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Se abren las puertas de la escuela y los padres y las madres entran por el patio de educación infantil. Anochece. Ha empezado el otoño, los relojes no tardarán mucho a retrasarse una hora. El patio está lleno de pequeñas velas que, con su luz, dan calidez e intimidad al encuentro. Las sombras del árbol centenario, del banco, de los juegos y de las instalaciones artísticas, acompañan el movimiento de las personas que van llegando. Intercambian saludos, abrazos y comentarios. Es la reunión de padres y madres de inicio de curso.
Hace días que está preparada. La cita ha llegado a las casas en formatos diversos. Adiós a la vieja circular en papel, perdida en las profundidades de una mochila, junto a un bocata no comido y un bolígrafo. Los niños y las niñas han elaborado un pequeño videoclip convocando a sus progenitores. En el barrio ya parece que ganarán un óscar, o algo similar. Los días anteriores, los padres y las madres han podido escribir preguntas e interrogantes para la reunión, en las largas sábanas de papel colocadas estratégicamente en los vestíbulos de entrada del centro.
La biblioteca se ha habilitado para que los más pequeños de las casas puedan estar en la escuela mientras sus papás y mamás participan en la reunión. Vienen con abuelas o hermanos mayores. La iniciativa casi muere de éxito y vienen más gente de la prevista. Valorarán cómo se organiza para el año que viene.
No hay prisa, aunque las maestras tienen claro que la reunión debe desarrollarse con fluidez, que no se haga tediosa; controlando los tiempos, pero sin presión; evitando informaciones que puedan darse de otra manera. Si dura más tiempo de lo previsto, que sea, en todo caso, porque se habla de aprendizajes, de pedagogía, de las actividades que llevan a cabo los niños y las niñas.
Así pues, la directora da la bienvenida, breve. Institucional y cordial a la vez. La coordinadora del ciclo presenta la reunión y comparte con las familias las inquietudes, zozobras y esperanzas de los momentos que vivimos. Las familias lo agradecen. No son dos sectores ajenos y distantes; es una comunidad que convive en un territorio común. Después, se organizan por grupos y se sitúan en las diferentes aulas. Ven lo que hacen sus hijos e hijas. También en diferentes modalidades de la documentación: vídeos, paneles y murales de alta calidad de impresión, con buenas fotos y textos claros y elocuentes. Se organizan breves dinámicas para entender mejor los proyectos que se llevan a cabo en los espacios del centro. Hace ya algún tiempo que las maestras dejaron de recitar listas de objetivos, contenidos o competencias como si fueran los números de la lotería, alineaciones de equipos de fútbol o listas de la compra. Las maestras no son altavoces administrativos. Es otra historia. Son las maestras de sus hijos e hijas.
La puesta en común final pone en jaque el tiempo previsto, pero hay un buen clima. Hay interés en saber, en preguntar. No sólo por parte de las familias hipervisibles. Al final, alguien propone para el año próximo una copita de cava como cierre. El equipo directivo frunce el ceño por razones de presupuesto, pero la delegada del AMPA dice que encontrará soluciones. La reunión acaba, pero durante la semana siguiente otras sábanas de papel volverán a la entrada del centro para que quien quiera, pueda escribir sus valoraciones.
Hasta aquí una reunión que no es sino una amalgama de diferentes reuniones, reales, que se han llevado a cabo estos días en diferentes escuelas. Reuniones de etapa, de ciclo, de aula. Luego, durante el curso, pasarán muchas cosas. Grandes momentos, también líos, malentendidos y dificultades. Pero reunirse con las familias no es un trámite inevitable, que debe hacerse porque toca. Es una oportunidad para construir un ámbito de relación de confianza que va más allá de la reunión misma. Esto es sólo el principio.