Algunos expertos afirman que estamos entrando en la cuarta revolución industrial y una de las claves es la transformación profunda a nivel económico y, en consecuencia, social. La tecnología posibilita y acelera la disrupción de sectores enteros, modelos de negocio, perfiles profesionales e, incluso, las formas de trabajo se reinventan. Las escuelas que hoy conocemos son hijas de la Ilustración y la Revolución Industrial. La primera revolución requería trabajadores obedientes, especializados, mecánicos, con jornadas que comenzaban y acababan con un timbre. Desde entonces difícilmente se pone en duda la conexión entre el crecimiento económico de una sociedad y el diseño de su sistema educativo.
Si eso es así, la reflexión es urgente. Estamos en los albores de la cuarta revolución y seguimos con sistemas educativos nostálgicos del siglo XX, en algunos casos aún a contrapié de la revolución digital (la tercera). En este contexto se necesita un replanteamiento de las instituciones educativas comenzando por preguntarnos de una vez para qué sirven y cómo deben ser.
Un informe del World Economic Forum presentado en Davos a principios de este año calculaba que el 65% de estudiantes que están cursando primaria hoy trabajarán en perfiles laborales que todavía no existen. Aquella pregunta de “qué quieres ser de mayor” se vuelve más complicada porque no se trata de elegir un camino entre los posibles y descartar los otros. Implica orientarse hacia un camino que hoy existe y quizá mañana se haya transformado tanto que no tenga nada que ver con los sueños infantiles y adolescentes. O incluso andar hacia una dirección en la que deberán poner los ladrillos antes de dar el siguiente paso. Las mismas previsiones indican que en los próximos años millones de puestos de trabajo ya no requerirán la intervención humana, especialmente aquellos con tareas rutinarias y predecibles, fácilmente mecanizables.
Hay determinados sectores y posiciones que ya han llegado, como las de analistas de datos. Cada vez serán más necesarios puesto que avanzamos hacia un mundo donde la toma decisiones se basará en la gran cantidad de información que generamos día a día, esos rastros voluntarios e involuntarios capturados por la digitalización creciente.
En lugar de aterrorizarnos, anticipémonos. Preparemos la transición para que no suponga una nueva brecha, una nueva división social entre sustituibles y sustituidos. Pensemos cómo aprovechar las oportunidades que eso puede acarrear: que las máquinas se queden con tareas arduas y rutinarias nos permite plantearnos nuevas oportunidades profesionales. Y es algo que podemos hacer mientras rediseñamos los sistemas y las comunidades educativas.
Pero también hay que tener en cuenta cuáles serán las condiciones del mercado de trabajo: flexibilización de horarios, crecimiento del teletrabajo, aumento del emprendimiento y, en definitiva, lo que se bautiza como ‘gig economy’: empleos menos estables, más orientados a tareas concretas -quizá esporádicas- acompañados de flexitrabajo y altos niveles de creatividad y adaptación.
Ante la incertidumbre y la excitación por un cambio de modelo, ¿cómo debemos repensar, actualizar y refrescar los sistemas educativos? Estas seis preguntas quizá ayuden a animar el debate:
1. ¿Ciencias o letras?
La separación habitual entre ramas de conocimiento pierde el sentido en un mundo cada vez más interconectado y fluido. Las “letras”, o más bien las humanidades en sentido amplio, deberían estar presentes siempre, especialmente el conocimiento y la dimensión ética. Además de las capacidades técnicas, que cada vez llegan a horizontes más increíbles, harán falta debates éticos sobre la responsabilidad, la necesidad y la conveniencia de esos cambios. En esta línea, trabajar por proyectos, en grupos y fomentando el uso de conocimientos transversales e interdisciplinares, parece que cobra mucho más sentido que la rígida división por asignaturas.
2. ¿Educación analógica o digital?
Las capacidades y habilidades que se entrenan en analógico o en digital son razonablemente distintas, pero probablemente el aprendizaje combinando aspectos digitales y ejercicios lejos de las pantallas es el más deseable. La alfabetización digital debería incluir códigos de programación, de la misma forma que enseñamos a leer y escribir. Es más, para enseñar a programar ni tan siquiera hace falta un ordenador, hay métodos infalibles de lápiz y papel, porque lo importante no es la herramienta, sino el pensamiento.
3. ¿Contenidos o criterios?
Hasta ahora la definición de los cursos escolares se basa en la dosificación de contenidos, más o menos estandarizados y clasificados por edades. Pero en la era de la información, estando cualquier idea a pocos clics de distancia y en forma de texto, video o multimedia, dedicar el tiempo a almacenar conocimientos parece anacrónico. Y por ende, los sistemas de evaluación. Si bien la memoria y la cultura general son importantes, quizá es momento de acompañarles para que sepan dónde buscar y cómo relacionar ideas según la información hallada. Es decir, en un mundo en el que lo complejo no es acceder a la información, sino justamente no terminar ‘infoxicado’, es relevante educarles para que tenga criterio. Eso implica que sepan encontrar información, priorizarla y desarrollar mecanismos para distinguir entre fuentes fiables y opiniones sesgadas. Junto a ello, aprender a dar un paso atrás, tener la visión de conjunto y reflexionar probablemente sea de lo más urgente.
4. ¿Profesionalizar o capacitar?
Si los límites entre profesiones cada vez serán más fluidas y los nichos de mercado cada vez más transversales, organizar la educación con arreglo a profesiones determinadas seguramente funcionará para un porcentaje limitado de estudiantes. La educación debe capacitarlos, al menos en parte, para relacionarse, trabajar, madurar y desarrollar sus vidas en entornos cambiantes y líquidos. Es importante que las escuelas sean laboratorios donde explorar sus capacidades, dotarles de espacio para la autoexploración y el autoconocimiento, que descubran sus pasiones, que se prueben y que se reten: que se acostumbren a encontrar y traspasar los límites de su zona de confort será primordial.
Habilidades como la imaginación, la adaptabilidad, la creatividad y a su vez la gestión del tiempo y la priorización de tareas son aspectos que seguro van a necesitar tanto en su vida profesional como en la personal.
5. Aprendizaje: ¿etapa o proceso?
Estamos empezando a aceptar que la educación y la formación no sólo se hacen al inicio de la vida, sino que el reciclaje y el aprendizaje continuo son ingredientes necesarios, especialmente en aquellos sectores profesionales en cambio constante. El aprendizaje es un proceso y la curiosidad es el motor que lo estimula. Las escuelas deberían ser ese lugar donde el gusto por aprender vehicula la adquisición de conocimientos y habilidades. Imaginémoslo como uno de los espacios donde se debe implantar la simiente de vivir con los ojos abiertos y de cuestionar por qué ocurre tal cosa o cómo funciona tal otra.
6. ¿Quién tiene la llave del cambio?
Todos. Tú también. Lo maravilloso y lo complejo de la educación es que es una responsabilidad colectiva. El cambio no puede residir en el sistema educativo únicamente, ni en las políticas públicas. Y me atrevo a decir que es injusto que recaiga en los centros o los profesores, esos héroes de cada día. Si bien ellos están en primera línea, no deberían ser el epicentro ni los protagonistas, sino más bien los embajadores, junto con las familias. Y el resto de la comunidad educativa. Estamos hablando de un cambio sistémico que requiere la implicación, la voluntad y la complicidad de todos.
Porque la educación no es aquello que ocurre en las aulas de 9 a 5, de lunes a viernes entre septiembre y junio. La educación es también el inicio del sueño del mañana, las trayectorias de los que se gradúan pronto, la historia por escribir de los países y los derechos de los habitantes presentes y futuros del planeta.
FOTO: CC by-sa NASA Goddard Space Flight Center