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A Ana Basanta le gusta mucho escribir y lo hace bien. Como escritora tiene obras de ensayo y novelas. Ha escrito Doctor no voy a rendirme (Diëresis), Días que valieron la pena (Tandaia), Halcón de los Andes (Libertarias) y Líbano desconocido (Libertarias), y es coautora de Inconformistas. Crónicas sociales en la Barcelona de la crisis (Angle Editorial). A este listado acaba de añadir La aldea del silencio (Distrito 93).
La aldea del silencio nos traslada a la posguerra civil española. ¿Qué la decidió a dedicar un libro a este período de nuestra historia?
Es como una asignatura pendiente para mí, porque es una época que me apasiona. Es un tiempo del que ya se ha escrito muchísimo y también es un reto querer dar tu seña de identidad de algún modo. Es una época que yo no he vivido, pero que para mí es muy cercana y sus consecuencias para mí también son muy cercanas. Cuando vi un día una fotografía de un señor sentado en un banco, rápidamente me transportó a ese momento. Esto ocurrió hace quince años. El libro dio muchas vueltas en mi cabeza y al final creé La aldea del silencio, que es mi forma de entender una parte de la posguerra en un microcosmos del noroeste de España que podría estar entre Lugo, Asturias y León. Podríamos situarlo en esa zona y es como creo que muchas personas la vivieron. Es esa zona por el tipo de comida, por el tipo de palabras, de montañas, porque no hay mar. Me gusta mucho esta zona porque tiene unas montañas que tienen mucha historia.
La memoria es importante, las personas que lucharon por los ideales se tienen que conocer
El pueblo de Castro do Lobo, donde se desarrolla la novela, ¿existe?
Castro do Lobo no existe. Eso sí, existen muchos castros por la zona de Galicia. Desde pequeña he vivido, en verano, en Galicia porque mis padres son de allí y hay una influencia. He vivido los lugares como leyenda, como zonas en las que había lobos, y de algún modo me he dejado influenciar por estos recuerdos.
¿Qué porcentaje hay de ficción y cuál de hechos y personajes reales?
La historia es toda inventada porque, claro, yo no he vivido en los años 40, 50, 60, y puesto que tengo el lujo de hablar con personas que sí han vivido esa época y que han estado en pueblos, quería empaparme de ese ambiente. Empaparme de ese ambiente no significa copiar pero sí preguntar a personas como mi madre, por ejemplo, cómo eran las fiestas del pueblo, porque yo recuerdo mucho las fiestas de cuando yo era pequeña y adolescente. Las orquestas las recuerdo muchísimo. Pero personas que las habían vivido en aquella época me contaron cosas tan sencillas como era que sonara la música, cómo había luces si no había electricidad… Y no existían las atracciones que yo recordaba. De manera que lo real es el ambiente del que me he querido empapar, pero no hay ningún personaje real en el que me haya inspirado.
Cuando escribía el libro ¿pensaba a quién podía interesarle? ¿A quién lo dirigía?
Me gustaría ser tan inteligente como para saber a quién le puede interesar y a quién no, pero supongo que si hay historias que a mí pueden removerme quizás hay personas a las que también pueden remover. ¿Qué tipo de historias son? Tanto en el periodismo como en la literatura, me gusta crear historias que hacen dudar de las creencias establecidas, ya no sólo en esta novela sino en otros temas que escribo. A mí me llama la atención cuando veo que al principio de una película te presentan un pueblo bonito donde parece que no pasa nada y de repente te aparece un asesino en serie. Esta historia puede tener esto: un pueblo muy bonito, donde la gente es muy amable, pero, ¡cuidado!, detrás de las sonrisas amables, de las miradas aparentemente inofensivas, hay mucha historia. Me gusta lo de la punta del iceberg. Creo que puede interesar a quien quiere ver más allá de las apariencias, a quien quiere ver más allá de una casa bonita, de una familia agradable, a quien cree, como yo, que detrás de las personas y de las familias hay muchas historias. Las historias que no se cuentan, que pasan de generación en generación, me atraen. No sé exactamente cuál es el público al que le puede interesar. ¿Novela histórica? Sí, es verdad. También creo que existe un elemento que es universal, y es la familia. Más allá de si el autor o la autora es de un país del norte, del sur, de un continente o de otro, la familia, con todas sus formas diversas, es muy común en todos los países. Es un público muy amplio.
Me gusta crear historias que hacen dudar de las creencias establecidas
En el libro hay personajes buenos y malos o muy malos. ¿Qué valores quiere promover?
En la vida, en el periodismo, en la literatura, cuando contamos una historia es porque es noticia o porque al final hay un giro. En esta historia hay buenos y malos, y me gusta pensar que, sin hacer spoiler, hay un mensaje de optimismo, y que cuando llega a su fin, en la página 150, el lector puede acabar con una pequeña sonrisa, ni que sea del alma, por decirlo de una forma muy mística. Si no hubiera malos, no haríamos literatura, haríamos otra cosa. Al igual que las noticias, que las hay buenas y malas, pero si no hay un hecho relevante no las contamos, y eso es lo que me impulsa a crear, en este caso, una novela.
Así pues, una novela con una conclusión positiva…
Es también una crítica. Hay varios mensajes, y cada personaje tiene el suyo propio. Uno es el valor del amor que no es romántico pero que puede serlo. El protagonista transmite varios tipos de amor. Le puedes llamar amor, ternura, amabilidad, comprensión… Se le ven cosas muy positivas y muy negativas, también. Me gusta este personaje porque quien lee el libro puede entender que una persona, una buena persona, dé ese giro. Puede hacerlo o no hacerlo. Me atraía la idea de entender la psicología interior de un personaje que puede ser plano o puede no serlo, pero que el lector entienda que si un día le da un arrebato, un impulso, es algo que puede pasarnos a todos. Es un personaje cercano. ¿Qué quiero contar también? Hay un silencio colectivo en la posguerra, pero también puede existir en una escuela o en el trabajo. En el libro hay un acoso. Hay una persona o grupo o sistema que maltrata a una familia. Si ocurre esto es porque hay un montón de personas que saben la verdad y callan. Y a mí esto me interpela. Me interpela como periodista, me interpela como persona, como cooperante, porque también estoy ligada a algunas entidades sociales. Y también como escritora. Más allá de contar una historia que puede ser bonita, me gusta esta denuncia social de no vale callar cuando hay que hablar, cuando hay que denunciar, cuando hay que salir a la calle. Hay que manifestarse, es necesario apoyar a tu vecino o a tu vecina. No hace falta siempre realizar grandes acciones. O una gran acción también puede ser transmitir de padres a hijos unos valores, o entender a los padres, o al compañero o la compañera del trabajo para decirle ¿qué te ha pasado? ¿Cómo estás? ¿Qué necesitas? Hay muchos pequeños mensajes en el libro.
Ana Basanta ¿qué es más? ¿Periodista? ¿Escritora? ¿Cooperante?
Me gusta pensar que soy un poco de todo. Podría decir que soy ecléctica, que no acabo de decidirme. Depende del día me siento más cooperante en el sentido de que tengo relaciones con personas cooperantes y me siento muy cercana a este ámbito. Pero mi día a día es ser periodista, mi forma de mirar la vida y de comunicarme es con el periodismo, con los reportajes, con las noticias, con las entrevistas. Y al final también soy escritora. Me encantaría ser novelista sin dejar las otras dos ramas. Me paso el día pensando en escenas, en personajes y en cómo resolver una situación y me gustaría hacer más novela. Por un afán de inconformismo, ahora me gustaría ser algo más escritora, porque es lo que estoy trabajando menos, por una cuestión de tiempo, no de ganas.
Las historias que no se cuentan, que pasan de generación en generación, me atraen
Leyendo La aldea del silencio puedes imaginar el libro convertido en serie o película de una plataforma audiovisual.
Me lo imagino. En mi cerebro existen escenas y personajes y diálogos. Puedo tener alguna influencia cinematográfica y sí que imagino esta historia en una pantalla. Estará o no estará, no tengo ni idea; probablemente no, pero sí me lo imagino de esa manera.
Con el auge de la extrema derecha en muchos países como el nuestro, ¿cree que podríamos volver a vivir situaciones como las que suceden en su libro?
Con el resurgimiento de la extrema derecha se necesitan libros como La aldea del silencio. Es atrevido decirlo, porque el libro lo he escrito yo, pero son necesarios libros que expliquen que debemos hacer cosas, que no debemos callar, que debemos conocer la historia, que debemos conocer la memoria. La gente joven, no sé si es de derechas o de izquierdas, no soy analista política, pero hay que explicarles este pasado reciente y, si cabe, de la mano de las personas que lo han vivido. No hay culpables o no culpables, sino gente que sufre. Cuando nos referimos a personas que sufren, yo no puedo hablar ni ponerme en el lugar de las familias que han perdido a sus seres queridos, sean del bando que sean, en la guerra que sea, en el continente que sea, en una guerra o en una historia pequeña.
Evidentemente, soy anti extrema derecha, seguro, pero pienso mucho en el sufrimiento de la gente. Las personas que gobiernan deberían intentar evitarlo más allá de las ideologías. Y volviendo a tu pregunta, está claro que hay que conocer el pasado, y da mucho miedo lo que está pasando.
Los gobiernos autonómicos del PP y Vox están derogando las leyes de memoria histórica y las cambian por otras en las que equiparan las acciones de los dos bandos que se enfrentaron en la guerra que empezaron los franquistas. ¿Cómo lo ve?
Nos queda la literatura, nos queda el periodismo, nos queda la cooperación para hacer muchas cosas y de muchas formas. Hay muchas formas de parar los extremismos y la desinformación. Hay muchos analistas que explican que existe una ola de pesimismo y que muchos jóvenes, por ir a la contra, se dejan deslumbrar por algunos aspectos o discursos de Vox. La verdad es que no lo entiendo. Por eso sigo leyendo y escuchando a personas que saben más que yo. Yo ya había estudiado lo que era la guerra, pero cuando leí en Las ratas, de Miguel Delibes, que había unas personas en una cueva que se comían una rata entendí lo que era la guerra y la posguerra. Vuelvo al sufrimiento, la destrucción. Todo lo que sea destrucción debería ir fuera. El libro habla del sufrimiento de una generación, de otra generación, y, sin olvidar este sufrimiento, es posible que bandos, familias, personas, vecinos, que en algún momento de la vida han ido por su lado, se puedan encontrar en un ambiente donde es posible que cambien las cosas. Si no, no estaría escribiendo.
Cuando vio al presidente del Parlament balear romper la fotografía de Aurora Picornell, una sindicalista comunista asesinada por falangistas durante la guerra, ¿cómo reaccionó?
Con mucho dolor, porque ya no es que te guste o no te guste un político, es una falta de respeto. Hay personas de derechas y de izquierdas que tienen un mínimo respeto, que no sobrepasan esta línea roja. Tenemos que entendernos, gane quien gane las elecciones. Creo que se debería ser más punitivo en este caso, no sólo por el cargo que ocupa, que también, sino por el mensaje que da, de que todo vale. No, no todo vale. La memoria es importante, las personas que lucharon por los ideales se tienen que conocer. Si alguien no quiere que esto se conozca, me están dando la razón a las cosas que yo quiero contar. Las personas que no conozcan a quién salía en esa foto quizá ahora tienen ganas de saber quién era y por qué la rasgó el presidente del Parlamento balear.
La aldea del silencio ¿gustará más a lectores progresistas que a conservadores?
Totalmente. Pero no es exclusivo. Está pensado para personas que tienen una mente abierta y son capaces de ver más allá de las apariencias. Y con esto no estoy diciendo que ser progresista sea de buenas personas. Personas buenas y malas las encontramos en todos los sitios.
Ha escrito libros de cooperación, de viajes, de activistas, de la posguerra… ¿Cuál será el siguiente?
Tengo una historia pensada, pero todavía no he escrito ni una línea. Tiene que ver con la muerte y con todas las historias que nos llevamos a la tumba. Está pensado desde un punto de vista ni negativo ni positivo, sino de curiosidad. Cuando despedimos a una persona podemos despedir al padre, pero es que el padre también es el hijo, el primo, el hermano, el vecino, o podemos despedir a la amiga, pero la amiga también es la madre… La historia que tengo pensada tiene que ver con todas las caras de una misma persona.
¿Cambiará de escenario?
Será en una ciudad. No hablará de mí, pero sí de aspectos de la vida que comparto, y yo soy urbanita. Si hago este libro como lo tengo pensado, captará muchos puntos de vista míos y tendrá que ser evidentemente en una ciudad. Y en más sitios.
2 comentarios
¿Habríais publicado esta entrevista si la autora no fuera la directora del Diario de la Educación?
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