los negacionismos, y generar narrativas alternativas de cooperación y cohesión social que fomenten, a su vez, el pensamiento crítico. La evolución de las formaciones compartidas partía desde la necesidad de educación emocional para poder superar esta problemática. Hemos hablado del odio y, por lo tanto, del miedo. Del miedo a lo desconocido, a lo incontrolable, a lo que no entendemos…
Estas abstracciones se reflejan en concreciones que exponían las y los docentes, como el miedo a la muerte, al diferente, al extranjero, al cambio de casa, al cambio en general, a quedarnos sin recursos económicos, a la enfermedad, a la soledad, a la pérdida de seres queridos, pero también, a un alumnado que busque boicotear una clase, a no saber que decir, que responder, ante preguntas complicadas, a abrir melones que no podemos cerrar ni acompañar a gestionar por tiempo y energía.
Estos miedos, al colectivizarse, se convierten en comunes. Hablamos de cómo sucesos sociohistóricos como el 11S, la crisis del 2008 o la pandemia de la COVID-19, han favorecido que estos miedos se gestionen de un modo u otro. El miedo al terrorismo (a la muerte, a lo inesperado, a lo injusto…), se responde con cierre de fronteras; el miedo a lo incontrolable se responde con soluciones que entrelazan nuestras definiciones de control y de seguridad, sin que hayamos podido definir bien qué es cada término y cómo queremos que se aplique. Estos miedos han retroalimentado una narrativa que ya existía y predominaba bajo el sistema capitalista, la que se basa en la concepción de que el ser humano es egoísta, individualista y tiene tatuado en el alma el sálvese quien pueda.
Con profesorado y educadoras y educadores nos hemos atrevido a pensar sobre qué pasaría si exponemos otras narrativas, si aprendiéramos a trabajar con el miedo, con lo incontrolable y lo diferente, y tras el primer vértigo, supiéramos no derivarlo al rechazo, la discriminación y el odio. Si pudiéramos recordar las prácticas cooperativas que han practicado otras sociedades, nosotras durante Filomena, las organizaciones vecinales durante la crisis sanitaria de la COVID-19, las sociedades que habitan el Amazonas o la sierra de Guadarrama sin dañarlo. Se nos olvida rápido. Se nos olvida a las personas que trabajamos en educación y aún más a los grupos de jóvenes que acompañamos, porque aún muchas veces ni siquiera les han presentado estos otros relatos, estas otras opciones de ser y de relacionarse.
Tras presentar referentes, reflexionar sobre los cuentos que nos contaban y los que queremos empezar a contar, pasábamos a profundizar en la comprensión del porqué se generan discursos de odio y cómo se difunden (estrategias comunicativas y desinformación), y el cómo problematizarlo con alumnado y grupos de jóvenes. El profesorado nos ha trasmitido su miedo ante la desinformación y la difusión de bulos y el no saber cómo abordar este problema en clase.
Los materiales de maldita, nomorehaters, la guía de Pensamiento crítico y Prevención de discursos de negacionistas entre la juventud y las unidades didácticas de Ciberagentes de Paz, entre otros recursos, nos han ayudado a proponer opciones sencillas que se puedan aplicar en aula con alumnado y grupos de jóvenes.
Por último, se ha profundizado en la necesidad de generar narrativas alternativas que vehiculen las emociones de miedo, odio y las tensiones sociales hacia espacios de cooperación en lugar de enfrentamiento y odio a terceros.
¿Cómo lo hacemos? Si también tenemos miedo, estamos tristes y cansadas, ¿cómo acompañamos al alumnado a ser conscientes de sus posibilidades de agencia y a sentirse capaces de aplicarla?
No existe conjuro mágico, receta sencilla, ni dinámica que no precise de una transversalización en el trabajo de estos valores, de un cambio en nuestra actitud pedagógica, de una aplicación concreta a cada grupo con el que se comparta. Pero, hay que empezar por algún lado, y es más sencillo de lo que parece. Por ejemplo, saber llevar un debate en el aula sobre un conflicto actual que esté suponiendo discursos de odio, impulsar el pensamiento crítico con preguntas sobre las fuentes de información, la empatía con el cuestionamiento sobre las posibles emociones de los sujetos violentados.
Trabajar con el cuerpo y movernos por el aula, trabajar en equipo y abordar la distribución desigual de roles (por qué, de dónde viene, cómo nos hace sentir…), trabajar con adjetivos positivos y emociones para ir aprendiendo a hablar desde la asertividad, hacer ejercicios entre profes y entre alumnado de práctica sobre comunicación no violenta, abrirnos a la autocrítica y recordar que nosotras, educadoras, erramos, no sabemos todo, no siempre tratamos a otros como deberíamos.
A veces tendremos que aceptar que, como decía la escritora y activista Maya Angelou: “La gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir”.