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La escolarización de Fidel Castro
Las primeras letras y las tablas de sumar, restar multiplicar y dividir las aprendió en casa con su madrina. “Me las aprendí tan bien que nunca más se me han olvidado. A veces yo saco cuentas con la rapidez con que las puedo sacar en una máquina computadora”. A los siete años le envían al colegio de La Salle próximo a su hogar de Santiago de Cuba, y, más adelante, ingresa en otro de la misma orden como interno. “Para mí fue una liberación”. Su paso por este centro le dejó un sabor agridulce: disfrutó con las salidas al campo y la práctica del deporte pero no soportó que le pegaran en más de una ocasión, lo que motivó un enfrentamiento con un inspector y el abandono de la escuela. “Era una Orden mucho menos exigente y preparada que la de los jesuitas. Pude darme cuenta cuando ingresé más tarde en uno de sus colegios”.
Una profesora negra -Fidel lo subraya- le preparó para el ingreso al Bachillerato que cursa en un centro de jesuitas españoles. “Me encuentro con gente de otro estilo, unos profesores y unos hombres que se interesan por formar el carácter de los alumnos. Se combina el espíritu y la organización militar de los jesuitas con el carácter español”. Fidel se convierte en un gran aficionado al deporte, sobre todo a las largas caminatas y a la escalada. Por entonces empieza a mostrar sus discrepancias con las ideas políticas dominantes y por la forma dogmática de impartir la religión: “Me parece que una fe religiosa, como una fe política, tiene que fundarse en el razonamiento, en el desarrollo del pensamiento y en el desarrollo del sentimiento: son dos cosas inseparables”.
Fidel Castro, procedente de una familia de campesinos muy pobres pero que habían obtenido cierta riqueza, critica el carácter clasista de la institución aunque reconoce que no existía carácter mercantilista al sostener que los jesuitas llevaban una vida muy austera. En conjunto, y a pesar de algunos sinsabores, se muestra agradecido por la educación jesuítica recibida: “Tengo un sentimiento de gratitud hacia aquellos profesores, hacia aquellas instituciones porque, por lo menos, algunas cosas positivas que podría haber en mí no se frustraron, diría que se desarrollaron en estas escuelas.
Escuela pública, laica y gratuita para toda la población
Para la revolución cubana de los barbudos de 1959 en el seno de esta singular mezcla de socialismo caribeño y soviético -donde la tradición nacional martiniana se funde con el marxismo más ortodoxo-, la educación y la salud se convierten en dos de sus iconos más emblemáticos desde sus inicios, con una inversión cuantiosa que garantiza la prestación universal de estos dos servicios públicos tras la nacionalización de los colegios y hospitales privados. He aquí algunos datos: el PIB en educación oscila de las décadas del sesenta al noventa entre el 12 y el 8%, y en los años más boyantes, el presupuesto del Estado alcanza el 23%. Antes de 1959 prácticamente la mitad de los niños y niñas no asisten a la escuela Primaria, mientras que en 1960 la escolarización llega casi al 90%, con la creación de 5.000 aulas que dan trabajo a 10.000 docentes; en 1960 se atiende el 97% de la infancia de 0-5 años en sus diversas modalidades; y seis años después existen en todo el país 370 centros que atienden a más de 100.000 personas adultas.
Pero una de las gestas educativas de mayor trascendencia es la campaña de alfabetización. En 1961, declarado Año de la Educación, se moviliza bajo el lema: “Quien no sepa leer, que aprenda; quien sepa que enseñe”, a miles de maestros, estudiantes y trabajadores voluntarios que, que con el farol y la cartilla, llegan a los lugares más recónditos del país para alfabetizar a 707.000 personas adultas, pasando en la tasa de analfabetismo del 23,6% al 4%. De este modo Cuba se convierte en el primer país de Latinoamérica libre de analfabetismo. Este modelo de campaña alfabetizadora se exporta posteriormente a otros países como Nicaragua, Angola y Venezuela.
Educación para el trabajo, patriótica y militar
El ideario de José Martí, el líder que llevó a la isla a la independencia y sin duda el héroe nacional más nombrado y respetado, contempla como propuesta estelar la combinación del estudio con el trabajo, en sintonía con el pensamiento marxista.
Esta se traduce en varias modalidades en el conjunto del sistema educativo: huertos escolares y parcelas productivas; el trabajo socialmente útil; la escuela al campo -durante 45 días el alumnado de Enseñanza Media se desplaza al campo para participar en planes agrícolas-; y la escuela en el campo: la denominada ESBEC (Escuela Secundaria Básica en el Campo). Esta se convierte en el buque insignia tanto para las autoridades cubanas como a los ojos de los numerosos visitantes de otros países latinos. Su propósito es desarrollar una conciencia de bienes sociales, combinando orgánicamente el trabajo físico con el intelectual -en sesiones de tres horas en cada caso-, y fomentando el interés por el entorno y los procesos productivos. Estos centros en régimen de internado se construyen en la década de los setenta y, además de combinar el estudio con el trabajo participando en planes agropecuarios, se desarrollan actividades artístico-recreativas y de educación política, científica y tecnológica.
El currículo incluye las habituales materias científicas y humanísticas, pero con una destacada carga de educación patriótica, moral e ideológica, exenta de pluralismo. Ello se percibe en los manuales y lecturas; en los rituales, consignas y murales del centro; en las constantes alusiones a los héroes de la revolución; y en el complejo sistema de estímulos y emulaciones.
La formación militar la justifica el gobierno porque Cuba vive en permanente “estado de guerra” y hay que estar preparado para cualquier eventual ataque del imperialismo americano. Así lo expresaba el ministro de Educación Luis I. Gómez Gutiérrez en 1993 al ser entrevistado por Cuadernos de Pedagogía: “Aquí, el que no dispone de un fusil dispone de una granada y de un lugar en la defensa de cada uno de los milímetros cuadrados del territorio nacional. Impartimos la preparación militar a los estudiantes del nivel medio superior, como una asignatura. Todos nuestros estudiantes aprenden a disparar, se les enseña una mínima noción de instrucción militar”.
La situación cambia radicalmente con el desmoronamiento de la Unión Soviética -su principal valedor y suministrador- a principios de los noventa, y el sistema educativo también tiene que afrontar el desastre económico, acosado por las carencias materiales, el deterioro de las instalaciones y los bajos salarios del profesorado, una parte del cual emigra de forma significativa hacia otros sectores mejor remunerados como el turismo. Solo un dato a título ilustrativo: una maestra primaria que entrevisté en 1999 cobraba entonces 255 pesos (unos 15 dólares), lo que a mí me costaba exactamente un taxi para desplazarme de una punta a otra de La Habana.
A pesar de estas penurias y deficiencias, según el Banco Mundial, Cuba sigue disponiendo hoy del mejor sistema educativo de América Latina y el Caribe. Un diagnóstico que confirma la UNESCO, al tiempo que sostiene que ocupa el primer lugar entre los países con ingresos bajos que más gastan en educación.
NOTA: La escolaridad de Fidel ha sido sacada del libro Fidel y la Religión, editado por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, de La Habana.
Foto principal: Gerardo Granda