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Los defensores de la escuela inclusiva vuelven a obtener una victoria en los tribunales, nuevamente de la mano de la Fundación Gerard y del abogado Juan Rodríguez Zapatero, que ya acumulan varios asuntos ganados en todo el Estado. En este caso, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña acaba de revocar una primera sentencia favorable a la Generalitat y estimar el recurso presentado por la familia de Josep, un niño con diagnóstico de TDAH (trastorno de déficit de atención e hiperactividad) que hace casi dos cursos que está escolarizado en casa porque su familia consideró que el modelo de escolarización compartida no la estaba ayudando, sino todo lo contrario.
El argumento de los jueces para dar la razón a la familia es el mismo que en otros casos: la reciente jurisprudencia entiende que enviar un niño a un centro especial sólo es aceptable si se demuestra que los ajustes que el sistema debe proporcionarle para estar en una escuela ordinaria son «desproporcionados o no razonables». En este caso, la Generalitat no demostró ni que los ajustes fueran desproporcionados ni siquiera que hubieran intentado aplicarlos, y por ello, en sentencia del pasado 21 de marzo, el TSJC estima que hay que «reconocer el derecho del menor Josep LP a la educación inclusiva en el centro de educación ordinario que le corresponda».
Según explicó a este diario Antoni Porras, el tío del menor, la familia ya ha pedido una reunión con la inspección de los servicios territoriales del Maresme-Vallès Oriental con la voluntad de acordar cuál es ahora la mejor opción por Josep. Le tocaría estar terminando 2º de ESO, pero no ha hecho ni 1º ni 2º, y 5º y 6º de Primaria los hizo en compartida. «Ha sufrido mucho, y entre los niños de su edad del pueblo está totalmente estigmatizado, se ríen de él, ha sufrido alguna agresión, y no tiene ningún amigo, y no es porque él no lo haya intentado», explica. Para Porras, la Administración educativa ha sido un cooperador necesario en el proceso de estigmatización de su sobrino.
Sin veladora empiezan los problemas
Josep podría ser considerado una víctima de los recortes, ya que, según explica su tío, los problemas comenzaron cuando en tercero le rebajaron mucho las horas de veladora y de la maestra de educación especial. Desde que en P-4 le habían hecho el dictamen del TDAH había contado con estos soportes, y sin ellos comenzó a causar más problemas en el aula. Ya en 3º y 4º de Primaria, añade el familiar, les recomendaron la compartida, pero la madre de Josep se opuso. Finalmente en 5º lo cambiaron de centro, de la escuela Palau de Almendra en la de Can Parera (ambas en Montornès del Vallès), aunque «también con muy pocas horas de veladora». En el nuevo centro continuaron los problemas y con 10 años (enero de 2015) la madre terminó aceptando que pasara dos días en la escuela Can Parera y tres en lo que entonces se llamaba una UTE (Unidad Terapéutica Educativa) y ahora se llaman AIS (Aula Integral de Apoyo) situada en el centro de educación especial Can Vila de Mollet del Vallés.
Según la familia, el cambio no fue beneficioso. El niño no se adaptó a la UTE, mientras que en la escuela continuó teniendo los mismos problemas, si no peores. «La enviaban a hacer tareas de conserjería, o estar con los niños de P-3 y P-4 para que no molestara», explica el tío. En la escuela ordinaria sufría el vacío de sus compañeros y en la UTE convivía con compañeros con graves trastornos de conducta, por lo que Josep desarrolló un cuadro de ansiedad y malestar emocional, y por eso cuando llegó el final de la primaria la familia pidió dejar la UTE. En septiembre de 2016, sin embargo, la directora de los servicios territoriales del Maresme-Vallès Oriental dictó una resolución confirmando la modalidad compartida, en este caso instituto-UTE. La familia no se avino y comenzó la batalla legal.
La opinión del niño no importa
La primera sentencia es de julio de 2017. En aquella ocasión el juez de lo contencioso dio la razón a la Generalitat, de acuerdo también con la petición del fiscal, ya que entendió que no se habían vulnerado los derechos del menor, y que los testigos aportados por la Generalitat (los directores de los dos centros que compartía el niño) eran más sólidos que el informe pericial elaborado por la psicóloga Carmen Fernández, directora de la Fundación Gerard. Decía el juez que la psicóloga no había podido observar al menor en un ambiente escolar ordinario. El hecho de que Josep en persona le manifestara que no quería volver a la UTE no tuvo ningún peso en su decisión, de hecho, ni siquiera lo recoge en la sentencia.
Durante el juicio, la descripción que unos y otros hicieron del alumno fue diametralmente opuesta. Mientras una profesional de uno de los centros lo describía como un alumno que se autolesiona, insultaba y pegaba a los compañeros, la psicóloga afirmaba que se trataba de un niño miedoso y tímido, y que su rechazo a la UTE surgía del malestar que le causaba la violencia que veía.
Respuesta clínica a un problema educativo
Según Carmen Fernández, el problema de Josep venía ya de mucho antes, de la etiqueta que le había colocado el EAP en el primer informe de escolarización, de agosto de 2012, cuando estaba a punto de entrar en 1º de Primaria. Con sólo seis años el dictamen decía que sufría «trastorno por déficit de atención con hiperactividad de tipo combinado y un trastorno del comportamiento perturbador no especificado». Más adelante, se haría otro diagnóstico de «trastorno psicótico no especificado». Estos dos últimos son trastornos que no están acreditados, asegura Fernández, y de hecho afirma que el único que tiene Josep es el primer trastorno, y «de carácter leve». «Nunca ha tenido comportamientos graves que violen los derechos de otras personas, en toda su vida no le han abierto nunca un expediente disciplinario», explica.
En todo momento, la directora de la Fundación Gerard ha defendido que, a consecuencia de este primer dictamen, a lo largo de toda su escolarización se ha tratado a Josep como si sufriera un trastorno grave de conducta, cuando lo que tenía «eran problemas de comportamiento derivados del TDAH», y en ningún momento se había planteado una respuesta pedagógica a las necesidades educativas de Josep. «Desde P-4 se sabía que tenía TDAH, y el primer Plan Individualizado no le hacen hasta 4º, y en este plan tampoco se describen las medidas de apoyo educativo que deberá recibir ni qué estrategias se seguirán ante el TDAH», comenta.
En opinión de Fernández, en el dictamen de 2015 se enfatizan los déficits del niño, sin tener en cuenta sus fortalezas, y se optó por dar una respuesta que era clínica y no educativa y que, además, «fue deficiente y contraproducente». Ahora se abre una nueva oportunidad en la vida de un niño que ha estado dos años casi sin compañía de otros niños y niñas de su edad, y que arrastra una mochila emocional llena de agujeros.