En el mes que tiene reservado un día para denuncia y reivindicación de todas las mujeres de este mundo respecto a la violencia que se ejerce contra nosotras, tengo especial interés en hablar de la educación y socialización masculina y masculinizante que no cesa, sino que se exacerba.
Tenemos una cierta saturación de cifras y datos de mujeres asesinadas. Cifras y datos vacíos de contenido y de reflexión, que nos invitan a tomarlos a la ligera, a banalizarlos y a escucharlos con cierta sospecha de exageraciones.
Sin embargo, casi nunca se vinculan estas cifras y datos con la socialización masculina y con la banalización del machismo y de la misoginia. Hasta se hacen chistes y se publican, se ríen las gracias misóginas, no se corrigen los insultos específicos hacia las niñas y mujeres, no se analiza el asunto ni se indaga en sus raíces para destaparlas y aplastarlas, con el fin de que no den más lugar al crecimiento del árbol de la violencia contra las niñas y las mujeres.
Con esta expresión nos referiremos aquí no solo al concepto de violencia de género que aparece en nuestra Ley integral 1/2004, restringido el concepto, únicamente, a los agresores que son pareja de las agredidas o lo fueron en algún momento.
Tenemos que hablar de una enorme herida infectada, de un mal profundo que no se cura con tiritas, sino extirpando la raíz causante de la infección y el contagio. Tenemos que hablar del germen que crece dentro de muchos varones desde su más tierna infancia y para ello nos preguntamos:
¿Cómo se llega a hacer hombre un niño?
¿Qué pautas de conducta le son aplaudidas?
¿Con qué se entretiene y juega?
¿Qué palabras escucha referidas a él en positivo y en negativo?
El proceso de socialización masculina es implacable y cruel para lograr que muchos varones lleguen a ser también implacables y crueles.
Los niños varones reciben mensajes y mandatos sociales, siempre referidos a su “superación”, a su ganancia, a sus victorias y son incentivados para ello. La ambición del más y más. Con este bagaje no solo arriesgan sus vidas y las pierden o malogran durante toda su existencia. Cuando no pueden en lo más lo intentan en lo menos. Por eso tenemos muchos más episodios de violencia escolar masculina que femenina. Ellos, a la guerra, a la lucha, a la batalla, pretendiendo ser el único o el primero, derrotar a los demás, mandar sobre una tropa de amigos, domeñar a las mujeres de sus vidas, domeñándolas o ninguneándolas.
Gran parte de los niños y jóvenes varones desarrollan una identidad de género masculina ligada a los cuatro roles fundamentales reservados para ellos, en todo tiempo y lugar, hasta el presente. Estos roles -metafóricamente hablando- son el de guerrero, rey, amante sexual y mago o sabio, roles dominantes que necesitan de los roles complementarios que se inculcan en las niñas y mujeres y que una gran mayoría hace suyos.
Estos serían: para el guerrero, vencida (por el amor, por la pobreza, por el estatus); para el rey, súbdita (del deseo, de las necesidades, de las órdenes); para el amante sexual, amada (complaciente, deseada y complacida), y para el mago-sabio discípula-admiradora (de sus palabras, de su importancia, de su ingenio, etc…)
Con estos ingredientes, está servido el plato de la violencia de género en toda su extensión: acoso sexual, ninguneo, falta de reconocimiento como iguales, violaciones, prostitución, abuso del trabajo no pagado de las mujeres, abuso de sus cuerpos, de su amor, de sus tiempos….
¿No tendríamos que plantear seriamente que “otra educación para otra masculinidad” no solo es posible sino urgente y deseable?
No termina aquí la propuesta. Seguiremos…