Hace ya unas semanas que los profesores estamos en los colegios. Hay tareas ingratas e invisibles que tienen que ser hechas para que todo se ponga en marcha antes de que comiencen las clases. Recuperaciones, evaluaciones, planes de mejora, reuniones de claustro, de departamento, puesta al día del verano (las relaciones también son importantes), objetivos que se marcan, sensaciones de fracaso porque un alumno no ha remontado en septiembre, euforia porque otros sí. Veo a los profesores planificar el curso y buscar ideas para conquistar el interés de los jóvenes exigentes que se sentarán frente a ellos durante todo un curso. Muchos revisan los libros de texto, no siempre elegidos por ellos mismos, y hacen anotaciones, adiciones y comentarios al margen. Yo hago lo propio con los de lengua y literatura.
Ojeo primero el de 3º de ESO. Es un manual que se utilizará en muchos centros este año porque pertenece al gran grupo editorial del sector. Como es habitual, está dividido en doce unidades e incluye, al inicio de cada una de ellas, una lectura a partir de la cual se trabajan la comprensión lectora y los contenidos. Estas lecturas suelen ser contemporáneas y están abiertas a otras literaturas y a otros géneros (especialmente los periodísticos). De los doce textos introductorios de mi libro, ni uno solo está firmado por una mujer. Examiné las propuestas de manuales de otros cursos y editoriales en busca de esta carencia. En total, comparé trece volúmenes de lengua y literatura. En cuatro de ellos no había ningún texto inicial que fuera obra de una mujer. El resto no mostraba un panorama más alentador: uno, dos, tres y, solo en un caso, cuatro.
Desde finales de los años 70 se ha venido documentando y analizando el reducido espacio que las mujeres ocupan en los manuales de todas las asignaturas. En un interesante artículo de 2016, María Vaíllo expone la historia de estos análisis en España e incluye un catálogo de los escasos materiales didácticos sensibles al género que se han generado desde entonces. Según un estudio de la Universidad de Valencia a cargo de Ana López-Navajas, directora del Grupo Mujeres en la ESO, publicado en 2014, y que analizaba más de 140 libros de texto de diferentes materias y editoriales para todos los cursos de la ESO, solo el 12% de los referentes son mujeres. Este estudio especifica que las asignaturas de enfoque histórico y científico son las que recogen menos nombres de mujer, haciendo desaparecer incluso los de aquellas que en su momento gozaron de reconocimiento. Las conclusiones son demoledoras y estoy de acuerdo con la autora en que la falta de referentes femeninos “a las mujeres, además, les quita autoridad social y les impide reconocerse en una tradición que las acoja”.
Reconozco esa falta en mí. Recién terminada filología hispánica, me di cuenta de que durante cinco años había leído casi en exclusiva literatura española, peninsular sobre todo. Después de eso, pasé un tiempo leyendo solo a escritores que escribieran en otras lenguas porque sentía que conocer una literatura (si es que es posible esto) sin, al menos, asomarse a otras literaturas era una limitación. Ni siquiera en esa época de grandes nombres (Dovstoieski, Bellow, Celine, Calvino, Dante…) puse entre mis lecturas obligatorias alguna obra escrita por mujeres. ¿Por qué durante tanto tiempo no leí mujeres y por qué no era consciente de que no leía mujeres? ¿No sufrí precisamente esa carencia de referentes que sigue vigente hoy, quince años después de que yo cursara la ESO?
Se ha hablado algo sobre por qué los manuales no reflejan los cambios que la sociedad pide en términos de igualdad. Se culpa al currículo, que, a pesar de que en sus consideraciones generales indica que debemos “analizar y valorar críticamente las desigualdades y discriminaciones existentes entre hombres y mujeres” e “impulsar la igualdad real”, no exige específicamente que los libros de texto incluyan referencias y textos de escritoras. Se culpa a las comunidades autónomas por aquello del embrollo de competencias. Se culpa al inmovilismo editorial y al desconocimiento. Las responsabilidades son muchas, pero al final del día son nuestros estudiantes y nuestra sociedad la que se ve privada de este conocimiento.
La libertad de cátedra permite, al menos sobre el papel, cierto campo de acción a los profesores. Pero en la práctica, la acumulación de responsabilidades, el carácter del centro o simplemente la falta de tiempo hace que, a veces, el profesorado no pueda desarrollar todas las medidas que querría. La elaboración de una lista de lecturas complementarias para trabajar en lengua y literatura es, sin embargo, urgente.
Afortunadamente, muchas profesoras y profesores están empezando a tomar cartas en el asunto. En la web proyectotirardelalengua.com están disponibles los materiales creados por un grupo de docentes de institutos públicos. También el Grupo Guadarrama, formado por cuatro profesoras de lengua castellana de institutos, ha diseñado en Leer la palabra y el mundo unos módulos de trabajo con el objetivo de hacer del aula un lugar que ayude a los estudiantes a mirar críticamente los estereotipos sexistas, clasistas y racistas. Por el lado académico, el proyecto Bieses (Bibliografía de Escritoras Españolas) pone a nuestra disposición una minuciosa base de datos sobre escritoras anteriores al siglo XIX e información acerca de quiénes fueron, cuántas fueron y quién las leyó. El portal Escritoras españolas de la Biblioteca Virtual Cervantes pone su énfasis en autoras del siglo XIX, pero ofrece también obras de otras épocas.
Se hace un gran trabajo de recuperación de escritoras del pasado, pero en las lecturas de inicio de unidad aparecen autores muy contemporáneos, ¿cuál es la excusa para esta ausencia? Seguimos tratando de subsanarla. Las revistas y periódicos son buenas fuentes para encontrar excelentes textos escritos por mujeres. Yo misma, el primer día de clase, trabajé con mis estudiantes un texto de Dolores Almudéver publicado en este mismo diario hace unas semanas. He preguntado a una decena de profesoras de lengua (y un profesor) qué textos escritos por mujeres trabajarían en clase. Además de los pocos nombres femeninos consagrados, fueron mencionadas (cito sin orden ni jerarquía alguna): Ana María Matute, Lola Nieto, Isabel Allende, J.K. Rowling, Carson McCullers, Ana Blandiana, María Luisa Bombal, Luisa Carrés, Emma Reyes, Selva Almada, Marta Sanz, Samantha Schweblin, Laura Gallego, Clarice Lispector, Svetlana Alexiévich, Toni Morrison, Chimamanda Ngozi Adichie, Gloria Fuertes, Virginia Woolf, las sinsombrero.
Durante mis primeras dos décadas de lectora no pensaba nunca en el género de un autor. Ese “no me importa quién escriba las obras, simplemente las leo” parece entrañar la asunción de que se valora por igual el trabajo de escritoras y de escritores y de que simplemente se lee por preferencia o por calidad literaria. Hoy sé que esa realidad nada tiene que ver con una actitud abierta, al menos no todavía, por la sencilla razón de que el canon que se nos presenta está sesgado y las opciones de lectura, por tanto, condicionadas.
No me planteaba el género de los escritores, pero resultó que el género del autor, por defecto, era masculino. Me faltaban referencias femeninas y durante mucho tiempo pensé con una ingenuidad que ahora me resulta dolorosa que si no se hablaba de más mujeres importantes era porque no las había o porque no eran suficientemente buenas. Ahora soy yo la profesora, ¿por qué voy a contarles a mis estudiantes, otra vez, solo la mitad del cuento?