Que el acoso escolar es un problema es algo difícil de negar a estas alturas. A pesar de eso, pocos estudios cuantitativos hay sobre la incidencia de situaciones de bullying en centros educativos. Algunos hablan del 9 y otros del 24 %. El caso es que miles de chicas y chicos sufren situaciones de violencia psicológica y física, a veces durante años. En algunos casos, incluso, llegan al suicidio.
Charlas y protocolos se suceden en los centros educativos, pero no parece conseguirse el tan ansiado objetivo de parar esta situación.
El proyecto ‘No te calles’, elaborado por MIL Educación en colaboración con la Fundación Alba Torres y Carrera y El Diario de la Educación, ha dedicado su nuevo programa a la opinión de chicas y chicos sobre el acoso escolar.
Aunque María, Martín, Marcos y Maider hablan en este programa de sus vivencias alrededor de esta situación. Han sido testigos o han sufrido insultos en alguna ocasión. Tienen claro que salirse de la norma sale caro. Como lo saben también sus compañeras y compañeros. Ser el o la rara puede ser suficiente para que la bola de nieve de insultos y risas vaya escalando hasta las peores consecuencias.
Rentabilidad de la violencia
Estos cuatro jóvenes compartieron espacio con Antonio Holgado, miembro de la asociación Española de Prevención del Acoso Escolar que trabaja estas cuestiones en centros educativos.
» -¿Por qué siempre se va a por el diferentes? – pregunta Verónica Gayá, conductora del programa y responsable de MIL Educación.
– Porque siempre se ha ido a por las minorías – señala, tajante, María.
– Es lo fácil – apoya Martín».
Minorías que pueden ser diferentes por sus gustos, por su aspecto, por lo que sea. No deja de ser una excusa para quien, como explica Holgado, quiere sacar «rentabilidad de la violencia, es decir, me aprovecho porque quedo como el chulo, me hago muchos amigos aparentemente», explica este docente.
Chicas y chicos no lo tienen tan claro. Hablan del hecho del que acosa es que ha sido acosado, o que tiene dificultades de socialización o de autoestima. Aunque, obviamente, hay gente que simplemente es cruel. Antonio Holgado les explica que no hay una tipología clara y diferencial, ni de la víctima ni del victimario. Eso sí, estos siempre sacan beneficio de esta situación.
Por eso, la respuesta debe ser general, no solo individual.
Es cosa de todos
«Es lo que nos dicen siempre, que es cosa de todas. Unir fuerzas, juntarnos todos y parar a esa persona», explica Martín.
Para este grupo de chicas y chicos, una de las soluciones pasaría por una respuesta colectiva. «Para plantarle cara a uno que está dando miedo habría que reunirse todos, como he visto varias veces en charlas», comenta Maider.
Y la respuesta ha de ser colectiva porque, como bien cuentan, quienes acosan dan miedo al resto del grupo. No solo a quienes lo sufren directamente en sus carnes. Se trata de que nadie se atreve a dar el paso ante la posibilidad de pasar a ser víctima también.
A esto se suma el hecho de que, como explica Maider «le suelen dar más superioridad a la persona que tiene agallas para hacer algo que está mal. Le dan el rol de ser superior a todos».
Pero es básico que el centro sea un entorno de protección y no de violencia. De ahí la importancia de la implicación de toda la comunidad educativa, incluidas las familias y el claustro. Los profesores también tienen un rol vital en la detección temprana del acoso escolar, así como en la implementación de políticas y estrategias para prevenirlo. Su capacidad para crear un ambiente de respeto, tolerancia y apoyo es fundamental para construir una cultura escolar que rechace el acoso en todas sus formas.
A pesar de esto, Holgado describe cómo en ocasiones, cuando las familias informan al centro y la inspección recaba nueva información decide desestimar el caso porque no hay información suficiente. Para él, esto acaba aumentando la sensación de que se minimiza el acoso escolar.
Qué hacer
Chicas y chicos están de acuerdo en que uno de los puntos importantes para enfrentar la situación, como dice Martín, es desarrollar empatía para darte cuenta de la situación que puede estar viviendo alguien en clase. Y más allá de esto, también deben acercarse a la persona que está sufriendo la situación para darle apoyo. Después, hablar con alguna persona adulta, con algún docente.
Pero el miedo está presente. Lo primero es el miedo a que el acosador se entere de quién «se ha chivado», verbo que Antonio Holgado intenta sustituir por contar lo que pasa para quitarle la carga negativa. El que uno mismo pueda acabar siendo víctima es lo que la mayor parte de la gente evitar. De ahí que haya quien no habla con el profesorado.
Es algo que también pasa entre quienes sufren el acoso, que no se atreven a hablar ni con sus familias, explica este experto, intentando evitar la vergüenza y el sentimiento de culpabilidad de la víctima.
En cualquier caso y a pesar de las muchas charlas que reciben chicas y chicos en relación a los protocolos de convivencia en el centro, como explica María, nadie les ha contado qué tienen que hacer, cuál es la manera de actuar en caso de conocer un caso de acoso escolar.
«Creo que el problema es que no conocemos lo que ha que hacer en algunos casos», explicaba Marcos. Lo corrobora María: «Nunca nos han explicado qué hacer, y mira que nos han hablado de protocolos: si alguno aparece borracho, si alguno pega a otro, pero nunca de acoso como tal».
Junto a esto, el hecho de que muchas y muchos jóvenes no tienen herramientas para comunicarse con el mundo adulto. «Si no me enseñan a comunicar, cuenta Holgado, y estoy sufriendo acoso, puede venir un sentimiento de culpa, como si fuera culpa mía. Hay que confiar en la familia, animar a la gente a hablar.
Durante una hora de conversación, además de estos temas, se hablaron otros como el papel de las redes sociales, qué es lo que pueden hacer las familias una vez que se enteran de que su hija o hijo está sufriendo acoso (realizar una línea de tiempo de lo ocurrido, llevarlo al registro del centro, hablar con la dirección…). Una hora de acercamiento a la realidad en la que chicas y chicos viven muy de cerca la relación con el acoso, la violencia o la dificultad de ser el diferente en el grupo de iguales.