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La culpa es mía. O, si se prefiere, la responsabilidad, que tiene una connotación menos moralista.
Hace cosa de una semana, publicaba un tuit donde decía: «Cuando veo alumnos tan extremadamente preocupados por las notas, no puedo evitar sentirme fracasado como educador». Lo escribí después de tener una de esas típicas conversaciones con alumnos que se preparan una nueva época de exámenes.
El tuit generó muchas reacciones y unos cuantos comentarios, todos ellos con dos ideas en común: «Es normal que a los alumnos les obsesionen las notas porque es lo que se les acaba pidiendo» y «es el sistema educativo el que está hecho así y no depende de ti, así que no es necesario que te fustigues «. Es decir que ni alumnos ni docentes podemos responsabilizarnos de esta fatalidad y, por tanto, habrá que esperar a cambiar el sistema (el sistema, ¡el SISTEMA!) para que la cosa cambie. En ese momento, no supe cómo explicar por qué había querido decir que yo sentía ese fracaso como mío y que no me podía sustraer, aunque hubiera fuerzas poderosas operando por encima de mí.
Ahora, pasados unos días bastante moviditos, creo que empiezo a entender el motivo de aquella afirmación intuitiva. La cuestión es muy simple: no está de moda asumir responsabilidades. No lo está en el ámbito político, ni en el entorno profesional, ni siquiera con las amistades o con la pareja. No sé si nos falta objetividad o empatía o si lo consideramos un síntoma de debilidad, pero nos cuesta mucho decirnos: «Lo siento, lo he cagado …». Siempre hay alguien a quien echarle la culpa: otra persona, otro colectivo, el sistema (sí, sí, de nuevo el ¡SISTEMA!) o, en su versión más ruín, la propia víctima: «Si no fuese vestida así …», «si no caminara sola de noche …». ¿Os suena?
Como en muchos otros casos, la semilla de estas actitudes la podemos encontrar en la educación: formal, informal, no formal, deformal y en todas las formas que queráis. Yo la detecto en la escuela. Cuando un examen no ha ido bien o cuando aparece algún conflicto y hablas con el alumnado, inevitablemente, acabas viendo como la conversación deriva hacia lo que los profes no hemos hecho bien, lo que la escuela habría tenido que hacer, porque ellos y ellas siempre están condicionados, inevitablemente, por el SISTEMA: de notas, de presiones grupales, de incomprensiones…
La cosa no cambia cuando somos los docentes los que nos lamentamos porque un examen ha sido un desastre («es que no estudian nada»), porque ha habido poca participación en una actividad («no les interesa nada, son unos desmotivados») o porque un proyecto no ha salido bien («no saben buscar información, ni trabajar en grupo, ni organizarse, ni…). Si fuera por nosotros, todo habría salido bien, pero claro «con estos alumnos».
Que los profes actuemos de esta manera me parece doblemente problemático, porque creo mucho en el modelaje. El alumnado aprende más de lo que hacemos que no de lo que decimos. Más allá de los contenidos formales existe todo un currículum oculto hecho de los ejemplos que elegimos, de cómo nos comportamos, de la relación que establecemos con los compañeros y con los alumnos… Y a menudo no lo controlamos. Cuando, en una conversación en el aula, señalamos a los chicos y chicas como únicos responsables de una derrota, les estamos enviando también otro mensaje subliminal: «La culpa no es mía, yo he hecho lo que tenía que hacer». No nos extrañe, pues, si esta actitud se sigue reproduciendo.
Por eso creo que vale la pena intentar algo diferente. Por eso he decidido repetir que la responsabilidad de que haya obsesión por las notas es (también) mía. Y también soy responsable de que haya alumnos desmotivados y aburridos, de que haya poca conexión entre lo que enseñamos y la vida, de que el fracaso académico dependa de las desigualdades sociales, de que los espacios y los tiempos educativos no ayuden al aprendizaje, de que formemos personas que saben estar, pero que a menudo no saben ser, de que la educación sea un café para todos pensado para todos en general y para nadie en particular. Está claro que hay que cambiar el ¡SISTEMA! Pero es que si no cambia, también será culpa mía.
Como dijo un buen educador: «Sólo desde un ataque de responsabilidad colectiva, […] podremos superar lo que se avecina sin hacernos daño».
IN MEMORIAM CARLES CAPDEVILA