Nuestro sistema educativo es una reliquia del pasado, al que se le ha ido cambiando de vestimentas y aderezos. Así es que lo que tenemos es un patchwork, una retahíla de retales cosidos sin demasiado concierto, una amalgama de conocimientos y habilidades útiles o superfluas, un entramado de tendencias culturales y científicas, un mosaico de retazos. En suma: un conjunto fragmentario de lo que suponemos que las generaciones jóvenes deben de aprender para que sus vidas sean mejores.
Pero, ¿es esto así? Este sistema ¿mejorará las vidas de quienes lo disfrutan? Pues, si así fuera, la motivación para la enseñanza y el aprendizaje estarían garantizadas y, con ello, el éxito escolar, tanto de la institución educativa como de la inmensa mayoría de personas beneficiadas por sus propuestas y bondades.
La educación obligatoria y universal es un bien común, sin duda y, como tal, sin duda, debe servir para que el conjunto de la sociedad y cada individuo en particular mejore su condición cultural y personal, promocione, avance y salga de las bolsas de injusticia y marginación en la que tantos grupos y personas se ven envueltas.
La escuela es un conjunto de retales añadidos con una precipitación y falta de coherencia que pervierten el bien común. Los elementos de los que hablo se refieren a lo siguiente:
El sistema educativo ha sido maestro en incorporar lo que fuera menester, en incluir lo que supusiera una exigencia o reivindicación generalizada. Pero sin estudiar causas ni medir consecuencias. Y esto se ha hecho a golpes de decretos aislados unos de otros y sin aplicar la visión panorámica y de futuro que era menester para que este sistema educativo se convirtiera en un filón para la valoración de la cultura y la ciencia, bagaje indiscutible de progreso y bienestar y fuente de estabilidad econónica, política y social.
Pues bien, el sistema educativo ha ido metiendo y metiendo relleno en una tripa, embutiéndose de novedades, tendencias o modas. Conservando las enseñanzas dogmáticas (esto es así, desde siempre y para siempre), en el lenguaje, las creencias religiosas, los hallazgos científicos o las figuras importantes de la historia humana. Dando barniz de modernidad y puesta al día, hemos asistido a decretazos sobre educación mixta de chicas y chicos, bilingüismo o trilingüismo, educación vial, alimentaria y para la salud y la paz, relegación paulatina de las humanidades a áreas no troncales del conocimiento, introducción de habilidades emprendedoras e informáticas.
Con la exigencia de evaluar por competencias, pretendemos evaluar lo que no está programado para ser evaluado de manera explícita. Así es que, sin formación específica y obligatoria del profesorado, se pretende que todo esto se normalice dentro de los planes de estudios, sin que, de hecho, pertenezca a los tiempos y espacios lectivos organizados como tales.
El profesorado, mientras tanto, va confeccionándose de forma artesanal la multitud de disfraces que se van requiriendo para no desentonar o para cumplir mandatos institucionales, también con retazos, modas lingüísticas, o prácticas complejas aprendidas en cursos esporádicos y voluntarios de 20 o 30 horas, que van otorgando puntos para sexenios.
¿Por qué protestamos tanto de las reformas educativas si lo lógico sería protestar por la falta de reforma educativa continua y encaminada a obtener una buena competencia para la sociedad de la obsolescencia y del cambio continuo en la que vivimos?
Las titulaciones universitarias requeridas para el acceso a la función docente también están anquilosadas y compartimentadas en áreas de conocimiento sin interconexión. La Pedagagía como Ciencia, apoyada, rehabilitada y elevada a categoría de imprescindible, científica y de vanguardia, brilla por su ausencia. No nos sirve la formación que se ofrece a la población en su conjunto, porque no se ha planteado de forma radical su no utilidad, dada su falta de interdisciplinariedad y la falta de interés por lograrla.
La entrada de las mujeres en masa a la educación mixta debió haber aparejado un cambio en el canon académico para que incluyera la obra humana de las mujeres en sus vertientes productivas, reproductivas y creativas, la enseñanza digital, como aprendizaje funcional e instrumento de apertura al aprendizaje de último minuto, por ejemplo. Y así con todo lo nuevo que pretendemos que se enseñe en la escuela. Aprendizaje-enseñanza-aprendizaje, de forma circular y continua.
Todo lo que se tiene que enseñar sin haber sido aprendido en origen, tiene que pasar por una política de inversiones en formación del profesorado, en organización y equipamiento escolar, en horarios lectivos de enseñanza curricular, atención personalizada y formación bien equilibrados y en una exigencia institucional, acompañada de la oferta de puesta al día continua., a partir de una extensa red de formación de formadores y formadoras estables, especialistas y profesionales. Lo que se enseñó y cómo se enseñó a quienes enseñan ahora, quizás esté cojo de las dos piernas. La famosa frase de Heráclito: “Todo fluye, nada permanece”, es aplicable de forma literal a los sistemas educativos obligatorios y universales de hoy día. Es un reto continuo y una inversión enorme en recursos tanto económicos como humanos.
Y, por supuesto, una llamada de atención a nuestros responsables de políticas educativas. No es una nimiedad. El alto “fracaso escolar” correlaciona con el alto fracaso social. Cuando se arroja de la escuela a tantas gentes, se les arroja a un tiempo de la sociedad y se crea un caldo de cultivo de ignorancia que tendrá una contrapartida de violencia contra esa sociedad que los tiró por la borda porque no habían aprobado en la escuela.
Mª Elena Simón Rodriguez. rodrilena@hotmail.com